Feminismo
Lo opuesto a una sociedad ideal es una distópica, un mundo ficticio basado en una realidad despreciable y oscura. Las mejores historias de estas características surgen de un problema ético existente en nuestro presente, cargado de hipérboles para retratar escenarios decadentes. Superada la época de los vampiros adolescentes, los jóvenes –y no tanto– se sumergen hoy en sagas literarias distópicas: «El corredor del laberinto», «Los juegos del hambre», «El piso mil», «Divergente», «Trilogía Glow»..., y en sus correspondientes versiones cinematográficas. Los adultos hacemos lo propio con novelas y series que avanzan futuros en los que la humanidad se toma el pulso. Un pliegue histórico en el que los conceptos sobre los que se sostenía tradicionalmente la distopía han ido mutando a medida que avanza la nueva centuria.
El primero en hablar de semejante término fue John Stuart Mill, allá por el último tercio del siglo XIX, pero el gran despegue del género se produjo entre los años 30 y 50 del siglo pasado, en un planeta sacudido por los totalitarismos. Algunas podían leerse como parábolas políticas –«Nosotros», de Evgueni Zamiatin, «Un mundo feliz», de Aldous Huxley, «1984», de George Orwell, «La guerra de las salamandras», de Karel Capek...–; otras dibujaban escenarios apocalípticos surgidos durante la Guerra Fría y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y, por último, hubo distopías que nacieron con vocación crítica al consumo y la advertencia de un mundo «líquido» como «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury. El cine también abrazó las posibilidades del género: desde la pionera «Metropolis» hasta adaptaciones de origen literario como «Blade Runner», «La naranja mecánica» o «La dimensión desconocida». De forma reciente, las series han ha obtenido éxitos resonantes basados en distopías: «Black Mirror», «The Walking Dead», «Raised by wolbes», «Westworld» o «El cuento de la criada». Vivimos asomados a futuros pavorosos pero... ¿Tiene sentido consumir terrores de ficción en medio de un pánico real? Mientras estemos convencidos de que el futuro será peor que el presente, sí. Cuando se igualen las dos líneas argumentales, pasará a ser realismo social. Pero... ¿dónde están las mujeres? ¿Las autoras, guionistas, realizadoras o protagonistas?
Joyas del pasado
Hay un canon más allá de los autores mencionados que pasa por la literatura de género escrita por mujeres. Tras el impacto de Margaret Atwood y «El cuento de la criada», las editoriales se ha afanado en rescatar joyas como «Hija de sangre» y otros relatos de Octavia E. Butler, cimiento de la ciencia ficción. Pero hay muchas más, y dan para un universo paralelo... No en vano, quien fundó el género fue una mujer: Mary Shelley, con su «Frankenstein», nada menos que en 1818. Cuanto más cerca se está del paraíso (utopía), más grande es la amenaza o más se disparan los temores a perder lo conquistado, de ahí que adquieran un gran peso ideológico. La ciencia ficción permite imaginar a la mujer fuera de una cultura patriarcal y cuestionar sus bases, como explican en su ensayo, «Desde las fronteras de la mente femenina», las autoras Jen Green y Sarah Lefanu.
En la barra de un bar del oeste americano, un feligrés ebrio recita «una rosa es una rosa es una rosa...». Los espectadores de la serie de HBO, «Westworld», saben que es un robot. El camarero, creador de ese androide hiperrealista, explica que no ha podido resistirse a añadir a su código de identidad el gusto por los versos de Gertrude Stein, pese a que esta poeta feminista no había nacido en la época que se está recreando. Un guiño, sin duda, al auge de las escritoras de ciencia ficción que tuvo lugar durante la segunda ola del feminismo con una literatura que amplió su vocación tecnológica para ocuparse de asuntos sociales y especulaciones sobre el futuro. Entonces, se rescataron obras escritas a principios del siglo XX que son precursoras, como «Dellas, un mundo femenino», de Charlotte Perkins Gilman, que nos traslada un país donde no hay hombres, la sexualidad se ha abolido y las mujeres tienen hijos por partogénesis. A este país llega una expedición de tres hombres que se enfrentan a una sociedad incomprensible a sus ojos...
En la década de los 70, una de las autoras con más predicamento, junto a Andre Norton, fue Ursula K. Le Guin, galardonada con el título de Gran Maestro de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción de EE UU. En su obra más importante, «La mano izquierda de la oscuridad», ficciona una sociedad en la que la que el sexo de sus integrantes no determina su identidad. Son hermafroditas hasta el momento del celo en el que, para concebir, se vuelven indistintamente hombres o mujeres. Llegaría, también, Joanna Russ, con su novela sobre los roles de género «El hombre hembra» o Marge Piercy, autora de «Él, Ella y Eso» y Nalo Hopkinson con «Ladrón de Medianoche». En la 74ª edición de los Premios Hugo –decanos de la ciencia ficción estadounidense– la novela ganadora fue «La quinta estación», de N.K. Jemisin, pero la falta de reconocimiento ha sido tradición en el pasado hasta el punto de que muchas de ellas no pudieron firmar con su nombre, como James Tiptree (Alice Sheldon), cuya obra es una de las más galardonadas del género.
Los nuevos personajes que crean «ellas» son mujeres fuertes, activas y conscientes, que sirven de motor de cambio. Con una apariencia más combativa destacan: Imperator Furiosa, la imponente heroína de las nuevas películas de la saga apocalíptica «Mad Max», o Rey, la protagonista de «La guerra de las galaxias: el despertar de la fuerza» que, en contraposición a la princesa Leia de las sagas anteriores, es autosuficiente y no se define por ningún personaje masculino... y todo ello sin dejarnos en el tintero a Sarah Connor, la poderosa protagonista de «Terminator 2: El juicio final», donde la guerrera educa a su hijo –salvador de la humanidad– en tácticas de supervivencia.
Conocemos también a la mujer como símbolo de esperanza retratada en «Los Juegos del Hambre», de Suzanne Collins. Sabremos qué pasaría si las mujeres detentaran el poder, con la revolucionaria propuesta de Naomi Aldermanha, «El poder», o lo que nos ocurriría en un futuro cercano en el que el aborto y la fertilización in vitro son ilegales y los embriones son consagrados con el «derecho a la vida» en «Red Clocks», de Leni Zumas. En un patriarcado, las mujeres siempre terminan siendo las perdedoras. Es lo que sucede, ahora, en Arabia Saudita, Pakistán o Afganistán y, pueden creerlo, es infinitamente peor que lo que sucede en «El cuento de la criada».
Mientras las novelistas de Occidente usan figuras retóricas distópicas para explorar lo que podría ocurrir si se suspenden los avances en equidad de género que tanto trabajo han costado, algunas autoras de Oriente Medio y Asia han recurrido al mismo género para poner énfasis en la opresión que viven en sus propias carnes. Así, la primera novela de Maggie Shen King, «An Excess Male», transcurre en China en 2030 e imagina el escenario posterior a la política previa china de un solo hijo, una ley que derivó en el aborto selectivo de los fetos de sexo femenino. En su ficción, la política dio como resultado una sobrepoblación de 40 millones de hombres que no encuentran esposa, por lo que el Estado obliga a las mujeres a casarse con varios hombres. Una idea similar es la base de la novela de la autora pakistaní Bina Shah, «Before She Sleeps», que se desarrolla en un país autocrático del suroeste de Asia después de que una guerra nuclear provoque una mutación genética que desencadena una cepa mortal de cáncer cervicouterino que se cobra la vida de millones de mujeres.
Personajes poderosos
La ciencia ficción feminista se aventura, también, en los distintos formatos gráficos como el anime, el cómic o en los videojuegos.... A principios de los 60, Marvel tenía entre sus creaciones algunos personajes femeninos poderosos, aunque sufrían debilidades estereotípicas como desmayarse después de una gran presión. En los 80 empezaron a aparecer verdaderas heroínas como Wonder Woman. Otros personajes como Sailor Moon, una adolescente con poderes para transformarse en «magical girl» que lucha contra las fuerzas del mal, hizo su aparición en las estanterías de las tiendas de cómic. A partir de ese momento, no cesarían de llegar protagonistas en todos los formatos, como los videojuegos: Lara Croft en «Tomb Raider», Jill Valentine de «Resident Evil», comandante Shepard de «Mass Effect» o Lightning de «Final Fantasy», por poner algunos ejemplos. Las distopías del siglo XX nacían de la percepción de un riesgo real, las de hoy nos evocan las palabras de Defred: «¿Cómo íbamos a saber que éramos tan felices?».