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Revistas satíricas en la Transición: nitroglicerina y tinta china

De 1875 a 1982, estos magacines, repletos de ingenio, recogieron a la perfección la rápida evolución de la calle: de la ilusión al desencanto. Gerardo Vilches, historiador especialista en cómics, habla de todo ello en “La satírica Transición”
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Cuando en España todavía se podía acabar delante del Tribunal de Orden Público, en Las Salesas, francotiradores con tinta china, pistoleros de las teclas, burlaron la censura con el estoque del humor y apedrearon las cocheras del tardofranquismo con el aguarrás del sarcasmo. Aunque debilitado, el régimen todavía era perfectamente capaz de saltar por los aires una redacción, dinamitar una empresa o entrullar a un plumilla. Contra pronóstico, e inspirados en “Charlie Hebdo”, los sucesores y alumnos de Mihura, Álvaro de la Iglesia, Enrique Herreros o Tono, muchos de ellos jóvenes grumetes en una “Codorniz” agonizante, sacaron adelante la siguiente generación de revistas satíricas. Con “Hermano Lobo”, “Por Favor”, “El Papus” o “El Jueves”, un ramillete de genios del humor gráfico y literario coló de matute, bajo la dinamita del chiste solanesco o el gag irónico, todo lo impublicable en los periódicos y revistas convencionales. La nómina asusta: Chumy Chúmez, Gila, Manuel Summers, Forges, Quino, Andrés Rábago (OPS y El Roto), Perich, Máximo, Martinmorales, Nuria Pompeia, Manuel Vicent, Francisco Umbral, Luis Carandell, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Haro Tecglen, Carlos Luis Álvarez ‘Candido’, Rosa Montero, Juan Marsé, Maruja Torres, Fernando Savater, José Luis Guarner, Amando de Miguel…
Gerardo Vilches, historiador, especialista en cómics, publica “La satírica Transición: Revistas de humor político en España (1975-1982)” (Marcial Pons), una suerte de radiografía inmediata y sin filtro de la Transición, del sentir de la calle en aquellos momentos reflejado en las páginas de sátira hiperbólica que llenaban los kioskos. “Fue un gran momento para estas revistas, que suponían los espacios de mayor libertad, con sus dificultades y amenazas, pero que gracias al humor eran un espacio de crítica muy libre y muy inmediato. Un medio muy popular en el que se refleja perfectamente la rápida evolución, de la ilusión al desencanto, que se vivió durante la Transición”.
Fue un boom de la época, pero fue también muy efímero. Vilches se muestra convencido de que “su evolución es reflejo también de la rapidez de las fases que se atraviesan en la transición. Por ejemplo, ‘Hermano Lobo’ viene de un tardo franquismo, resulta más oscura. Tiene un humor negro muy críptico, no directo como se haría en ‘Por Favor’ o ‘El Papus’. Es un avance respecto a ‘La Codorniz’, pero muy rápidamente queda desfasada y aparecen ‘Por Favor’, que supone un avance respecto a ella, y ‘El Papus’, absolutamente ácrata y desatada, aprovechando la reciente libertad. Se queman fases a toda velocidad y eso se ve perfectamente en la evolución de estas revistas. En apenas cinco años España cambia por completo. Un desinterés progresivo de la sociedad por la política empuja también a un cambio hacia un humor más costumbrista, un cómic más tradicional, menos satírico, y se vive una transformación hacia este nuevo modelo”.
Ándrés Rábago (Ops, el Roto) trabajó en dos de ellas, “La Codorniz” y “Hermano Lobo”. “Allí” cuenta “pude conocer a los mejores dibujantes de la época: Tono, Mingote, Julio Cebrián, Chumy Chumez, Máximo, Perich, Forges, Summers… Gente de mucho talento y gran ingenio”, recuerda. “No fue una época fácil para la edición de esas revistas, que en algunas ocasiones se vieron censuradas y multadas”.
Efectivamente, hasta el 68 existía la censura previa, pero en ese año, con la Ley Fraga –ministro de información y turismo en aquel momento– se acaba con ella. “Paradójicamente”, explica Vilches, “lo que consigue esta ley es introducir a las publicaciones en la incertidumbre más absoluta”. Ya no existía aquella censura previa, cierto, pero el Ministerio de Información contemplaba una serie de sanciones posteriores a la publicación. Era mucho más perverso, pues se les socavaba en lo económico: no se retiraba la publicación previamente, sino cuando ya estaba en la calle, con la inversión hecha. A la multa económica –que podía ir de las 5.000 pesetas a las 600.000– se podía añadir la pérdida por la ausencia de ventas, si había un secuestro legal por parte de un juez. Además, también podían sufrir cierres de hasta cuatro meses, lo que podía suponer su desaparición. Para VIlches, “era todo muy ambiguo. El artículo 2, por ejemplo, hablaba de la ‘salvaguarda de las instituciones y la moral’. Es tan flexible, tan interpretable, que podía caber cualquier cosa. Revistas como ‘El Papus’, con la ley en la mano, podrían haber sido objeto de sanciones todas las semanas”.
“Esa ley”, indica el historiador, “lo que daba era herramientas para cerrar las revistas cuando interesase. Desde el punto de vista de la libertad de expresión, el régimen se apunta el tanto de acabar con la censura, pero en realidad era un método más complejo y sofisticado de ejercerla”.
El columnista y escritor Manuel Vicent, que estuvo en el núcleo de “Hermano Lobo”, nos cuenta que “el tema de la revista lo decidíamos cada jueves, en una cena en el restaurante Picardías, donde nos reuníamos. Las recuerdo llenas de carcajadas libres. Era un ‘Hermano Lobo’ oral que, por desgracia, no llegaba a los kioscos”.
Para Rábago aquellos son los años de Ops. Entra en “Hermano Lobo” con apenas 24 o 25 años, y la portada del primer número es suya. “No había consejos de redacción, pero de vez en cuando íbamos todos a cenar a algún restaurante donde yo era básicamente un oyente. Me divertía mucho escuchar sus exhibiciones de ingenio y mala leche. Mi relación principal era con el director, Ángel García Pintado, y con Chumy Chúmez, el alma mater de Hermano Lobo, ambos fueron de entonces en adelante mis mejores amigos”. “Chumy Chúmez fue un genio”, añade Vilches, “el mejor de su época”.
“Durante la dictadura el humor era la única vía de escape”, comenta Vicent, “un consuelo barato de lamerte las heridas, con la ventaja de que contabas con la complicidad del lector. Tenía su riesgo, porque al menor descuido caías en el foso de los cocodrilos. Leído hoy, el humor de ‘Hermano Lobo’ era de un candor inofensivo, pero estaba lleno del talento de los mejores humoristas gráficos que ha producido este país. Chumy, Summers, Ops, Perich y Forges, todos juntos en una revista”.
Algunas de esas viñetas, así es, son candorosas, casi naifs, vistas hoy. Otras, rabiosamente actuales pese al tiempo pasado. Y algunas de ellas, directamente, serían impublicables. “La sensibilidad ha cambiado muchísimo”, reflexiona Vilches. “En la España de los 70 no había ningún tipo de sensibilidad feminista, racial, hacia personas con discapacidades… Pero es que era esa la España de entonces. Incluso los más progresistas hacían chistes con estos temas. Hoy en día sigue habiendo gente que hace humor negro, pero los menos. Entonces era ese el humor ‘mainstream’. La sociedad ha madurado, tiene otras sensibilidades y, por lo tanto, dejan de hacerle gracia ciertas cosas. Hay que entenderlo en su contexto”.
¿Hemos pasado del censor de tijera y rotulador rojo al de dedito hacia abajo en redes y ofendido constante? ¿De la censura oficial a la de la turba enfurecida? El autor de “La satírica Transición: Revistas de humor político en España (1975-1982)” diferencia entre la censura en sentido estricto, “la ejercida desde el poder, con capacidad sancionadora y coercitiva” y “un clima social como el de hoy en día, facilitado porque todos tenemos la capacidad de opinar y hacer llegar a otros nuestra opinión amplificada. Las cazas de brujas, los linchamientos, las campañas de boicot… ese paso siguiente es el que resulta espeluznante».
Para Vicent, autor de libros como “Tranvía a la Malvarrosa”, “Aguirre, el magnífico” y “Ava en la noche”, entre otros, las redes sociales “son la forma que ha adoptado Satán para acabar con el humor. Es repugnante ese albañal”.