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Historia

El triunfo de la contemporización

Tras sufrir el calamitoso descalabro de la batalla del lago Trasimeno, Roma entró en uno de los peores momentos de su historia. A pocos días de marcha de la ciudad se hallaba Aníbal, al frente de un ejército triunfante, y no había contingente alguno que pudiera interponerse en el camino

Fragmento de friso figurado del siglo II a.C. Una armadura de lino, llamada "linothorax" por los griegos
Fragmento de friso figurado del siglo II a.C. Una armadura de lino, llamada "linothorax" por los griegosMuseo Gregoriano Etrusco, Roma.Museo Gregoriano Etrusco, Roma.

Ante la gravedad de la situación, los romanos reaccionaron no con la búsqueda de la paz sino con la reorganización de sus fuerzas y la designación de nuevos líderes y se convino recurrir a un modo de gobierno reservado a los momentos de crisis: la dictadura. El elegido fue QuintoFabio, un hombre entrado en años que, a diferencia de sus predecesores, decidió aplicar una táctica cautelosa, evitando el enfrentamiento directo con un enemigo que se había demostrado superior. El nuevo dictador se limitó a perseguir al invasor y, si se daba la ocasión, hostigarlo, pero sin arriesgarse en enfrentamientos de relevancia.

Fabio mantuvo constantemente a su ejército en las cumbres de las montañas, siempre en posiciones elevadas y se limitó a seguir de cerca a las tropas cartaginesas allá dónde fueran. Los invasores carecían, lógicamente, de un tren de aprovisionamiento, por lo que se veían obligados a saquear constantemente el territorio para abastecerse. Esto les volvía vulnerables, ya que debían despachar constantemente grupos pequeños de soldados con la misión de forrajear, comprar o –más a menudo– saquear víveres y otros enseres del territorio circundante. Fabio aprovechaba esta circunstancia para hostigar a los forrajeadores púnicos, causándoles muchas bajas y dificultando su abastecimiento. Los romanos, por el contrario, tenían el abastecimiento asegurado merced a las provisiones que recibían de las ciudades cercanas, todas ellas vinculadas a Roma mediante tratados de alianza.

Todo esto contrariaba enormemente a Aníbal, ya que su plan consistía en infligir una serie de derrotas tan graves a las huestes de Roma que provocaran que sus aliados los abandonaran y cambiasen de bando. De modo que paradójicamente, al negarle la batalla, Fabio estaba echando por tierra la estrategia de Aníbal. Y es que, ciertamente, algunos de estos aliados habían sido sometidos por Roma en fechas recientes, y Aníbal confiaba en que le sería fácil explotar el rencor y su deseo de liberarse del yugo romano para que traicionasen a Roma y se sumasen a su causa. Sin embargo, tal y como demostrarían los hechos, se equivocaba. Los pueblos itálicos se mantuvieron fieles a Roma y, a pesar de las idas y venidas del ejército púnico, que se enseñoreaba por el Samnio, la Apulia y otras regiones, nadie cambió de bando, al menos no en esta fase de la guerra.

La insubordinación de un plebeyo

La táctica de Fabio, por tanto, parecía estar dando sus frutos. Ahora bien, esta táctica de prudencia, de dilación, que le valió el sobrenombre de Cunctator (“contemporizador”) alimentó los reproches de sus soldados y conciudadanos, que lo veían como un acto de cobardía. Le reclamaban que se enfrentase abiertamente con el invasor y lo doblegara en batalla campal. La tensión llegó a tal punto que su segundo al mando (o magister equitum), un individuo de origen plebeyo llamado Minucio, llegó a la insubordinación. En la práctica esto tuvo un peligrosísimo resultado, y es que dividió peligrosamente al ejército romano en dos, uno encabezado por Fabio y otro por Minucio, que se negaban a colaborar el uno con el otro.

Sin embargo, Minucio era un general incompetente lo que, sumado a su deseo de trabar combate abierto con Aníbal hacían de él un verdadero peligro. Y, en efecto, en la primera ocasión en que probó sus fuerzas con Aníbal, en la batalla de Gereonio, fueron vapuleadas hasta tal punto que faltó poco para que fueran aniquiladas. Irónicamente, fue la pronta llegada de Fabio con su mitad del ejército la que logró restaurar el orden y salvar a Minucio y los suyos de una muerte probable. A partir de ese momento los dos comandantes volvieron a unir sus fuerzas y combatir unidos, lo que en la práctica implicó que Aníbal volviera a estar en desventaja.

Sin embargo, la institución de la dictadura tenía, conforme a la ley, una duración estipulada de seis meses. De modo que tanto Fabio como su lugarteniente debieron dejar el mando y dar paso a dos cónsules, los infortunados Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. Estos líderes habían sido elegidos bajo la promesa de volver a la estrategia ofensiva, de guerra total y directa con Aníbal, confiando en que, sacando músculo, Roma sería capaz de aplastar a Aníbal en batalla campal. Y de este modo quedó todo preparado para la que sería la peor derrota de Roma de toda su historia, la batalla de Cannas. Pero esa ya es otra historia.

Para saber más

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La Segunda Guerra Púnica (IV). Aníbal contra Fabio

Desperta Ferro Antigua y Medieval n. º 70

68 páginas

7,5€