“Nuestro tejido cultural se está muriendo”
El director de orquesta, que se prepara para el maratoniano desafío de llevar al Teatro Real las cinco horas del “Siegfried” de Wagner, reflexiona sobre la pandemia, el estado de la cultura y la música en nuestro sistema educativo
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En un año complicado a todos los niveles, el director de orquesta Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) comienza el año con un reto titánico: entre el 13 de febrero y el 14 de marzo, conducirá en el Teatro Real de Madrid las ocho representaciones del “Siegfried” de Wagner, de cinco horas de duración cada una. Centrado en su arte, el maestro atiende a LA RAZÓN para hablar del momento de reflexión que le supuso la pandemia respecto a su estilo de vida, los propios efectos de la misma en una música que no se entiende sin su público y también para ofrecer su punto de vista sobre el “abandono institucional” de la cultura en nuestro país, algo que cree que tiene su origen en el poco respeto que se muestra por la misma desde el propio sistema educativo.
- ¿Cómo se tomó el parón que forzó la pandemia?
- Como todos, imagino. Con una sensación de perplejidad y de no saber muy bien qué estaba pasando. De repente se detuvieron todas nuestras vidas. En lo profesional, sí es cierto que disfruté mucho los primeros tres meses, aunque quede egoísta decirlo. He tenido tiempo para mí por primera vez en 25 años y eso ayuda profundamente a reflexionar. Estar en casa me permitió recuperar mi espacio y mi tiempo interior. Me sirvió para descansar y recuperar también otros intereses y asuntos necesarios para la vida de uno. La pandemia me permitió salir de la vorágine de viajes, de idas y venidas, que es mi vida.
- ¿Y después del tercer mes?
- Ya se hizo más difícil sostener esa falta de actividad. Sobre todo por esa conexión con lo que la vida de la música y ese contacto con el público para poder compartir la música y la vida. La vuelta a los escenarios fue como recuperar el aire, el medio en el que uno vive. Fue muy bonito, de repente, poder volver a viajar, reencontrarme con los músicos y renovar el milagro de la experiencia musical, ese que pasa porque un grupo de músicos se sienten juntos en una sala y sumen sus talentos.
- ¿Se ha llegado a acostumbrar a esta nueva “marcianidad”?
- Esta es nuestra realidad ahora y creo que, tanto yo como mis compañeros, ya nos hemos acostumbrado. Incluso haciendo vida normal o en esa versión limitada de la vida social que podemos tener… Ya todo es parte de ello. Poder subirse a un escenario, en las condiciones en las que a uno le pidan, sigue siendo un privilegio.
- En el “Siegfried” que estrena hoy en el Teatro Real, hay músicos situados en los palcos de platea para respetar las distancias sanitarias. ¿Está contento con la solución? ¿Cree que podrá quedarse para otras ocasiones?
- Era esencial que la cuerda, siendo el corazón y el alma del discurso musical se quedara en el foso de manera uniforme y cohesionada, pero sí hemos aprovechado el espacio al máximo. A mi izquierda y mi derecha, habrá músicos que, a la dificultad de las propias piezas, tendrán que añadir no escuchar en condiciones normales al resto de la orquesta y tendrán que fiarse de mis instrucciones más que nunca. Es un desafío y estamos muy contentos con el resultado que está dando. Esa es la magia de la música clásica, que cada segundo de la obra está lleno de fluctuaciones levísimas en el tiempo, como si fuera un ente orgánico. La ópera está viva y en 4 horas de música es inimaginable la cantidad de latidos que emite.
- ¿Qué tiene Wagner para que su obra haya sobrevivido con tantas reverencias?
R. No es nada original, pero hay que decirlo: Wagner es posiblemente el mayor genio que ha dado la historia de la música y posiblemente del arte. Inició una revolución en el arte escénico, que trascendió los límites de lo que significaba la ópera en su momento, creando una nueva forma de narrar a partir de una historia y un libreto poderosamente tejido desde el simbolismo.
- ¿No cree que se hace ciertamente inaccesible con esas 4 horas de música y 5 de espectáculo?
- Cada vez que alguien que no está muy puesto en ópera viene y se sienta durante toda esa duración titánica, la respuesta suele ser la misma: “Se me ha pasado volando”. Esa es la mejor señal de que importa ya no solamente lo que hacemos nosotros, sino lo que Wagner inventó y creó, que tenía todo el sentido y necesitaba toda esa extensión para crear y contar ese milagro.
- ¿Ha sido adecuada la respuesta del sector? ¿Cómo valora el esfuerzo del Teatro Real por erguirse como ese faro ante la adversidad cultural?
- No creo que haya sido un ejercicio consciente o que el Real haya decidido apuntarse un tanto por el hecho de ser el primero o el que más, sino que simplemente ha respondido ante una situación de emergencia y lo ha hecho con todo los recursos que tenía a su alcance. Al margen de este momento excepcional de la pandemia, viene siendo pionero en muchos otros aspectos ya desde hace años. Ha sido un ejercicio de responsabilidad, creatividad y anticipación, que esto también es importante. El teatro ha seguido funcionando hasta ahora con todas las garantías y sin tener que cancelar apenas nada. Es un orgullo contar con una institución tan fuerte.
- ¿Está la música lo suficientemente cuidada en nuestro sistema educativo?
- No, por supuesto que no. No está mimada y ni siquiera considerada. Ha ido perdiendo terreno de una manera catastrófica. En mi época, cuando existía la EGB, ya tenía una profesora de música a la que no le gustaba la música. A partir de ahí, ¿qué quieres transmitir entonces a esos niños? ¿Qué se puede hacer por la difusión y la consideración de la música si partimos de esa base? Y eso ocurría cuando todavía era obligatoria. Las Humanidades están perdiendo terreno en favor de los estudios técnicos, y eso nos hace perder nuestra identidad y nuestra esencia, como si solo valiéramos para trabajar.
- ¿Y cómo se puede solucionar?
- Todo viene de ahí, de abajo. Todo viene de que una persona, los niños, crezcan con la música como una oportunidad más de desarrollo, una oportunidad más de conectar con uno mismo y co los demás. Hablo también del teatro, de ir a pasear a un museo como algo más de nuestra vida diaria… No se trata de crear o formas más músicos, se trata de crear un clima y una valoración social más alta de las artes.
- Si lo sanitario tenía que ser obligatoriamente lo primero, ¿por qué lo cultural ha sido lo último?
- No sé si ha sido lo último del todo, pero desde luego no nos hemos sentido queridos ni arropados. Siempre somos los últimos en los discursos políticos, en unos programas electorales en los que ni siquiera nos mencionan, y cuando hay que recortar, siempre se sufre más en el ámbito cultural. Hay que recordar episodios como el del IVA cultural u otros que están ocurriendo ahora mismo, con ese abandono de los trabajadores intermitentes de la cultura que se ven obligados a pagar cuotas de autónomos muy altas cuando ni siquiera están facturando. Es muy grave. Siempre vamos a las cifras y a los millones de visitantes, pero, ¿no vendrá una buena porción de esa cifra de turistas a disfrutar de nuestra cultura y nuestro patrimonio? Nuestro tejido cultural se está muriendo.
- ¿Qué cultura consume usted además de la música?
- Tengo reciente “La lista de Schindler”, que no la había visto. Me pareció una auténtica obra de arte. Siendo una película accesible, de Hollywood, me parece extremadamente potente. Aparte de la música, claro. Es una película que irá envejeciendo cada vez mejor.
- ¿Y en literatura? ¿Algo que le haya dejado poso?
- Durante estas semanas, entre tanto ensayo e intensidad personal me refugio en la poesía. Estoy con Octavio Paz, y quiero comenzar también “La dama boba” de Lope de Vega. Tener siempre clásicos a mano es una necesidad para mí. Esos cuartos de hora de relax lo son todo.
- ¿Qué retos le quedan por delante?
- Antes decíamos “Dios mediante”, pero me temo que a partir de ahora será “Covid mediante”., En cuanto terminemos las ocho representaciones de “Siegfried”, me voy a París a dirigir una serie de conciertos y después de esto a Hamburgo y a Viena, a hacer más ópera. En principio la agenda sigue viva, todo está sobre el papel y todo el mundo confía en que esto se vaya haciendo más liviano.