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El teatro de la locura

Coinciden en la cartelera madrileña tres propuestas muy diferentes entre sí, pero con un denominador común: la preocupación por el sufrimiento mental
LosdedaeTeatro Galileo

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Una de esas cosas que se aprenden, o aprendían, en la Facultad de Ciencias de la Información, que no «de Periodismo» (que luego se enfadan, con razón, los audiovisuales y los publicistas), es que no siempre la agenda pública, los problemas de la de la gente de a pie, coincide con la de políticos y medios de comunicación. De hecho, inmersos en la crisis del 2007, nos decían que no fue hasta ese contexto de «emergencia» que ambos «bandos» aproximaron su «top 5» de preocupaciones por aquello de que en situaciones críticas sacamos lo mejor (a veces, también lo peor) y tendemos a unirnos. Y quizá sea por caprichos de esta teoría por lo que, a mediados de marzo, llamaba la atención que un político, Íñigo Errejón, sacara en el Congreso un tema tan corriente y poco electoral como importante, aunque no cope los titulares: la salud mental.
Sirvió la bronca del Hemiciclo, otra, para dar un pasito más en la visibilidad de dichas dolencias y, así, ganarse un hueco en las pantallas públicas por unos días. Y dentro de toda esta vorágine aparece el arte, el teatro, en este caso, de nuevo. Mil y una veces se nos llena la boca diciendo eso de que los escenarios son el lugar en el que reflejar la realidad y contar de una forma diferente los problemas comunes. Hacer pensar al espectador sin la necesidad de darle respuestas. Y recogiendo el guante del señor Errejón (más por casualidad que impulsado por este, pues la programación ya viene de antes), la cartelera de Madrid propone de aquí al domingo tres montajes que giran en torno a casos reales y muy diferentes de ese sufrimiento mental que, entre otros, ya abordó Pablo Messiez hace unas pocas temporadas con «He nacido para verte sonreír».
Por su parte, Sandra Ferrús ha vuelto a Madrid con su propia experiencia en «El silencio de Elvis» (Teatro Español), donde Vicentín, un chico diagnosticado de esquizofrenia, tiene el alma del cantante en su interior y su deseo es concursar en todos los «realities» de la televisión. Pero su cruz es la de sufrir una enfermedad mental en un país en crisis: «Hace años coincidí en un ascensor urbano con un chico que claramente sufría una enfermedad mental –presenta la directora y dramaturga–. Recuerdo que fueron los dos minutos más largos de mi vida. Yo estaba con mi bici y él, frente a mí, mirándome fijamente y balanceándose. Era corpulento, estaba segura de que me iba hacer daño. Pase un miedo terrible. Cuando por fin se abrió el ascensor mi corazón golpeaba fuertemente en mi pecho, salí corriendo de allí. El miedo se fue convirtiendo en ira, tenía 13 años y recuerdo que pensé ¿Cómo dejan a gente así en la calle?», explica. El episodio dejó tal huella en la autora que reconoce que «cada vez que me encontraba con “gente de este tipo”, me producía rechazo».
Pero pasados los años le tocó ponerse en el otro lado. Una «trágica circunstancia», dice, que le obligó a documentarse a fondo: «Me encontré con que estas personas no solo sufren exclusión social, sino que son castigadas por nuestro sistema judicial. Actualmente nuestro país atraviesa una crisis a todos los niveles, económica, social, de confianza, de valores... Y en estos momentos sufrir una enfermedad mental es doblemente una putada, con perdón». Es con esta experiencia con la que nació la necesidad de Ferrús de darle voz a todos ellos. «Poner voz desde el sitio que yo conozco: desde las tablas, el amor y la alegría. Sin mayor pretensión, lo único que me gustaría es que todos podamos conocerlos un poco más de cerca».
También aborda el sufrimiento mental la pieza Bárbara Bañuelos, que, aunque lo hace de otra manera en «Mi padre no era un famoso escritor ruso» (en el Teatro de la Abadía desde hoy), igualmente utiliza sus propias experiencias para levantar la función: «Mis procesos creativos tienen como punto de partida un yo autobiográfico que se convierte en un yo expansivo (un nosotros) en el proceso de investigación-creación. Conceptos como memoria, imaginación, tiempo, realidad-ficción se relacionan y se ponen en juego para pensarse desde otro lugar». Un proyecto de investigación personal que tiene como punto de partida un silencio familiar «y la necesidad de reconstrucción de la historia de mi abuela paterna».
Así, la creadora, sin hacer «spoilers», presenta un «documental escénico sobre el cuerpo y el sufrimiento mental», comenta, que reflexiona sobre cómo esos cuerpos y esas voces diferentes se encuentran con una sociedad que estigmatiza otras realidades, otras formas de estar en el mundo. «Una experiencia individual y subjetiva que en el acto de compartirla se convierte en social», añade Bañuelos del proceso creativo que ha evolucionado a un montaje en el que se da voz a alguna de las preguntas originales y que ahora el público puede leer en alto: ¿por qué vemos los jóvenes el suicidio como una solución?, si me diagnosticaron algún trastorno de salud mental, ¿prescribirá algún día como una patología aguda o me acompañará de por vida?, ¿por qué a las escuelas se les capacita para recibir niños con diabetes, parálisis cerebral... pero no con problemas de salud mental?...
La tercera pieza que versa sobre la mente llega al Teatro Galileo de la mano de Losdedae y de su líder, Chevi Muraday (que comparte escenario con Inés Valderas): «Le Plancher», donde se sube a las tablas la historia de Jeannot, un joven campesino de Bearne (Francia) que, al enterarse del fallecimiento de su madre en 1971, ordenó que enterrasen su cuerpo debajo de la escalera de su casa. El protagonista dejó de comer y comenzó a grabar en el suelo de su habitación un importante texto hasta que murió a las pocas semanas. El piso fue descubierto en 1993 y adquirido por el psiquiatra retirado Dr. Roux, que diagnosticó una «psicosis grave». Años más tarde, esa misma plancha de 15 metros cuadrados y 80 líneas se exhibiría en la Biblioteca Nacional de Francia «para combatir la vergüenza y los prejuicios que pesan sobre las enfermedades mentales».
Losdedae se adentra de esta manera «en el estigma social que supone para un joven como Jeannot el sobrevivir con un problema mental ante una sociedad y sus prejuicios, sobre el legado y la reflexión que todo el mundo tuvo que hacer después de su única obra y de su muerte», aseguran desde la compañía. Cogiendo como lema la frase de la artista Louis Bourgeois, «Art is a guaranty of sanity» («El arte es garantía de cordura»), Muraday busca reflexionar con la danza «sobre ese lugar tan común en esta sociedad inestable, donde el individuo se ve señalado por circunstancias poliédricas en las que todos en algún momento nos vemos inmersos», cierra.
  • Dónde: Teatros de la Abadía, Galileo y Español, Madrid. Cuándo: hasta el 13 de junio. Cuánto: de 6 a 18 euros.