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Frida Kahlo y León Trotski, crónica de un amor descarado: “¿Debo dejarte en las odiosas manos de Diego?”

En el 114 aniversario del nacimiento de la pintora mexicana, recordamos una de sus relaciones más fugaces, apasionadas y que acabó en tragedia
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La pasión fue el vehículo vital de Frida Kahlo. Durante su vida, plasmó el entusiasmo por los sentimientos, buenos o amargos, tanto en su pintura como en sus relaciones amistosas y amorosas. Siendo Diego Rivera su inconfundible y eterna pareja, la artista también compartió momentos apasionados con Chavela Vargas, Nickolas Muray o Jacqueline Lamba. “Enamórate de ti, de la vida, y luego de quien tú quieras”, decía Kahlo y hoy, cuando se cumplen 114 años de su nacimiento, recordamos otra relación amorosa, incluso dolorosa, que sacudió la vida de Kahlo. Por él acabó en la cárcel, por él evolucionó en su pintura y por él sufrió una intensa crisis con Diego Rivera. Se trata del político y revolucionario ruso León Trotski.
Fueron tan solo unos meses, pero dieron de qué hablar. Todo comenzó en 1937, cuando la pintora tenía 29 años y Trotski 57. No es desconocido que tanto Kahlo como su pareja entonces, Diego Rivera, eran comunistas, siendo miembros intermitentes del Partido Comunista Mexicano desde 1927 y plasmándolo incluso en sus obras de arte: en “El Arsenal”, Rivera pintó a Kahlo junto a una serie de soldados y bajo la hoz y el martillo. Por ello, siguieron de cerca la Revolución Rusa que lideró Trotski y a éste le consideraron como un héroe.
Cuando Iósif Stalin alcanzó el poder, el comunismo ruso se dividió entre estalinistas y trotskistas, de manera que el líder revolucionario fue exiliado y, tras deambular por diversos países, el 9 de enero de 1937 atracó, junto a su esposa, Natalia Sedova, en Tampico (México). Fue el propio Rivera quien convenció al entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, para ofrecerle asilo político a Trotski y a su esposa. No obstante, cuando llegaron Rivera estaba enfermo, por lo que fue Kahlo quien fue al puerto a recibirles en nombre de su pareja. Y ahí comenzó todo.
“Frida, amada. Al contemplar esta noche tu rostro de cervatillo, he descubierto que jamás conseguiré hacerte a un lado de mi cabeza no se diga de mi corazón”, se puede leer en una carta que Trotski escribió a Kahlo. “Dejo este papel debajo de tu puerta (...). Te amé desde siempre y a escondidas. Me encontraba dueño de un juego de principios en los que me arrellanaba como un castor, y esquivaba el fantasma de tu bigote, tu porte de soldado y esa sed de besos. ¿Debo dejarte en las odiosas manos de Diego?”.
Ante estas palabras, Kahlo respondía con su pintura. La artista le dedicó un autorretrato a Trotski, donde aparece un papel dibujado en el que escribía: “Para León Trotski, con cariño, dedico esta pintura, el día 7 de noviembre de 1937. Frida Kahlo. En San Ángel, México”. En la obra, aparecía una Frida imponente, de gran belleza, entre cortinas blancas, con uñas pintadas y un maquillaje elegante. Asimismo, la pintora también hizo un retrato de Trotski.
El romance comenzaba a ser, por tanto, descarado. Y Natalia Sedova no tardó en darse cuenta. Si bien entre pintora y político hablaban en inglés, idioma que no controlaba Sedova, ésta decidió darle un ultimátum a su esposo: “Es ella o yo”, según explica Gerry Souter en su libro sobre Rivera. Ante esto, parece que Kahlo, impulsiva, fugaz, pasional, se cansó pronto del romance, esfumándose cualquier tipo de atracción pocos meses después. En cuanto a Rivera, por supuesto, según explica De Cortanze en su libro sobre el artista, vivió un gran momento de tensión respecto a Trotski: le envió un macabro regalo, una calavera con la palabra “Stalin” escrita en la frente.
Pero no fue lo último que Kahlo vivió respecto a Trotski. A medida que se reproducía el poder de Stalin en Rusia, la ideología de Rivera y Kahlo variaban. Los enemigos contra el revolucionario aumentaban y el miedo de éste a ser asesinado crecía. Un temor que, no obstante, traía desde casa: según cuenta Hayden Herrera en la biografía que realizó sobre la pintora, Trotski no quiso bajar del barco a su llegada a México hasta que no viera una cara conocida. “Seré asesinado por uno de los de aquí, o por uno de mis amigos de fuera, pero alguien con acceso a la casa”, afirmó.
Así, el 20 de agosto de 1940 Ramón Mercader, un agente encubierto que trabajaba para Stalin, mató a Trotski. Aunque ya había pasado tiempo desde el romance con Kahlo, sí que se habían visto un año antes, lo que provocó que, además de por su inclinación ideológica hacia el estalinismo, la pintora fuera encarcelada acusada de ser sospechosa y cómplice del asesinato. Un día después, fue puesta en libertad y viajó a San Francisco, donde se encontró con Rivera.
La relación entre Trotski y Kahlo fue, por tanto, además de visceral y descarada, fugaz y determinante. La artista, después del asesinato del político, no cesó en su pintura política, así como dejó para la historia, junto con su amplio y único legado pictórico, una anécdota dela que se extraía su implicación por vivir la vida, por sentirla sea como sea en su piel y no temer nunca a la evolución, la novedad y el cambio.

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