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Antonio Ortuño: “En México todos los días sabes de alguien a quien le ha desaparecido un ser querido”

El autor mexicano publica “Esbirros” (Páginas de Espuma), libro de relatos donde refleja las diferentes relaciones de poder que envuelven a nuestra sociedad
Photo: Daniel Mordzinski

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Un esbirro es aquel que comete atrocidades a cambio de dinero o, simplemente, quien ejecuta las órdenes de otra persona. Esbirros somos todos. Del qué dirán, de quienes nos gobiernan, de las redes sociales, de nuestros superiores o del propio prejuicio intrínseco a la sociedad actual. Así lo ve y refleja Antonio Ortuño en “Esbirros” (Páginas de Espuma). El autor mexicano, uno de los escritores actuales más reconocidos de su país, retrata en este libro de cuentos las relaciones de poder vistas desde diferentes ángulos. “Es un tema central en mi escritura”, asegura, de tal manera que estos relatos recopilan algunos “de los que he escrito para revistas, antologías o que estaban en mi disco duro de mi computadora”, aquellos que contienen “una relación de poder visible en alguna parte del relato”.
-¿Quiénes son esos “Esbirros”?
-Son prácticamente todos. Desde el juez de una ciudad “miliunanochesca”, hasta el escriba y notario de una familia rica más o menos medieval, así como un oficinista o un publicista. Parte de la condición del esbirro que me resulta fascinante es su posición de bisagra: el esbirro a veces es jefe, y puede ser un déspota o un terrible villano, pero va a tener siempre a alguien arriba y va a estar siempre a su merced. A casi todos los personajes de los cuentos de este libro les está a punto de caer una ola encima y no tienen paraguas para protegerse del agua.
-Estos personajes, ¿nacen de su propia experiencia o de su observación hacia la sociedad?
-Depende del cuento. Un escritor siempre tiene esas fuentes primarias que son la experiencia propia y la memoria. Si escribes sobre un latigazo y tú recibiste uno, vas a remitir a tus propias sensaciones. También está la imaginación, esa capacidad de retorcer las cosas y unir los puntos que no están unidos en la realidad, pero sí en el cuento. A veces están entremezcladas: le das un barniz libresco a algo que tiene que ver con un recuerdo personal, y en otros casos al revés, das la sensación orgánica de que lo viviste pero realmente te lo estás inventando. Es cuento por cuento, pero está todo presente. La idea de los esbirros funciona porque casi todos hemos estado en esas posiciones: hemos sido los hijos en la casa o los alumnos en la escuela y, aunque hayamos llegado a lo más alto o seamos Michael Jordan, en algún momento fuimos esbirros.
-Como escritor, ¿de quién es esbirro y quién es esbirro suyo?
-Uno depende un poco de su fortuna. Siempre vas a estar a merced de los lectores. Por más que seas amigos de todos los editores del mundo, que otros colegas escritores te ayuden, la última palabra en literatura siempre la tiene el común de los lectores. Pasa un poco como los toreros, porque divides opiniones, no hay un escritor que le guste a todo el mundo. La literatura es una actividad un poco extraña, porque desde fuera es una burbuja mínima y desde dentro es el universo entero.
-Pero quizá el lector sea menos esbirro que quien no lee. Al final, la lectura ofrece un sentido crítico extra...
-Absolutamente. Reconocerse como esbirro ya es un paso mayor que sencillamente experimentarlo. Es más difícil y menor la gente que de verdad hace una reflexión sobre el papel que desempeña en la construcción social de la que forma parte. Así sea una gran empresa o un negocio particular, esas relaciones de poder existen. Y no solamente en lo laboral, sino también en la escena de la intimidad, en la familia, o en los grupos de amigos. Es difícil encontrar relaciones de poder sanas, el poder en general suele ser bastante truculento y suele llevarnos desde el novio celoso que levanta la voz hasta el jefe delirante que encadena a los trabajadores a las sillas.
-Entonces, ¿en “Esbirros” hace un retrato de todas esas relaciones de poder?
-Así es. Hay un cuento, “El horóscopo dice”, cuya narradora es una mujer que tiene una relación complicadísima con su padre, que es una especie de pequeño tirano casero, y además es obrera de una fábrica en un barrio muy peligroso, como desgraciadamente hay muchos en México, donde la gente desaparece, las raptan y se las llevan. Hay como varias capas de poder que la aplastan, y ella misma a su vez no soporta la compañera con la que cada día camina de regreso de la fábrica hacia su casa. Es una especie de víctima inane y además tiene el poder de la voz. Algo que para mí es muy importante es que la mayoría de los cuentos están narrados en primera persona, y eso le da poder al esbirro. Ese es el poder que tiene la literatura, el de tener la palabra, aunque a tu personaje le estén dando por todas partes.
-¿Qué papel juega México en sus cuentos?
-Hay relatos en los que está muy presente. En general, cuando escribo estoy pensando en México, aunque no localice el relato geográficamente. Hay uno de los cuentos, “Tiburón”, que tiene que ver con esa hiper violencia mexicana espeluznante de todos los días, que comienza con algo que le dice un policía a un paramédico: “En México mejor no levantes ni una piedra”. Porque, si la levantas, encuentras un cadáver. México es un país hospitalario, maravilloso, con un enorme desarrollo cultural, una sociedad muy compleja, con ciudades enormes, pero que a la vez vive sumido en esa violencia extrema. Con miles de homicidios todos los días, con armas circulando por todas partes...
-Visto desde fuera, la violencia suele ser tema candente cuando se habla sobre su país...
-Parte de lo fascinante de México es que es una mezcla muy dura de muchas cosas diferentes. La violencia tiene un lugar preponderante. Puede pasar en tu calle, en el barrio de al lado, o te puede pasar como a mí, que un día cruzaba un puente elevado y abajo le estaban prendiendo fuego a unos autobuses. A veces esa tragedia te golpea directamente. Conocidos y amigos han tenido parientes secuestrados. Todos los días recibes el mensaje de alguien a quien le ha desaparecido un ser querido. Y a la vez tratas de vivir. Pero también hay edificios, bibliotecas, cines, tradición, restaurantes... entonces vives en un sitio que es como otro cualquiera, pero con la dimensión de pesadilla.
-De todos los niveles de violencia que existen (sexual, familiar, laboral...), ¿cuál es el que más le preocupa?
-Como escritor, tengo una postura más complicada. Porque yo no concibo al escritor como una especie de juez de los partidos de tenis. En los cuentos no me interesa la ética, sino más bien las posibilidades de la experiencia humana. Por ejemplo, es muy diferente entrar a un lugar y decir “cuánta injusticia hay en el mundo, allá afuera vi a un pobre loco”, a entrar y decir “allá afuera hay un tipo mascando vidrios”. Porque en la primera parte hay un juicio moral directo, una especie de conmiseración, reduces a la persona a ser un loco, y en la otra parte estás dando cuenta de un hecho físico, que tú no sabes si está loco o no, por qué está haciendo eso, si le va bien o mal en el mundo o en qué punto está su mente. Yo busco ese acercamiento a la experiencia humana que no está mediatizado en primera instancia por los juicios éticos.
-Al final, la sociedad es esbirro de esos prejuicios...
-Totalmente de acuerdo. Hay tantas etiquetas en el aire, y la gente encuentra tantas presiones para encarnar ideas sobre identidades personales o colectivas, sobre nacionalismos, sobre la gente de esta ciudad somos de esta manera... En ese sentido, la literatura es contraria de todo eso, porque es la demostración permanente de todo lo individuos que somos. Escribir es un ejercicio de libertad y de riesgo personal absoluto, porque escribes solo y lees completamente solo. Las lecturas colectivas son horrorosas, en las escuelas, en los partidos políticos. La lectura nos tiene que individualizar, aunque hablemos de temas que nos involucren a todos, pero cada uno de manera diferente. No me gustan los hechos unívocos.

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