Sexo con coches y redefinición del género: Julia Ducournau se consagra con su propuesta más radical
La reciente ganadora de la Palma de Oro en Cannes estrena “Titane” y se reafirma como una de las voces más transgresoras del panorama cinematográfico actual con un potente discurso sobre la identidad y el cuerpo
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Acostumbrados todavía a un orden moderadamente racional de las cosas, a una visión metódica y acomodaticia de los comportamientos sociales, seguros en ese planteamiento tan cartesiano de encontrar las verdades complejas a partir de las simples conocidas, no es de extrañar que pensar en la mera posibilidad de quiebre entre lo humano y lo animal, lo animal y las máquinas o lo físico y lo no físico pueda seguir sonando distópico y algo marciano. Si además añadimos a esta visión evolucionada de nosotros mismos enfoques de feminismo esencialista, revisiones de las políticas identitarias y aboliciones del género que permitan concebir al ser contemporáneo como una entidad que no necesita distinciones de ningún tipo para reafirmar su existencia en el mundo, el cortocircuito puede ser curioso.
Julia Ducournau, haciendo uso de una dosis considerable de vanguardia, astucia y provocación, es la encargada de arrojar ahora todos estos planteamientos –¡y muchos más!–, ya expuestos con anterioridad en el contexto literario de los ochenta de la mano de Donna Haraway y su “Manifiesto Cyborg”, y utilizando como vehículo de transmisión su última y radical película, “Titane”, que llega hoy a las salas españolas precedida de una expectación abrumadora tras su histórico triunfo en Cannes, en donde Ducournau se convirtió en la primera mujer en solitario en ganar la Palma de Oro.
No es la primera vez que esta cineasta francesa introduce el dedo en el ojo del espectador y genera impulsos de abandono o encogimientos de incomodidad (como ocurrió durante la primera media hora de proyección en la Croisette), si atendemos a los desmayos –literales– que sufrieron algunos de los presentes en la exhibición de su anterior trabajo, “Crudo”, en el marco del Festival de Toronto. Tanto en aquella loa extrema, ambiciosa, violenta y sexual sobre canibalismo como en esta última propuesta que constituye “Titane”, el cuerpo está en el centro.
Dentro y fuera de él es donde surge el conflicto: “Nuestro cuerpo refleja nuestra humanidad de alguna manera. Es una forma de hablar de nosotros sin tener que explicar todo con palabras o diálogos. No me gusta utilizar texto en mis películas, primero va la imagen. Se suele decir que el cuerpo es el sobre del alma y yo estoy totalmente en desacuerdo con esto. Pienso que de alguna manera intento abrir los cuerpos, aunque sepan que no van a salir hacia fuera. El cuerpo es un elemento de mortalidad si lo piensas, pone en contexto nuestra forma de ser. Siento que los cuerpos tienen muchas capas y por eso quiero abrirlos. Creo que de una manera muy existencialista tienes que cambiar tu piel y ser muchos en lugar de uno para llegar a estar más cerca de tu esencia. Por eso pienso que hablar siempre de los cuerpos es hacerlo de nosotros mismos, de nuestra vulnerabilidad, de nuestra muerte”, explicaba en entrevista con LA RAZÓN la directora durante la presentación del filme en el Festival de San Sebastián dentro de la sección Perlas.
Poco ortodoxa
Imponente, poderosa y verborreica, Julia Ducournau nos recibía en una de las salas del María Cristina haciendo gala de una envergadura apabullante y una gestualidad que sin ser ni mucho menos violenta, resultaba ligeramente intimidante. Escuchar y contemplar a esta revolucionaria cineasta gala cuyos distinguidos mimbres académicos –procedentes de la escuela de cine de La Fémis de París– distan mucho de la libertad tan poco ortodoxa con la que interpreta el lenguaje cinematográfico se convierte en un ejercicio casi hipnótico, de realidad imantada. Y es que Ducournau habla como dirige; es decir, sin filtros. Cuando la preguntamos por la naturaleza biológica y sensitiva del género, un concepto con el que juega dispersamente la protagonista de “Titane”, una joven psicópata interpretada por Agatha Rousselle que siente una anómala atracción sexual por los coches y que tras huir de la policía se ve obligada a “masculinizar” su imagen para hacerse pasar por un chico desaparecido hace años, hijo de un bombero bizarramente hipertrofiado llamado Vincent (a quien da vida Vincent Lindon), la realizadora duda pensativa unos instantes antes de responder.
“Si el género sirve para definir nuestra identidad o para concebir la forma en la que hombres y mujeres tienen que actuar, me parece absolutamente irrelevante. Pero la sexualidad sí me interesa. Para mí la sexualidad es el elemento más fluido que existe, un encuentro constante repleto de buenos deseos en donde no importa quién seas. Quiero que todo el mundo se vea, se aprecie y se reconozca de manera sexual porque es uno de nuestros mayores pilares de libertad. Estamos en esta tierra con la gravedad de nuestro lado… por favor vamos a relajarnos y a quitarnos este peso. La sexualidad rima con la fluidez”, afirma.
Lo cierto es que cuesta conectar con las motivaciones que empujan a Alexia (Rousselle) a comportarse de la forma en la que lo hace. Actúa, siente y mata con una violencia áspera, retorcida y sórdida pero sin embargo es capaz de encontrar alrededor de ese tejido elástico y perturbador de máscaras y asesinatos en cadena un conato de humanidad a través del amor enfermo y desesperado que le profesa Vincent, quien se empeña en creer que la joven, es en efecto, el hijo que perdió. “El amor hoy en día es de los pocos sentimientos que nos humanizan aunque me cueste bastante hablar sobre él. Intenté enseñar los coches como si fueran cuerpos muertos. Vas hacia el motor, luego a la palanca y después llegas a Alexia. Para mí el coche es el interior de su cuerpo. Si miras dentro tienes el motor, que son los intestinos, tienes la columna vertebral, el cerebro. Todo llega al interior de su cuerpo. Hablé con mi equipo para decirles que quería que fuese algo muy orgánico, que estuviera vivo”, señala Ducournau.
Sabe que su propuesta abre interrogantes, desconcierta y fulmina estereotipos y antes de despedirse y fumarse un cigarrillo en el balcón de la habitación, lanza una proclama: “Ya no hay vuelta atrás. Al menos eso espero, soy precavida. No puedo decir que existe un nuevo mundo y que pronto vamos a ser iguales pero creo que en términos históricos y especialmente en el cine han pasado muchas cosas este año importantes para las mujeres. Aún hay muchas desigualdades, poco equilibrio y es importante hablar de ello pero siempre veo la transformación y la mutación como un elemento positivo. No digo que la evolución tenga que ser necesariamente positiva, pero el movimiento siempre es bueno”, apostilla. “Por eso si volviéramos atrás sería insano, el apocalipsis. A veces escucho cuando escucho la palabra “moda” me molesta mucho porque las modas pasan rápido y considerando el arte de las mujeres como tal se incurre en un comportamiento insultante. Hay que desterrar algunos prejuicios, casi todos”, sentencia.