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¿Promueve el cine la eutanasia?

Los directores lo achacan al individualismo de la sociedad y urgen que crezca la visibilidad de los cuidados paliativos
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Manuela no entiende por qué Ramón se quiere morir. Se ha dedicado en cuerpo y alma a cuidarle desde que ese maldito accidente serró su columna y lo dejó postrado en una cama. La vida ya le ha dado mucho palos, se le nota en el rostro. Pero no ha sido hasta ahora cuando se ha planteado el valor que tiene. Para ella, siempre merece la pena luchar. De tú a tú. Sin tenerle miedo a la muerte porque ésta, a fin de cuentas, no es más que una parte más del camino. El personaje interpretado por Mabel Rivera en Mar adentro, de Alejandro Amenábar, es un reflejo de la incomprensión que sienten tantos familiares al observar impotentes cómo un ser querido decide irse de su lado. El cine no es ajeno al debate que genera el choque entre los partidarios de los cuidados paliativos y los defensores de la eutanasia. De hecho, desde hace tiempo, se percibe que se está lanzando una campaña a favor de los segundos. Ése fue el tema principal que se trató ayer en el ciclo Vivir y morir con dignidad, organizado por CinemaNet. En él, Manuela no sería la única en alzar la voz. Y, lo que es más importante, por fin sentiría que otros entienden su miedo.
La lucha por la vida no debe ser un combate contra la muerte porque, tarde o temprano, será una batalla perdida. A través del trabajo del doctor Pablo Iglesias, Carlos Agulló enseña a ver las cosas de otra manera. Pues no es tanto una cuestión de morir dignamente, sino de hacerlo bien hasta el último momento. “Éste es un tema que nos interesa a todos, pero al que casi nadie se quiere enfrentar”, explica el autor de Los demás días. Mientras rodaba este documental, se percató de que para los ocho pacientes que recibían el tratamiento, lo más importante eran los momentos de intimidad con su familia. Lo mismo le ocurrió a Jack McKee. Es un cirujano exitoso. Sin embargo, su trato con los pacientes también es bastante deficiente y su actitud en el quirófano es muy conflictiva. Así continúa, hasta que al protagonista de El Doctor, de Randa Haines, le diagnostican un cáncer de laringe y es atendido como enfermo en su propio hospital. Es significativo su cambio de actitud desde cuando pregonaba que las funciones de un cirujano eran “diagnosticar, operar y salir”, hasta cuando les pide a sus pupilos: “Habéis dedicado mucho tiempo a aprender nombres latinos de las enfermedades, ahora vais a entender que los pacientes tienen su nombre”.
Esa falta de información puede resultar perjudicial aunque se presente como un acto de amor. “Nos faltan esas referencias. La eutanasia aparece más en el cine precisamente por eso: es un conflicto mucho más inmediato y explosivo de cara a una ficción”, sostiene Paula Ortiz, directora de La novia. Aunque ella aún no ha llevado a la gran pantalla tal disyuntiva, considera que la decisión entre vivir o morir es el germen de cualquier historia. “Implica una decisión emocional, moral y física muy fuerte para generar una experiencia adictiva y un debate interesante. En cambio, los cuidados paliativos constituyen un debate más sutil y suponen un tema más dramático de tratar”. Esa compleja situación que atraviesan los enfermos se puede apreciar en cintas como Amor, de Michael Haneke, o Amar la vida, de Mike Nichols. En ésa última, una profesora de literatura se enfrenta a un tumor de ovario avanzado con metástasis generalizada. Su carácter perfeccionista le permite ahora usar los métodos que le servían en la universidad para extraer la verdad en lo que ella enseñaba para alcanzar un buen final. Por eso, toma la decisión de respetar sus sueños hasta el final de sus días. Sin límites temporales y sin encarnizamientos terapéuticos, pues de lo que se trata es de vivir apropiadamente su propia muerte.
“La eutanasia domina la pantalla porque es una consecuencia directa del individualismo dominante que impera en nuestra sociedad”, asegura Jerónimo Martín, presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos. “Esa actitud también genera responsabilidades alrededor de la persona que sufre, como ocurre en sus padres, el estado de bienestar, los amigos, la Seguridad Social...”. Ahí están La escafandra de la mariposa, de Julian Schnabel, o Ma ma, de Julio Medem, donde el objetivo principal es encontrar un sentido a los últimos días. Esta misma duda también existe en Vivir, de Kurosawa, en la que el protagonista afectado de un cáncer gástrico, una vez conoce su padecimiento dice: “La desgracia tiene otro lado bueno [...]. Los hombres son frívolos, ellos se dan cuenta de qué bella es la vida solo cuando se enfrentan a la muerte”.
La terminalidad no tiene por qué ser un periodo de aflicción y de espera angustiosa, pues da cabida a momentos en los que se pueden aprovechar las potencialidades terapéuticas del buen humor, como se demuestra en Patch Adams, de Tom Shadyac, o Maktub, de Paco Arango. Este último lleva 18 años trabajando con adolescentes y, en muy pocos casos, se podía hablar con ellos directamente del tema. “Tratar la muerte con más naturalidad puede dar más paz a quien lo está pasando mal”, sentencia. Es cierto que, por ahora, no ha entrado a calificar la eutanasia en su cine, pues el propósito de cualquier persona debería ser siempre vivir el máximo tiempo con el menor dolor posible. “Un día es más que suficiente para que te cambien las perspectivas”.