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Las últimas legiones: un ejército de caballería

El ejército romano siempre se caracterizó por su capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias, empleando estrategias tan sorprendentes como decisivas
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La Razón

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Las legiones de Roma nacieron como una fuerza constituida, fundamentalmente, por una sólida infantería pesada. Fueron estas poderosas y flexibles formaciones de infantes las que llevaron al poder romano a extenderse por la totalidad del Mediterráneo. Sin embargo, desde su origen, las legiones nunca estuvieron solas ni se compusieron exclusivamente de infantería de equipamiento pesado: por el contrario, la infantería ligera y la caballería de toda clase fueron adquiriendo un rol cada vez más importante en el ejército romano. Cuando Roma hubo de enfrentarse a las contundentes formaciones de catafractos orientales o a las vertiginosas maniobras de los arqueros montados de la estepa, se inició un proceso de cambio que transformaría para siempre la faz de su ejército, hasta el punto de resultar irreconocible a los ojos de Escipión, Julio César y, en menor medida, de Trajano o Marco Aurelio.
A partir del siglo II, la caballería pesada de choque («cataphracti y clibanarii») fue ganando protagonismo en las fuerzas armadas del Imperio hasta copar su elite y la mayor parte de las unidades de la guardia imperial en el siglo IV. En paralelo, los arqueros a caballo («sagittarii o hippotoxotai») empezaron a convertirse en una unidad de creciente valor estratégico y táctico en el campo de batalla, caracterizada por su versatilidad para adaptarse a diversos escenarios y enemigos. Su presencia aumentó con rapidez entre las filas del ejército romano durante los siglos IV y V ante la creciente amenaza de la caballería huna y persa.
Pese a que el Imperio romano de Occidente no resistió la tempestad que ocasionó su declive y desintegración en el año 476, su homólogo en Oriente, gobernado desde Constantinopla, logró sobrevivir. A comienzos del siglo VI, el ejército romano oriental había tomado buena nota de las lecciones aprendidas a base de sangre, sudor y acero en los campos de batalla que, sin duda, desembocaron en el nacimiento de la Europa medieval.
El arquero montado romano, el «hippotoxotes», se convirtió así en la nueva espina dorsal de las fuerzas romanas. Tan capaces de asaetear al enemigo desde la distancia como de lanzar devastadoras cargas a punta de lanza, los arqueros a caballo romanos eran una versión muy mejorada de los esteparios u orientales, ante los que mostraron su superioridad en la batalla. Asimismo, estos arqueros supusieron una amenaza sin igual para la infantería y la caballería de choque germánica, a las cuales podían evitar gracias a su velocidad, al tiempo que las aniquilaban a flechazos. La polivalencia de estos jinetes romanos quedaba patente, además, en el hecho de que también estaban adiestrados para combatir como una excelente infantería pesada, cuando la situación lo requería, junto a las últimas legiones del Imperio, que todavía mantenían el pendón de las más añejas tradiciones militares romanas.

Caballería pesada

Los «hippotoxotai» o arqueros montados romanos no estuvieron solos en el campo de batalla. Aparte de la formidable infantería pesada y de la consabida infantería ligera, estos jinetes tuvieron el respaldo de la caballería pesada acorazada: los «cataphractarii» y «clibanarii». Completamente protegidos con soberbias armaduras, tanto ellos como, en buena medida, sus monturas, estos precursores del caballero medieval eran el martillo de Roma en la batalla, listo para golpear allí donde los «hippotoxotai» hubieran debilitado a las formaciones enemigas o si se precisaba el apoyo de sus arrolladoras cargas. Los «cataphractarii», además, portaban arcos como armas secundarias, lo que les permitía disponer de su propio fuego de apoyo con independencia de los arqueros montados. Al igual que estos últimos, también podían desmontar para combatir a pie cuando se les necesitaba.
Este es el ejército que, por voluntad del emperador Justiniano I (527-565),y a las órdenes de afamados generales como Belisario o Narsés, mantuvo a raya a sus rivales en los desiertos de Oriente o al Imperio persa sasánida, y, sobre todo, el que llevó a las águilas de Roma a retomar el control total del Mediterráneo. De la mano de esta paulatina, pero decisiva, transformación en sus ejércitos, el Imperio romano estuvo cerca de recuperar la totalidad de sus dominios occidentales, llegando incluso a desbancar al Imperio sasánida por completo, y, así, logró sentar las bases para la pervivencia del Estado romano a lo largo del periodo medieval en la forma del llamado Imperio bizantino.
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