El Coliseo, ¿un circo de turistas?
El Gobierno italiano ha decidido cubrir la arena del monumento con un gran suelo de madera, valorado en 15 millones de euros, que estará operativo en 2023
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El Coliseo de Roma, uno de los monumentos más icónicos del mundo, es estos días el objeto de una encendida controversia a propósito de la intervención prevista en él por el gobierno italiano. Las autoridades transalpinas han decidido cubrir la arena del recinto con un gran suelo de madera valorado en 15 millones de euros. El proyecto –que lleva pergeñándose desde 2014– verá la luz en 2023, y permitirá el acceso de los visitantes a un espacio por el que, hasta el momento, no podían transitar. La razón de la polémica estriba en que, para especialistas de todo el mundo, esta intervención se explica por estrictos intereses turísticos, y va en detrimento del valor arqueológico del sitio. No en vano, esta inmensa superficie de madera ocultará el hipogeo del Coliseo –es decir, la red de galerías subterráneas que se expande bajo la arena–.
Esta importante rectificación de los restos del Coliseo reabre la discusión en torno a la posición de dependencia que la cultura en general –y el patrimonio en particular– tiene con respecto al turismo. De hecho, desde la crisis de 2008 –cuando los presupuestos para este sector menguaron ostensiblemente–, el discurso de la rentabilidad de la cultura se ha abierto paso como la única estrategia posible para asegurar inversiones en este campo. Atendiendo a dicho prisma, la cultura es buena y necesaria para la sociedad no por los valores intangibles que representa, sino porque atrae turistas y, por ende, resulta beneficiosa para la economía de un lugar.
Este mensaje es un arma de doble filo: de un lado, vende a la cultura como un sector productivo que participa directa y objetivamente en el desarrollo económico de la sociedad; pero, de otro, enfatiza una dimensión completamente economicista de la experiencia cultural, en virtud de la cual sólo las experiencias culturales rentables deben ser salvadas de la quema de la desinversión. Y, claro está, hay muchas realidades y proyectos culturales que no resultan rentables económica y turísticamente, pero que se revelan esenciales para la vida y la identidad de una población.
El caso del Coliseo romano es especialmente significativo en este sentido. La necesidad de lograr una experiencia lo más inmersiva posible para el visitante, y ampliar así su atractivo turístico, conlleva la ocultación de algunos de sus principales recursos arqueológicos. El Coliseo ofrecerá más emociones a quienes compren tickets pero perderá capacidad para hablar y transmitir sobre el pasado. Y lo que es peor: la estructura de madera podrá dañar elementos del hipogeo. La fórmula mágica para salvar la cultura –su alianza con el turismo– corre el peligro de convertirse en causa de su perversión, y –lo que es todavía peor– en el cuello de botella que estrangule su crecimiento. Si solo es buena cultura aquella que aporta turismo, lo mejor de nuestro patrimonio y artistas desaparecerá.