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A pesar de los más de 200.000 libros sobre Hitler todavía surgen nuevas teorías

La biografía más polémica de Hitler: anticapitalista y no antiURSS

Brendam Simms presenta un trabajo muy elaborado sobre el Führer en el que ha acumulado muchos materiales dispersos, pero que resulta históricamente parcial porque solo anota aquello que apoya su tesis

Se han escrito más de 200.000 libros y opúsculos sobre Hitler y millones de artículos más o menos amplios y de variada documentación y, sin embargo, el manantial nazi sigue fluyendo. Ahora mismo acaba de publicarse «Hitler. Solo el mundo bastaba» (Galaxia Gutenberg), de Brendam Simms, irlandés, profesor de la Relaciones Internacionales en la Universidad de Cambridge, y no es un libro menor, sino uno de los más amplios que sobre el Führer se han escrito: 912 páginas y 34 euros. Tal alarde debía tener un motivo especial, algún descubrimiento sensacional que justificara un kilo largo de papel y un precio elevado. ¿Qué ha hallado el historiador? Según él, «esta biografía reivindica (...), en primer lugar, que la principal preocupación de Hitler durante toda su trayectoria fue Angloamérica y el capitalismo global, más que la Unión Soviética y el bolchevismo (...) Se nos ha pasado por alto hasta qué punto Hitler se hallaba inmerso en una lucha mundial no solo “contra los judíos del mundo”, sino contra “los anglosajones”».

Es un enfoque sideralmente distinto al seguido hasta ahora por los más autorizados especialistas en la Alemania nazi, que han visto en Hitler un afán de revancha contra los vencedores de la Gran Guerra y contra los muñidores de la Paz de Versalles, contra los internacionalismos comunista, socialdemócrata y judío, a los que acusaba de «la puñalada por la espalda», la destrucción moral y social de la retaguardia alemana que obligó a capitular a los ejércitos del Káiser cuando combatían sobre suelo extranjero. Eso le habría conducido, por un lado, a ilegalizar a los partidos comunista y socialista cuando no a recluir a sus miembros, a perseguir a los judíos y expulsarlos de Alemania y, al final, a exterminarlos y, por otro, a preparar al Tercer Reich para la revancha militar y a expandirse–Lebensraum– a costa de sus vecinos más débiles y, en último término, a atacar a la URSS, culminando su campaña antimarxista y apoderándose de los territorios y materias primas que serían la base del «Reich de los mil años», patria del superhombre ario.

Pero la tesis que Simms defiende es totalmente diferente. Hasta la Gran Guerra, en la que el soldado Adolf Hitler se enfrentó a tropas británicas y estadounidenses, al futuro dictador no se le conoce una sola palabra sobre los angloamericanos. En la guerra, estos le dejaron amargo recuerdo: diezmaron a su regimiento, le aterró el fuego de sus cañones, su metralla le hirió dos veces, sus gases a punto estuvieron de dejarlo ciego, su victoria arruinó Alemania y a él le redujo a soldado sin futuro destinado a clasificar máscaras anti-gas en un almacén militar hasta su licenciamiento que le dejó en la calle con lo puesto. Simultáneamente, se celebraba la Conferencia de Paz de Versalles que desmembró y desmilitarizó Alemania, la condenó a indemnizaciones de guerra y, además, la responsabilizó del conflicto. Hitler no supo entonces cómo se habían gestado las sanciones, pero consideró máximos responsables a los anglosajones por ser los más poderosos.

Versalles y sus conclusiones constituyeron gran parte del arsenal dialéctico de Hitler en sus comienzos de orador tabernario y, pronto, como fundador y líder del Partido Nacional Socialista Alemán del trabajo (NSDAP, de donde procede nazi). Una de las cláusulas más indigestas para Alemania fueron las indemnizaciones de guerra. Washington no las impulsó pero siempre pareció vinculado a ellas por sus actuaciones para hacerlas viables y Hitler las convirtió en munición tanto contra los angloamericanos como contra el Gobierno de la República de Weimar porque eran una de las causas de la ruinosa economía alemana.

Para posibilitar el pago se recurrió al plan del estadounidense Charles Daves, de 1924, al que se opusieron los nazis partidarios de no pagar nada. Este Plan facilitó los pagos, constituyó un revulsivo para la economía alemana y la oposición nazi quedó bastante silenciada porque el NSDAP había sido ilegalizado tras su fracasado asalto al poder en el Putsch de Múnich de 1923, y su cúpula directiva –comenzando por Hitler– estaba en la cárcel o en la clandestinidad. Pero las indemnizaciones de guerra constituyeron años después un peldaño en el ascenso de Hitler al poder: la quiebra de Wall Street y el comienzo de la Gran Depresión, 1929, impidieron que Alemania hiciera frente a los pagos del Plan Daves, por lo que EE UU ideó otro más liviano, el Young, contra el que cargó toda la maquinaria propagandísticas nazi apoyada por la ultraderecha del «Casco de Acero»; se trataba, según Hitler, de «convertir a los alemanes en esclavos del capitalismo comercial y de préstamos internacionales, sometiéndolos a tributos anuales».

«Negros» del mundo blanco

El propósito final era «convertir a nuestro pueblo, económica y espiritualmente, en los negros del mundo blanco». Pese a eso, el Plan Young fue aprobado, dejándole a Hitler una amargura perpetua y también una potente argumentación contra el vampirismo judío y el insaciable capitalismo financiero angloamericano, además de unas alianzas con la sociedad más conservadora y adinerada de Alemania, tanto que el pequeño partido nazi (en 1928: 12 diputados, con el 2,68% de los votos), logró 107 (18,25%) en 1930, convirtiéndose en la segunda fuerza parlamentaria del Reichtag.

Simms presta atención, asimismo, a textos hitlerianos de los años veinte, en los que considera a los británicos y a los estadounidenses como superiores a los alemanes, superioridad que radicaba en «la inmigración selectiva. El hecho de que la Unión americana se ve a sí misma como un estado nórdico germánico y, de ninguna manera, como una mezcolanza de gentes de todo el mundo (...) Véase la distribución de las cuotas migratorias entre los estados europeos (...) Mientras, los escandinavos, los británicos y, finalmente, los alemanes ocupaban los primeros lugares de la lista, los eslavos y los latinos no salían favorecidos, y chinos y japoneses ocupaban los últimos lugares». Eso habría determinado que para los nazis la eliminación de judíos, gitanos, homosexuales, enfermos mentales etc. fuera una medida eugenésica «destinada a elevar a los alemanes a la altura de sus rivales británicos y estadounidenses». A lo largo de la obra abundan los textos sobre la confrontación con los angloamericanos; en 1941, justo antes del ataque contra la URSS, dice: «El énfasis principal no se centró tanto en el planeado ataque contra Rusia, sino en una mayor inversión que permitiera un posterior aumento en la producción aérea y naval para combatir contra Gran Bretaña y Estados Unidos». No los puede asegurar en serio: el Este copó la mayor parte de la energía militar e industrial alemana. Simms ha buscado todo cuanto apoyaba sus teorías, las únicas que posibilitaban un libro de esta envergadura, para no reiterar lo que más o menos se ha venido escribiendo desde hace 70 años. Su trabajo, útil porque ha acumulado muchos materiales dispersos, resulta históricamente parcial porque solo anota lo que apoya su tesis.

Por ejemplo, al referirse a «Mein Kampf» (Capítulo 5) parece que el catecismo nazi solo contuviera argumentos anticapitalistas y una temerosa observación de la pujanza angloestadounidense, cuando la realidad es que aquellos son minoritarios en comparación con los antisemitas o los anticomunistas. Es llamativo al respecto que ignore la muy posible influencia de Hess en la redacción de «Mi lucha», recién resaltada por la obra de Pierre Servent. Más: la represión de la derecha en 1934 (Capítulo 12) no permite asegurar que Hitler fuera su perseguidor: hubo ajustes de cuentas y eliminación de opositores y enemigos del régimen, pero nada que ver con la represión sufrida por comunistas y socialistas tras el incendio del Reichtag, el 27 de febrero de 1933, en que fueron ilegalizados, asaltadas sus sedes, incautadas sus pertenencias y detenidos o asesinados no menos de 200.000 personas. Y decenas de casos más, como le ha reprochado algún notable especialista.

Richard Evans, a la yugular de Simms
«Hitler. Solo el mundo bastaba», de Simms, se editó originalmente en inglés el 5 de septiembre de 2019 y tres semanas después, uno de los grandes historiadores de la Alemania nazi, Richard J. Evans, publicó en «The Guardian» una crítica muy negativa: «Hitler ha sido objeto de varias biografías importantes, desde las de Alan Bullock y Joachim Fest hasta las más recientes de Ian Kershaw y Volker Ullrich. Pero, según Simms, todos lo comprendieron mal: “No se ha entendido hasta qué punto libraba una guerra contra las altas finanzas internacionales y la plutocracia de principio a fin’’. Ahora ha venido él para ilustrarnos», escribía Evans. La invasión de la URSS tuvo como fin «atacar a Gran Bretaña y disuadir a Estados Unidos... Barbarroja iba a ser una campaña de conquista y aniquilación por razones más relacionadas con la Angloamérica que con la Unión Soviética». Incluso el Holocausto fue «impulsado principalmente... por su miedo a Gran Bretaña y Estados Unidos». Todo esto es una tontería y, de hecho, Simms se ve obligado a contradecirse a sí mismo por el peso de la evidencia. La invasión de la Unión Soviética fue, admite, «parte de una guerra ideológica mucho más amplia contra el bolchevismo»; «una lucha entre dos visiones del mundo», como dijo Hitler.