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Juan Tallón: «La escultura de Richard Serra es hoy un acto novelesco»
El escritor publica «Obra maestra», el relato de la desaparición del Museo Reina Sofía de una pieza del artista de 38 toneladas de acero. «La responsabilidad es como un fantasma. Nadie quiere ser nunca el culpable», comenta con humor el autor.
Novelar la realidad. Y una realidad muy concreta. La desaparición de una escultura de 38 toneladas de acero. En 2006 se descubrió que la obra «Equal-Parallel/Guernica-Bengasi» de Richard Serra había desaparecido de los almacenes del Reina Sofía. ¿Dónde estaba? ¿Qué había sido de ella? ¿Cómo puede volatilizarse algo tan voluminoso y pesado sin dejar rastro? Esto es lo que Juan Tallón cuenta en «Obra maestra» (Anagrama). «El gran reto de escribir este libro ha sido preservar el misterio. Por eso he tardado diez años. Me documenté durante ese tiempo, pero no sabía gestionar el misterio que encerraba esa pieza. La historia comenzaba tan arriba, de manera tan poderosa, con una figura que desapareció no se sabe de qué forma, que mantener el interés narrativo a través de trescientas páginas era complicado. Hasta que encontré el modo». Y qué modo. El escritor se sumerge en un caso que casi roza lo rocambolesco. Una narración fiel a los hechos que despierta asombro, produce risa y, a la vez incredulidad.
¿Qué pasó?
La policía fue incapaz de determinar cómo desapareció y en qué momento. Se siguieron todas las líneas posibles: desde que fue robada para ser fundida o para ser exhibida en la propiedad de un amante del arte hasta que fue enterrada en el mismo lugar, porque el almacén donde había estado siempre, la nave de Jesús Macarrón, al quebrar la empresa, fue embargada por la Seguridad Social y en sus terrenos se construyó un archivo histórico... Se hicieron hasta prospecciones en el terreno, pero todas las hipótesis acababan en la misma conclusión: se desconoce cómo desapareció. Hay unas hipótesis más fuertes que otras. Es razonable pensar que, no sabemos a manos de quién, la escultura fue troceada y fundida. Tiene sentido porque mantener esa escultura es complicado: ¿Dónde la exhibes? No es un cuadro que puedas colgar en un vestidor...
¿Es lo que considera que ha pasado?
No sé lo que ha pasado. Puedo aventurar, quizá, que, a lo mejor, no sea una escultura ya y sea otras cosas, que el acero se multiplicara en decenas de miles de direcciones y se convirtiera en otros objetos. Pero es más bello, porque encierra más misterio y tiene más belleza, pensar que la escultura está en algún sitio. Ojalá no aparezca nunca porque eso preservaría el misterio y permitirá continuar pensando: ¿Dónde estará?
Pesaba 38 toneladas.
Carmen Martín Gaite decía que aquello se pierde se idealiza y que, si no se perdiera nada, la literatura no tendría razón de ser. Pero claro, esta escultura eran cuatro piezas de acero, y era especialmente voluminosa y pesada, lo que convierte la desaparición en algo casi imposible, según la lógica. ¿Cómo 38.000 kilos se vuelven tan livianos? Esto hace que la desaparición nos asombre más que otras desapariciones de obras. Es que es inconcebible que no se haya podido saber ni en qué momento desapareció. Es algo tan sólidamente misterioso...
¿Quién es el responsable? ¿Jesús Macarrón? ¿El Ministerio de Cultura? ¿El Reina Sofía?
La novela no tiene vocación de juzgar. La responsabilidad es un fantasma. Nadie quiere ser el culpable de algo que ha tenido esta implicación. Su desaparición es una suma de despropósitos, de dejación, de malentendidos, de distracción. Está claro que el museo era el propietario de esta pieza y que la obra era de uno de los escultores más influyentes del mundo. Pagó por ella. Tenía que ser cuidadoso. Era de su propiedad y un patrimonio del Estado y de la sociedad... El Ministerio de Cultura no debió escurrir el bulto. En España, en ese momento, no había promoción del arte contemporáneo, había artistas, pero su promoción estaba iniciándose. Y acabábamos de entrar en democracia. El Museo Reina Sofía contribuyó a abrir esa ventana, estaba comenzando su andadura a finales de los ochenta y principios de los noventa. Eso tiene un peaje, y el peaje es el error, aunque el error es menos aceptable en ciertas instancias.
¿Será un fantasma que perseguirá siempre al Reina Sofía?
Con el tiempo, esto que podemos llamar un fantasma se capitalizará como un bello misterio. El museo ha superado la crisis por su pérdida, pero con tiempo todo adquiere un sentido diferente. Incluso puede ser una forma de belleza. La pérdida de la escultura se ha convertido en una historia que contar. Es una historia de entretenimiento. La escultura de Richard Serra es hoy un acto novelesco. Lo que se pierde se convierte en relato. En leyenda.
Tenían una escultura de Richard Serra durante años en un almacén. ¿No es algo extraño?
Se calibró mal el prestigio artístico de Richard Serra. Todos quieren tener una obra de él y la tenían. Pero no podemos ignorar tampoco que uno de los grandes problemas de los museos es su capacidad para exhibir y almacenar lo que tienen en propiedad y no pueden mostrar. Es una de las grandes cuestiones
En el libro dice que lo que es una obra de arte no es la pieza, sino su desaparición. ¿Cómo afecta esto a Serra?
Él no necesita la desaparición de una escultura para pertenecer a la historia del arte. Su aportación va más allá de cualquier anécdota, pero, sin suda, esta desaparición atrajo más atención sobre su figura y su obra. Con esto, su nombre ha trascendido y gente que no reparaba en él, lo ha hecho.
¿Cómo lo vivió Richard Serra?
Con un gran dolor. Sintió una gran impotencia no solo por la desaparición de la escultura, sino por la vida que se le había dado. El Reina Sofía decidió comprar su escultura, la expuso durante varios meses y la retiró. El siguiente acontecimiento es el traslado a una nave industrial de Arganda del Rey. Y ya no vuelve ver la luz. Que se perdiera fue el último acto de desconsideración hacia su pieza artística. Richard Serra tragó sapos, se desahogó en la intimidad y llegó a un acuerdo para atajar la crisis de credibilidad del museo al trascender la perdida. Mantuvo el tipo.
Y se hizo una réplica.
Es una idea audaz, y la fuerza reside en eso. Serra alcanzó un acuerdo con el Reina Sofía que solo el arte contemporáneo permite: convertir la copia en un original con el simple hecho de estirar el dedo y decir: «No eres una copia, eres la original»... aunque sea una réplica. Hoy en día, realmente el valor artístico no está en la pieza material, sino en la idea, que es lo que no desaparece al fundir la escultura. Eso permite que cuando quieras exhibir una obra del pasado que no existe ya, volver a hacerla. La idea está preservada. Así no la tienes que almacenar... eso ahorra costes.
Hay algo de cinismo, ¿no?
Hay una opción que no se ha contemplado: que aparezca la obra. Da igual, que sea imposible. Forma parte de las posibilidades. Entonces tendremos dos originales. Eso es imposible, no pueden convivir dos iguales. Es casi indecente desde el punto de vista artístico. Habría que destruir entonces una de ellas. No sé quién debe tomar parte de esa reflexión. Es tan inverosímil que ni siquiera se plantea el debate. Se piensa: «Ya reflexionaremos en ello cuando venga el problema». Pero imagine que aparece. ¿Cuál destruir? ¿La primera? ¿La segunda?
¿Le gustaría que apareciera?
Sería un alivio y a la vez una decepción, porque la solución nunca estará a la altura del misterio...
El libro es también una reflexión sobre el arte contemporáneo.
Puede parecer que la creación es un acontecimiento solitario. El autor pensando en su proyecto, pero eso es insuficiente para generar una obra artística. Un artista como Richard Serra no se limita a ser un creador. Es la cabeza de una enorme factoría. Su trabajo es pensar, pero, cuando la abstracción de esa idea empieza a cobrar forma, implica a mucha gente. Centenas de ellas, porque la ejecución es compleja, inabarcable y descomunal por tamaño y complejidad. Técnicamente solo pueden salir hacia en adelante en determinadas fundiciones.
El artista como factoría.
Siempre habrá formas de acercarte a hacer arte y todas tienen valor. Pero es cierto que hay un tipo de artista que tiene tanto que ver con el arte como con el mercado y cuando el mercado entra en juego lo distorsiona todo y hasta fagocita el valor de tu proyecto artístico, bien multiplicándolo, empobreciéndolo o enriqueciéndolo. Caben todas las opciones. El arte ha evolucionado en esa dirección y no puede obviar la promoción artística, el mercado, la riqueza que genera y la identificación con los museos...
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