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Cine

Festival de Cannes

Asghar Farhadi y el poder destructor de la bondad

Con «A Hero», el director iraní pisa Cannes por cuarta vez

De izquierda a derecha, Asghar Farhadi y Amir Jadidi en la presentación de "Un héroe" en el Festival de Cannes. EFE/EPA/Sebastien Nogier
De izquierda a derecha, Asghar Farhadi y Amir Jadidi en la presentación de "Un héroe" en el Festival de Cannes. EFE/EPA/Sebastien NogierSebastien NogierEFE

¿Qué haría usted, lector, si se encontrara una bolsa con diecisiete monedas de oro por la calle y su venta le pudiera salvar de volver a la cárcel? El cine del iraní Asghar Farhadi se sustenta sobre esos dilemas morales que podrían extenderse en conversaciones de sobremesa o debates académicos, y que siempre nos llevarían al mismo lugar: qué significa la responsabilidad individual, si existe el libre albedrío, quienes somos nosotros para juzgar al prójimo, si hay algo más ambiguo que el concepto de verdad. «A Hero», la cuarta vez que Farhadi compite en Cannes (ganó el premio al mejor guion en 2016 por «El viajante»), añade una nueva idea a ese kit ético y estético, a saber: el poder destructor de la bondad, sobre todo cuando el sistema quiere instrumentalizarla en la esfera pública o demonizarla como acto impuro e hipócrita.

Rahim (Amir Jadidi: una mirada y ya estás con él) es buena persona. Incluso sin saber muy bien cómo definir a una buena persona, sabes que las buenas personas también pueden meter la pata, una y otra vez. Farhadi debe haberse acordado del padre de «Ladrón de bicicletas», que tiene que robar una delante de su hijo para recuperar su trabajo y perder su dignidad. Cuando Rahim se convierte en héroe, y cuelga carteles para devolver la bolsa en cuestión a su dueño, sabes que su buena racha no puede durar mucho, y que, como siempre en el cine de Farhadi, aparecerá alguien que querrá pruebas para cotejar las palabras y los hechos, en aras de una verdad que nunca será completa, que tendrá una parcela oscura y mentirosa que hará tambalear la frágil estabilidad del protagonista.

Todos mienten, y todos tienen sus razones. Como en «Nader y Simin, una separación», que sigue siendo su mejor película, cada (mala) decisión conduce a complicar el relato, cada cambio de escena es un giro sorpresa, y algunos de ellos resultan, por acumulación, más forzados que otros. Pero es innegable que Farhadi es un arquitecto excelente, y que el torbellino de vigas y pasadizos secretos que construye en «A Hero» te sumerge en la historia de este hombre sin futuro desde los primeros minutos de metraje, hasta el punto de que no tienes espacio mental para discutir con el filme sus a veces manipuladoras estrategias narrativas. El humanismo de Farhadi es algo maquínico, implacable, determinista, y aplasta tus juicios: las desgracias se desarrollan a tal velocidad que no hay modo de distanciarse del relato.

Todo el mundo miente

Después de un arresto domiciliario de veinte meses, se supone que por haber malversado dinero de las subvenciones del gobierno (censura habemus), Kirill Serebrennikov ha podido volver a rodar, aunque aún no se le permite salir de Rusia. La adrenalina acumulada durante este periodo de encierro se desborda en «Petrov’s Flu», donde hay una pandemia gripal que, al menos al protagonista, le permite alucinar y fantasear todo lo que quiera (y a su mujer, convertirse en supervillana con el deseo a flor de piel). Como el Leopold Bloom de «Ulises»,

Petrov solo quiere volver a casa, pero su camino es el de la odisea existencial, que mezcla tiempos, espacios y personajes sin que Serebrennikov nos dé una brújula para orientarnos. Podríamos decir que es una especie de «Amarcord» pero sin apenas respiros poéticos, una oleada de excesos agotadora a la que le falta un objetivo definido. Los puntos de vista narrativos mutan sin avisar, los personajes atacan asuntos que no contribuyen a la empatía y el empaque visual, aunque vistoso, es tan confuso como su narrativa. ¿Espectáculo inmersivo de la memoria? Más que inmersivo, disuasorio.