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“La hija”: Martín Cuenca, la maternidad y todo lo contrario

Fuera de concurso, pero en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, el director almeriense propone un “thriller” en el que, por primera vez, parece trascender su propia mirada masculina
La Loma Blanca
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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A veces, por decisiones propias de la industria, una película participa de la Sección Oficial de un festival de cine, pero no compite contra los demás filmes. Es el caso de “La hija”, la nueva película de Manuel Martín Cuenca, que por elegir Toronto a San Sebastián no podrá traducir en el palmarés el ruido que ha generado en el certamen vasco. De la mano de Javier Gutiérrez, que aquí ejerce como mariscal de campo del director, Martín Cuenca construye un relato sobre los deseos (febriles) de maternidad de una Patricia López Arnaiz (”Ane”) contenida que ve en la debutante Irene Virgüez -excepcional- una manera de conseguir su ansiado bebé. Para ello, la pareja protagonista organiza una fuga del centro en el que está recluida la menor, embarazada, y se dispone a hacer efectivo el engaño ante ojos de vecinos y conocidos.
Más allá de lo argumental, “La hija” es un ejercicio de cine mayúsculo de su director, siempre tan criticado (quizá con razón) por filmar desde un prisma excesivamente masculino y hegemónico, casi deformando el objetivo. En su nueva película, en cambio, Martín Cuenca se reforma a sí mismo, y se responde meridiano en un diálogo interior que tiene mucho de reflexión pero también se puede entender como acto de humildad. Para acercarse a la maternidad, el realizador no renuncia a su propia autoría, siempre tan dependiente de su propia experiencia, si no que suma desde los diálogos (y sobre todo los silencios) de sus dos protagonistas femeninas. No es tanto salir de su zona de confort como hacerla un poco más grande. No se trata de asumir lo ajeno si no de intentar dejar de dar por verdad absoluta lo propio.
Maduración por estaciones
Las montañas de Jaén, a las que se desplazó el director con anterioridad al rodaje para ambientarlo en cuatro épocas del año distintas, se suman como un personaje más de la alambicada trama. Donde quizá un director menos experimentado se podría haber perdido paisajísticamente, dejándose seducir por el poder de la naturaleza en relación a lo matriarcal, Martín Cuenca usa las inclemencias del tiempo para que sus personajes, sobre todo el interpretado por Virgüez, vayan madurándose en la psique del espectador, como si el mismo mecanismo chejoviano que da sentido al final de la película fuera una mera floritura del guion.
Sin debatir su pulsión adrenalínica, que roza géneros casi inexplorados en la filmografía del director y que llena de espectacularidad la pantalla al ritmo de unos Vetusta Morla que deberían seguir adentrándose en lo no diegético, “La hija” es un abordaje al concepto de la maternidad subrogada que evita ser político de más -la película, al fin y al cabo con su tratamiento de la inmigración ya lo es- pero no por ello se olvida de posicionarse respecto al trauma: para Martín Cuenca, el deseo no es derecho y viceversa. El filme, brillante en su oscura construcción de esos personajes corrientes que, envueltos en su mitomanía, están dispuestos a lo terrible, es quizá el primer síntoma de un autor cada vez más cerca de su obra maestra.