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“The Quest”: Hasta siempre, Europa ★★☆☆☆

Andrea MessanaCDN
La Razón

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Última actualización:

Autor y director: Cédric Eeckhout. Intérpretes: Cédric Eeckhout, Douglas Grauwels, Andrea Romano y Jo Libertiaux. Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva), Madrid. Hasta el domingo.
Como una suerte de autoficción satírica sobre la Unión Europea cabría definir este extraño espectáculo que ha abierto la temporada del Centro Dramático Nacional en la sala pequeña del Teatro Valle-Inclán. El recorrido conceptual que intenta trazar Cédric Eeckhout –autor, director y protagonista de la función– es, sin duda, ingenioso y simpático: partir de lo más concreto y reconocible, como pueden ser las relaciones en el seno de una familia, una pareja o un pequeño grupo de amigos –poniendo de relieve las uniones y separaciones que ya se producen en estos diminutos entornos–, para tratar de entender lo más general o, lo que es lo mismo, la confusa maraña de relaciones entre los distintos países de la Europa comunitaria.
Desde luego, la metáfora es buena: al final del espectáculo, el público advertirá que la unión –o sea, Europa– es un ideal, digno sin duda de ser perseguido siempre, pero tal vez quimérico, inalcanzable, por más que lo veamos bueno y sencillo; del mismo modo que resulta absurdo pretender, cuando somos niños, que nuestros padres permanezcan unidos si se pasan el día discutiendo y han decidido ya seguir caminos distintos.
Pero lo más revelador en esta inteligente metáfora de los padres, y al mismo tiempo lo más descorazonador si lo trasladamos al futuro de Europa, es darse cuenta de que prácticamente todos los espectadores que son hijos de padres separados, al ser preguntados por Eeckhout desde el escenario, hoy asumen y comprenden perfectamente esa separación, y dan a entender que en poco o nada afecta ya a sus vidas, las cuales han seguido igualmente su curso natural. Y a ese sentido figurado de Europa que late en las preguntas del actor-director, y por ende en las respuestas del público, se llega muy fácilmente, sin necesidad de que el creador belga nos suelte la moraleja efectista o el discurso panfletario de marras, cosa que se agradece bastante y que algunos autores y directores españoles deberían aprender cuando intentan hacer crítica social o política en sus espectáculos.
Ahora bien, más allá del original y plausible fondo conceptual, la obra, desde el punto de vista dramatúrgico, es pobre de solemnidad. Y, por tanto, se hace larga y monótona. En ese formato tan simple en el que está concebida –prácticamente a modo de “stand-up comedy”–, la idea de base daría, como mucho, para una función de 15 minutos. En tal caso, hubiera podido ser una pieza breve brillante; pero nadie parece acordarse hoy en el teatro de que menos muchas veces puede ser más (por no decir que siempre lo es).

LO MEJOR

Intelectualmente, la idea de fondo es interesante y se expone sin dogmatismo.

LO PEOR

En la forma, el espectáculo no difiere mucho de un simple monólogo de “El club de la comedia”.