“Trigo limpio”: Juan Manuel Gil recupera felizmente su infancia perdida
★★★★
El relato metaliterario ofrece numerosas posibilidades expresivas. Desde que el mexicano Salvador Elizondo formulara el aserto «Yo escribo que escribo que escribo», y Borges lo tomara como referente, se ha ido imponiendo una escritura que habla de sí misma, de los procesos de creación o la construcción de personajes. Como si el lienzo huyera del marco del cuadro, la historia fabulada contempla su propia metodología en un ocurrente juego de espejos con el que el lector penetra en las hondas motivaciones autoriales, sin olvidar que el resultado final es una mixtificada ficción. El reciente Premio Biblioteca Breve ha recaído en «Trigo limpio», de Juan Manuel Gil (Almería, 1979), novela que incide plenamente en esa literatura que aúna la libre imaginación con la teoría (un punto ironizada) sobre la urdimbre retórica de lo fabulado. Desde la voz narrativa del presente, evoca un incidente de aparente banalidad: principios de los noventa, un niño tras una pelota, y la incursión de ambos en la pista de aterrizaje de un semi abandonado aeropuerto.
Esta imprudencia le llevará al cuartelillo de la Guardia Civil para aclarar el suceso; ahí conocerá a un curioso personaje, Huáscar, al que deben validar el pasaporte. Mientras ambos esperan la resolución de sus asuntos, se intercambiarán jugosas historias y vivencias en un diálogo plagado de anécdotas, equívocos y acontecimientos varios. Con el paso de los años, Simón, amigo que fue del joven protagonista, le inducirá a escribir sobre cómo esa circunstancia cambió sus vidas.
Cáustica complicidad
En el curso de esta narrativa compartida surge la metaliteraria reflexión que relaciona el relato ficcional con su repercusión en la sociología lectora: «Es lamentable cuando alguien que se dice lector no entiende nada de lo leído, pero más triste es confundirlo todo. La vida con la literatura. Las personas con los personajes. El autor con el narrador. La verdad con la verosimilitud. Y, lo más preocupante, lo biográfico con lo autobiográfico. Sucede más de lo que cualquiera podría imaginar. Ir por la vida confundiéndolo todo es como no ir por la vida. No sé si me explico. Es una auténtica pena». En un tono de cáustica complicidad e inteligente suspense, el novelista hace partícipe al lector de la necesaria distancia entre realidad y ficción, sin obviar la ambivalencia que también se establece entre ambos conceptos. «El poeta es un fingidor», decía Fernando Pessoa; esta excelente obra lo corrobora.
▲ Lo mejor
La perfecta combinación entre la teoría sobre el arte de narrar y la acción argumental
▼ Lo peor
Nada que reseñar sobre una obra de cuidada factura estilística y bien compuesta trama
Jesús Ferrer