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El Prado muestra todas las pasiones de Tiziano

La pinacoteca madrileña expone por primera vez desde el siglo XVI las «poesías» que este artista realizó para Felipe II
Ruben MóndeloLa Razón
La Razón

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En 1553, Felipe II encargó a Tiziano un juego de pinturas de carácter mitológico. Un conjunto de lienzos que el artista concluiría en 1562 y que terminaría convirtiéndose en el más influyente de la Historia. La historia acabaría reconociendo a esa serie, que se conservaba en la Colección Real, por el nombre de «Poesías» y son unos cuadros de una enorme belleza y talento pictórico. La serie acabó dispersándose con el transcurso de los siglos, pero ahora el Museo del Prado, después de grandes esfuerzos y negociaciones, ha logrado el sueño que habían albergado en el pasado muchos directores y amantes del arte: reunir, por primera vez desde el siglo XVI, todos estos trabajos. Lo ha hecho en la exposición «Pasiones mitológicas», patrocinada por la Fundación BBVA, una muestra de enorme ambición que supone también un hito por su carácter excepcional.
Es muy difícil que puedan volver a reunirse en el futuro estas piezas de extraordinario valor artístico que se conservan en diferentes instituciones. El Prado conserva «Venus y Adonis», de 1554, mientras que la National Gallery de Londres y la National Galleries of Scotland tienen, de manera compartida, «Diana y Acteón» y «Diana y Calisto», datadas entre 1556 y 1559; el Isabella Stewart Gardner Museum mantiene «El rapto de Europa», ejecutado entre 1559 y 1562; «Dánae» está en la Wellington collection, y «Perseo y Andrómeda», en la Wallace Collection.
La exposición, que ha sido comisariada por Miguel Falomir, director del Museo del Prado, y Alejandro Vergara, Jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado, está arropada por otro conjunto de pinturas de artistas tan destacados como Veronese, Allori, Rubens, Poussin, Van Dyck y Velázquez. Las obras de Tiziano arrastran consigo una fuerte resonancia cultural en nuestro país. Se crearon aquí y permanecieron en España hasta que el grupo se disgregó. Por este motivo se ha querido arropar a las «Poesías» con otras pinturas que permitan entrever la autoridad y el prestigio que tuvieron entonces, el magisterio que impusieron y lo que repercutió en la obra de otros genios.
El más evidente es Rubens, un pintor muy bien representado en el Museo del Prado, que durante su estancia en nuestro país copió estas obras maestras. Sus posteriores interpretaciones de estos motivos mitológicos estuvieron marcadas por la impronta que ya había marcado Tiziano. Esto mismo puede percibirse en Velázquez. «Las hilanderas», una de las imágenes más representativas y conocidas de su corpus, incorporó un evidente guiño a Tiziano y la mitología. Al final de las escenas que representó hay una composición de carácter mitológico con una doble lectura. Por un lado, es un reconocimiento a la deuda que ha contraído con aquellos pintores que le han precedido y, por otro lado, es una afirmación de que en lo más alto de esa línea de creadores está él.
Pero «Pasiones mitológicas» es mucho más. Todos los pintores del siglo XVI daban lo mejor de sí mismos en las obras basadas en narraciones míticas. La razón esencial es que este género ofrecía a los artistas unas posibilidades que no encontraba en otros encargados. La Contrarreforma había impuesto unas normas y unos cánones que había que cumplir y respetar en todo momento. Pero estas composiciones estaban liberadas de las estrechas imposiciones de la Iglesia y el creador podía expresarse de una manera más abierta, sincera y atrevida. También permitía abordar algunos asuntos que no estaban permitidos o que estaban censurados, como el desnudo, de una manera franca y abierta. De hecho, fue a Tiziano a quien debemos precisamente uno de los temas que más éxito tuvo en la historia: las mujeres tumbadas, un modelo que después fue replicado, precisamente, por Francisco de Goya.
«Pasiones mitológicas» es una oportunidad para entender cómo a través de la mitología se abría la puerta al erotismo y la sensualidad, tan valoradas por algunos monarcas del pasado, pero, también, para adentrarse en el universo de los sentimientos y las emociones. Estas pinturas representan los capítulos más dramáticos de unas historias entonces muy difundidas. Expresados con violencia, desgarro o crueldad, estos óleos lograban transmitir a través de su contemplación el dolor de los personajes y que los espectadores al mismo tiempo pudieran comprender en qué consistía el duelo, la pérdida o el desamor.

LA VIOLENCIA AL SERVICIO DE LA EMPATÍA

El Museo del Prado muestra en su exposición «Pasiones mitológicas» «El rapto de Europa», una de las «Poesías» de Tiziano. Obra maestra del pintor que proviene del Museo Stewart Gardner de Boston. El maestro acudió a esta conocida narración literaria por los desafíos pictóricos que suponía y demostrar que su pincel y su genio eran capaces de retratar una imagen tan dura. No hay ninguna posibilidad de confusión. Lo que retrata el artista es una violación, como puede apreciarse en la ropa, el gesto y la actitud de la protagonista del óleo, que dejan traslucir sorpresa, horror, turbación y humillación. Los mitos ofrecían a los creadores enormes posibilidades para sacar a relucir su talento y Tiziano lo hace sin contemplaciones, reflejando con crudeza la situación y trasladando al espectador el dolor de la propia Europa. La violencia implícita en el cuadro se pone de esta manera al servicio de la empatía. Nadie que vea este cuadro puede abstraerse del brutal contenido del lienzo.

LO COTIDIANO TEJIDO CON EL HILO DE LO MITOLÓGICO

El Museo del Prado muestra en su exposición «Pasiones mitológicas» «Las hilanderas», una de las más inteligentes y refinadas formas de hilar lo cotidiano y lo mitológico en una obra de arte. Durante mucho tiempo, los espectadores de «Las hilanderas» pensaban estar admirando una escena de interior en un taller de tapicería. Y celebraban la maestría de Diego Velázquez, que representó tareas propias del oficio delante de un fondo con unas damas de pie ante un tapiz.
Sin embargo, en los años treinta y cuarenta del siglo XX, los historiadores expresaron su creencia de que la obra, aparentemente costumbrista, tenía un contenido mitológico que no resultaba inmediato al espectador. Efectivamente, los investigadores descubrieron que el pintor había abordado una «Fábula de Aracne» cuyas medidas se correspondían con las del fragmento antiguo de este lienzo. Y entonces, con esa información, descubrieron el truco del maestro: la escena mitológica acontece en el espacio del fondo y la escena cotidiana no es exactamente lo que parece. La diosa Palas, armada con casco, discute con Aracne, compitiendo sobre sus respectivas habilidades en el arte de la tapicería. Para cerrar el círculo de la historia, tras ellas se encuentra un tapiz que reproduce «El rapto de Europa» que pintó Tiziano para Felipe II y que a su vez Rubens copió durante su viaje a Madrid en 1628-1629. Un círculo que se cierra en las salas del Museo del Prado.
EL ARTE, AL SERVICIO DE LA SENSUALIDAD
«Quien bebe y no repite no sabe lo que es beber», escribió el músico Adriaen Willaert, que vivió entre 1480 y1567, y que recogía con sus palabras la tradición medieval de que «vivir y beber es lo mismo». El magistral Tiziano se inspiró en Filostrato para pintar «La bacanal de los andrios», uno de esos cuadros esenciales del arte que puede contemplarse ahora mismo en la exposición «Pasiones mitológicas» que se exhibe en el Museo del Prado. Una composición ceñida a una historia clásica, pero que el artista, sin faltar a la partitura de fondo del relato, supo amoldar a sus propios intereses pictóricos y creativos. Se tomó ciertas libertades, lógicas en cualquier innovador, para expresar la carga de alegría y de libertades que se supone debe reinar en una isla, en este caso la de Andros, bendecida por la mano de Baco, el dios del vino. Tanto era así que la leyenda aseguraba que en sus arroyuelos las aguas se habían transmutado en el apreciado caldo de los bebedores. Pero Tiziano supo reconocer en este episodio circunstancial la oportunidad que solo intuyen las inteligencias adiestradas para saltar del pensamiento común a la originalidad. Entendió que esta obra, que tanto ha influido después, le ofrecía la oportunidad para descubrir una nueva figura simbólica: esa mujer situada en primer plano cargada de sensualidad y erotismo que parece ofrecerse al espectador, y que reafirma la idea que Tiziano era un gran pintor y un generador de imágenes nuevas.
EL SIEMPRE PELIGROSO JUEGO DEL AMOR
Este óleo ha sido una referencia a lo largo de la historia del arte. Es una copia que el maestro Hendrik van der Broeck hizo de un original de Miguel Ángel. Una tela sutil, a la que es necesario prestar atención para captar los pormenores encapsulados en su expresión. El Museo del Prado la exhibe en la muestra «Pasiones mitológicas» y es una oportunidad para apreciar las maneras que empleaban los pintores para expresar el amor, las pasiones y lo irremediable. Hay en este cuadro algo bello y, a la vez, temible. La representación es exquisita y una prueba de que el estilo puede desviar la mirada actual del asunto que trata. Aquí tenemos a una diosa como es Venus que, en teoría, puede lograrlo todo y que somete a cualquier hombre con los atributos de su belleza, en una flaqueza, una renuncia que puede costarle muy caro. A su lado, tenemos a Cupido con el aspecto indefenso, pero también con la inquietante travesura que siempre ha tenido en la pintura.
Es una presencia que, por instinto, no invita al rechazo, quizá por esa imagen aniñada que le ha concedido la tradición literaria y pictórica. Pero Venus sabe que es una criatura peligrosa que conviene vigilar. De hecho, intenta retirarle una flecha, la del amor, para no ser herida por ella, en cuyo caso su destino estaría cerrado (algo que se ve por el gesto de su mano). Mientras lo hace parece vacilar, caer en la tentación de un beso. Un retrato del peligro que también supone el amor.
CUANDO LA DIOSA RESULTA SER LA MUJER DEL ARTISTA
Todo cuadro tiene su propia intrahistoria, y «Las tres Gracias», de Rubens, que conserva el Prado y ahora está contextualizado con otras obras en la exposición «Pasiones mitológicas», también. En una primera y también inicial impresión, la tela puede resultar engañosa y parecer solo la caprichosa recreación de un artista en el mundo de la belleza, el desnudo, la sensualidad, la abundancia y la representación de la alegría y la vitalidad. Pero este es un cuadro con muchas capas de pintura y que cuenta con más de un significado. El óleo posee su lectura mitológica y esconde sus oportunos secretos. Para empezar, el artista jamás se desprendió de él, lo que ya dice mucho, y cuando murió apareció entre sus pertenencias. Una curiosidad que atrajo a muchos especialistas y que obligó a estudiar con mayor detenimiento qué es lo que representaba la escena.
Los historiadores identificaron pronto que las ropas que penden de una de las ramas no son antiguas, como correspondería a las diosas, sino de uso común en la época de Rubens, y que una de las figuras retratadas comparte un asombroso parecido con las imágenes que se conservan de su segunda mujer, Helena Fourment, una muchacha que cuando contrajo matrimonio con él tenía 16 años (su marido ya superaba los 50). Esto hizo cavilar a más de uno y, también, que comenzara a tomar cuerpo la interpretación de que, detrás del esfuerzo artístico por escenificar el baile, el movimiento y la jovialidad, que suponían unos innegables desafíos pictóricos entonces, había algo más. Quizá, y lo más probable a día de hoy, la intención por parte de Rubens de agasajar a su nueva mujer incluyéndola en una obra mitológica, dando así a entender que, por carácter, por inteligencia y atracción, merecía la pena que ella estuviera entre las tres Gracias.
UN PAISAJE SOBRE LA EXALTACIÓN DE LA VIDA Y EL VIVIR
Los aleros de la bohemia, que tanto seducen a creadores con inclinaciones de maldito, nunca fueron con Rubens, un hombre que se regocijaba en la comodidad y que conjugó con enorme talento pintura, éxito y riqueza. Ningún artista mejor que él para regodearse en los placeres y otros almohadones que ofrece la opulencia. Es el mensaje infiltrado en este «locus amoenus» que representa su óleo «Ninfas y sátiros», toda una exuberancia de talento y de exaltación de la vida y del vivir. Es una escena de carácter mitológico, donde aparecen esas criaturas misteriosas y bellas que habitaban en los márgenes de las fuentes y los ríos, y que seducían tanto a hombres como a dioses: las ninfas. Rubens, al que nunca se le escaparon los matices de la carne, las representa con la beldad que recogen los relatos antiguos en este lienzo que conserva el Museo del Prado y que forma parte de la exposición «Pasiones mitológicas» que ahora puede contemplarse en la pinacoteca. Ellas, que aquí son representadas con los cánones de belleza femenina de la época, son una metáfora de la abundancia y la fertilidad, dos palabras plasmadas pictóricamente a través de la cornucopia que aparece en la composición. Alrededor de esta derivación del Jardín del Edén pueden observarse los sátiros, unas criaturas inquietantes, que intentan atraer a las ninfas y ganarse su confianza con frutos de los árboles. Entre ellos sobresale, en primer plano, con enorme protagonismo, Sileno, seguidor de Dioniso, ligeramente balanceado por el sopor que dan la bebida y la alegría. Una mezcla que muchos desean interpretar como una encarnación del sosiego ante las tribulaciones y las preocupaciones que deja el acontecer de los días.
EL FLECHAZO INMINENTE Y TRÁGICO DE MELEAGRO CON ATALANTA
El amor muchas veces va unido a la tragedia. Sucede con Romeo y Julieta, con Calixto y Melibea y con la historia de Meleagro y Atalanta. El pintor Nicolas Poussin retrató el drama de esta última pareja en este lienzo que conserva el Museo del Prado y que exhibe en estos momentos en la exposición «Pasiones mitológicas». La imagen representa una partida de cazadores con sus armas, monturas y canes para abatir a su presa. Pero si se presta atención al óleo distinguimos en uno de los lados una figura que desentona en este ambiente generalmente asociado a los hombres. Es una mujer de cabellos dorados y atuendo azul. En cuanto reconocemos su nombre, Atalanta, el espectador comprende que detrás de esta escena de acción lo que late es la leyenda que narra el amor de Meleagro por ella. El artista, con sutileza, representa el momento en que él queda cautivado por ella. O lo que es lo mismo, el inicio de unos sentimientos que determinará su triste destino. Según la leyenda, la diosa Artemisa había enviado a Calidón un jabalí enorme, de largos dientes y ojos furiosos para que devastar la zona. El animal pronto provocó la ruina de los campos y sus habitantes decidieron matarlo. Entre los voluntarios que se presentaron para dar fin a la bestia estaba Meleagro. Estaba casado con Cleopatra (no la reina de Egipto), pero no fue obstáculo para que quedara prendado de Atalanta. Ella sería quien asestaría el primero golpe al jabalí y cuando este murió, Meleagro, para honrarla, le entregó el trofeo. Una atención que enfureció a sus tíos. Meleagro, que era de genio, los mató. En justa venganza, su madre, Altea, decidió acabar con el hijo tirano que había sacrificado a su familia. Poussin, con enorme delicadeza, retrata precisamente el momento de mayor felicidad, cuando los amantes se encuentran por primera vez.