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“Hijos del sol”: el pequeño salvaje según Majid Majidi

El experimentado director iraní estrena este viernes 14 de mayo la película sobre el trabajo infantil en su país que le valió los aplausos del Festival de Venecia
CARAMEL FILMS
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En el mismo mundo en el que la tecnología cada día rompe más barreras educativas y el éxito se mide en bucles y se paga en criptomonedas, hay todavía unos 350 millones de niños y niñas entre los 5 y los 17 años que trabajan todos los días. Según los datos de Unicef, la mitad lo hace en condiciones de explotación, sin los descansos reglamentarios y apenas con una retribución simbólica que, sin embargo, puede significar la vida o la muerte para sus familias. Fuera de la vergonzante cifra quedan los que se ven obligados a dedicarse a actividades delictivas u opacas, como es comprensible. Esta situación, junto a la anécdota que conoció de primera mano sobre un colegio del sur de Teherán (zona obrera) que se caía a pedazos por intentar educar con sus propios medios y sin ayuda estatal a los niños trabajadores, llevó al director iraní Majid Majidi a escribir y rodar «Hijos del sol», que se estrena el viernes en las salas españolas.
Entre Boyle y Truffaut
«Irán es un país mucho peor para ser niño ahora que hace 25 años», explica el realizador en entrevista con LA RAZÓN y en relación a «Children of Heaven», uno de sus filmes de más éxito, estrenado en 1997, y en el que también contaba con niños en el reparto principal. Y sigue: «Cada año que pasa, las situaciones económicas y sociales son más complicadas y ellos son las primeras víctimas de la debacle. Las guerras en la zona o la misma pandemia, que crea a la vez un problema económico, harán que la de los niños sea la siguiente gran crisis».
Esos niños a los que la legislación iraní permite trabajar ya desde los 15 pero que según organizaciones como Human Rights Watch empiezan a los 12, toman en la película el rostro del debutante Roohollah Zamani: «Lo elegimos entre un cásting de más de 4.000. Él trabajaba ayudando a su familia, pero al ver su talento natural frente a la cámara quedamos impresionados. Ahora se ha hecho famoso y está trabajando en una serie de televisión. Para mí eso es una alegría, ya que generar esperanza es alguien es suficiente motivo para hacer una película como esta», confiesa.
En «Hijos del sol», Zamani da vida a Ali, el líder de una pequeña banda de niños trabajadores que roba neumáticos de coches de lujo para luego revenderlos o negociar con el caucho. A través de uno de sus «jefes» sin escrúpulos, Ali descubrirá que debajo del colegio al que acuden los que, como él, tienen que ayudar a subsistir a sus familias, hay un supuesto tesoro. Con el beneplácito del conserje del centro y el director del mismo dudando de las buenas intenciones de los menores al matricularse, el filme sirve como retrato naturalista de ese Teherán que va más allá de los titulares sensacionalistas en clave nuclear o política y analiza el hundimiento de facto del «bienestarismo» en uno de los estados que mejor educación llegó a tener en el mundo durante los años setenta.
A medio camino entre un drama social escapista, propio de Danny Boyle, y ese cruce adrenalínico con el cine del primer François Truffaut, como si «Los Goonies» de repente quisiera despertar conciencias en glorioso estallido realista y social, la mirada de lo infantil que proyecta Majidi bebe de su propia experiencia: «Pasé semanas con esos niños en la calle y en el colegio, es verdadero y está creado para los que trabajan, para que puedan estudiar. Y con el fin de dar su versión de la historia tuve ver de cerca sus problemas», explica el director sobre el proceso de escritura del guion, para el que por primera vez ha contado con un colaborador, el también iraní Nima Javidi («Melbourne»): «Es una figura muy relevante en el guion iraní, y muy buen amigo mío. Necesitaba llevar a cabo el trabajo con alguien de una generación más joven», detalla.
El tesoro de la niñez
Esa pulsión más vitalista se traduce en rápidas escenas de acción en el metro de la capital persa, rodadas con cámaras de estabilización automática y más de 150 extras, y también en el desarrollo de la propia historia, como si de un filme de aventuras a la vieja usanza se tratase: «Esa característica tiene raíz en la propia vida de los niños. Yo no he añadido demasiado, trabajan desde hace mucho, y sus vidas, tristemente o no, están llena de emoción, desafíos y situaciones muy complicadas. Quizá por ello la búsqueda del tesoro va quedando en un segundo plano», explica Majidi antes de matizar: «Lo más importante al final son los niños, porque son el verdadero tesoro de cada país».
De esa alta consideración de la infancia, como es normal, surge la duda sobre ese fantasma que parece ser el Estado durante toda la película, con un colegio financiado por los propios vecinos y unos niños pendientes, al final, solo de la caridad de aquellos que tampoco entienden muy bien por qué han de sustentar unas instituciones que nunca serán del todo claras en sus cuentas: «Hay que entender que su forma de estudio es distinta y ni siquiera serían aceptados en los cauces oficiales. Estos niños son sus propios hijos y no podemos dejar que su educación, aunque trabajen, dependa de un cambio de gobierno », remata con vehemencia el realizador.