“El huerto de Emmerson”: Luis Landero, casi toda una vida feliz y laboriosamente vendimiada
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Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) alterna en su trayectoria literaria la pura narrativa de ficción con el relato autorreferencial de incidencia intimista y catártica expresión. Una reciente muestra del primer registro ha sido la novela, tan justamente elogiada, “Lluvia fina”, imaginada radiografía de agrios desencuentros familiares; y desde el punto de vista explícitamente autobiográfico destaca sobremanera “El balcón en invierno”, sensible relación de asumidas vivencias y renovados recuerdos. Su rememoración personal acostumbra a proyectarse generacionalmente, erigiéndose en símbolo de las experiencias de, acaso, muchos de sus lectores. Tras diversos oficios, el de guitarrista profesional entre ellos, y con una tardía formación filológica, acabará imponiéndose la literatura, al publicar en 1989 una novela de emotiva sencillez, “Juegos de la edad tardía”, que conmocionó la narrativa española del momento.
El noviazgo de la tía Cipriana
En clara línea evocativa publica ahora “El huerto de Emerson”, un sensible ejercicio de balance vital, afirmación estética y recuento identitario. La memoria, siempre selectiva -aunque aquí muy honesta-, trae a estas páginas episodios tan curiosos como la algo frustrada visita a la tumba de sus padres, el recorrido por diversas dedicaciones profesionales, las lecturas de formación -con el Lazarillo y el Quijote a la cabeza-, el noviazgo como de otro tiempo de la tía Cipriana y el hombretón Floren en medio de hogareños misterios, el deslumbramiento de un Madrid al que llega siendo un niño, o el recuerdo del campesino Manuel Pache, de cachazudas filosofías, populares saberes y trágico destino.
En el inicio de la obra, se asimila el pasado autorial a una laboriosa vendimia de azarosos devenires: “Casi toda mi vida está ya vendimiada. Vendimié mi infancia y mi adolescencia, fui enamorado y guitarrista, y esos años también los vendimié, vendimié mi estancia en París, a mi padre lo he vendimiado qué sé yo la de veces, y a las bellas muchachas de mi pueblo y de mi barrio, y mi vida de profesor y de escritor y de lector, y muchas cosas más, porque a veces da la sensación de que la vida es breve, sí, pero en cambio la memoria de lo vivido no se acaba nunca.” Este es un libro repleto de literatura, en el que desfilan, en alusiones de muy variada significación, Faulkner, Joyce, García Márquez, Stendhal o Kafka entre otros escritores, bien leídos y asimilados, proyectados sobre la propia escritura del vivir cotidiano. Destaca un estoicismo macerado en el paso de los años, observados aquí desde la atalaya de la edad y la calma de la experiencia. Por si fuera poco, una prosa magistral de imprescindible lectura.
▲ Lo mejor
La sencilla paz personal con la que se abordan los recuerdos y la estoica asunción del pasado
▼ Lo peor
Ningún pero en este sentido dada la excelencia de esta magnífica ficción autobiográfica
Jesús Ferrer