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JFK: la penúltima conspiración

El siempre polémico Oliver Stone presenta un documental sobre el asesinato del presidente de EE UU, más de dos horas vibrantes que ahondan en las tesis y teorías que ya desplegó en su filme sobre lo que sucedió en Dallas
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Stone refuta la utopía norteamericana del tipo hecho a sí mismo y da la razón a Ortega y Gasset cuando afirma que el hombre es él y sus circunstancias. La Historia, probablemente la mayor fuerza del universo después de la gravedad, ha moldeado la conciencia del director y condicionado su pensamiento, su obra e ideología de una manera evidente y clara. Es casi el arquetipo de una voluntad fraguada por los acontecimientos vividos. El trauma de Vietnam lo retrató con abierta y reconocible crudeza en «Platoon» (1986), la primera película americana que desvelaba que los soldados de los pelotones se mataban entre sí por rivalidades que rayaban en lo absurdo, y «Nacido el 4 de julio» (1989) era un duro filme sobre los veteranos que regresaban del conflicto y el rechazo que sus heridas, traumas y lesiones provocaban en la misma sociedad que antes los había jaleado como héroes. Con «The Doors» (1991), sobre Jim Morrison con los mimbres habituales del «biopic», entraba en la herencia de los movimientos de los sesenta y «Wall Street» (1987) abordó la desmesura de un sistema capitalista de cuya deriva somos testigos hoy.
Controvertido, polemista, radical, que dirigió unos documentales sobre el nacimiento de EE. UU. que levantaron ampollas en el público, Oliver Stone se ha erigido en una voz incómoda para muchos, aunque en el fondo no es más que un idealista, un moralista que cree, con una firmeza que raya en la ingenuidad, en los ideales más altos, puros y abstractos que, se supone, encarnan la bandera norteamericana. Algo que traslucen filmes como el de Snowden, el analista que decidió hacer público el sistema de espionaje de la NSA y la CIA.
Pero si existe un hecho que ha condicionado su carrera profesional ha sido el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, un asunto sobre el que vuelve ahora con el documental «JFK revisited: through The Looking Glass», una epopeya de dos extenuantes horas de duración que se basan en los informes gubernamentales desclasificados por Trump en 2017. Cerca de tres mil, en concreto 2.800, que, según su lectura, apoyarían en gran parte su versión sobre el mayor magnicidio de esa nación (con permiso del asesinato de Lincoln, otra de las heridas abiertas en el país de las barras y estrellas).

Un enjambre de teorías

La muerte de Kennedy ha dado tanta literatura en EE.UU. como la Guerra Civil en España. Este suceso pertenece al ADN de los norteamericanos, algo equiparable al dolor que todavía provoca Pearl Harbor. Lo que ha dado pie a multitud de teorías sobre el asesinato, algunas francamente disparatadas, como la que asegura que, en el fondo, se debió a que el guardaespaldas que conducía el coche presidencial tuvo un problema con el arma y se le disparó, un asunto difícil de asumir. Es cierto que alrededor quedan enigmas que no se han resuelto y extrañas coincidencias que animan a que los amigos de las fabulaciones se dediquen a tejer teorías conspiranoicas. Un ejemplo son los fallecimientos sin esclarecer de algunas personas que presenciaron lo que ocurrió aquel día en Dallas. Uno de estos testigos, el que afirmó que había distinguido humo proveniente de un disparo en un montículo situado en el recorrido de la caravana del presidente, murió en un accidente de carretera cuando circulaba solo por ella (algo inusual, desde luego). Otro abandonó este mundo al suicidarse repentinamente: el pequeño inconveniente es que era zurdo y el arma se encontró en su mano derecha.
Robert Kennedy, hermano de John, tampoco ayudó demasiado a cortar rumores con las decisiones que adoptó, aunque, en este caso, resulta comprensible y hasta legítimo. La desaparición del cerebro de JFK ha dado mucho de hablar. Siempre se ha dicho que si se hubiera conservado se podría conocer la trayectoria de la bala debido a que la masa encefálica es como la cera y el recorrido del proyectil sería visible. Pero Bob, que temía lo peor, se preocupó de que desapareciera para que, con los años, no se convirtiese en una reliquia que se exhibiera por museos de todas partes. Lo mismo hizo con el primer féretro que trasladó su cuerpo.

Nuevas hipótesis

Pero, ¿cuál es la teoría de Oliver Stone? En este documental acaba señalando como responsables al FBI y la CIA. Esto apuntala lo que adelantó en uno de sus trabajos más avalados, «JFK» (1991), probablemente, el que le dio mayor fama y el que popularizó su nombre –aunque ya había destacado como guionista en «El expreso de medianoche» (1978) y «Conan, el bárbaro» (1982), que arrasó en taquilla–. En este título, que contaba con Kevin Costner, argumenta que todo había sido una trama urdida por el Gobierno de Estados Unidos y a las resistencias que en las instituciones despertaba la nueva política de la Casa Blanca. En el largometraje refutaba la teoría oficial. La que defiende que a Kennedy lo eliminó un lobo solitario, Lee Harvey Oswald, y que a él lo mató, a su vez, otro lobo solitario, Jack Ruby. Demasiados lobos solitarios, incluso para Estados Unidos.
Según Stone lo que había detrás de esta muerte es un conglomerado de fuerzas oscuras vinculadas al Estado, entre las cuales estaba la CIA. Los motivos eran evidentes. Ningún militar le perdonó que no respaldara Bahía Cochinos, una operación planeada para sacar a Fidel Castro del poder en Cuba, y, sobre todo, que hubiera negociado con Moscú, en medio de las tensiones de la Guerra Fría, para que la crisis de los misiles no se convirtiera en una confrontación bélica (de hecho, pocas veces el mundo estuvo tan cerca de una Tercera Guerra Mundial). A esto había que añadir otro punto relevante, si no crucial: su disconformidad y recelos para entrar de lleno en Vietnam, una guerra colonial que en Washington se interpretó, de manera errónea, como un pulso para mantener la hegemonía frente al comunismo. Otro filme, esta vez de Steven Spielberg, «Los papeles del Pentágono», denunciaba precisamente que dicho organismo y la CIA conocían con antelación, casi desde el principio para ser exactos, que ese conflicto jamás podía ganarse y que iba a suponer mucho dinero y conllevar bastantes vidas humanas. Pero existían numerosos intereses empresariales en EE. UU. para que se destacaran fuerzas en Indochina. Entre ellas estaba la industria armamentística, un lobby poderoso, con influencia entre las instancias más altas, que estaba en contra de JFK y su timorata posición en el asunto. Varios de los dueños que había detrás de estas compañías, sin embargo, eran cercanos a Lyndon B. Johnson, el hombre que sucedió en la presidencia a JFK.
Oliver Stone vuelve a poner sobre la mesa cuestiones de evidente importancia: la trayectoria de las balas, la manipulación de las pruebas, la desaparición de fotografías del cadáver, la cuestionable autopsia que se hizo y la comisión Warren, que no convenció a nadie y contiene numerosos errores. Intercala este amplio menú con declaraciones de veteranos historiadores que han examinado los documentos y pruebas que se conservan. Unas declaraciones que hacen hincapié en las contradicciones que todavía se mantienen alrededor de este caso y que, más que esclarecer, ponen de relieve los puntos oscuros que existen. Pero Oliver Stone también cuenta datos interesantes, como la existencia de otros dos planes para acabar con JFK, aunque esta vez los escenarios eran Tampa y Chicago. Y no se olvida de Harvey Lee Oswald, para él, el cabeza de turco de toda esta operación, y que no sería más que un hombre de paja del asesinato. Un asunto, como él mismo reconoce, que todavía está lejos de resolverse. De momento, Trump evitó que salieran a la luz alrededor de trescientos documentos. Dicen algunos que en ellos está la clave. Para cuando se liberen y se pongan a disposición del público, que nadie lo dude, ahí estará, leyéndolos, Oliver Stone.