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Opinión

Irene: feminista, madre y persona

Irene Montero ha publicado en redes una fotografía con sus hijos que es lo más parecido a aquellos falsos robados posados de Naty Abascal, en los que no quería hablar pero hablaba.

La ministra de Igualdad, Irene Montero
La ministra de Igualdad, Irene MonteroJavier LopezAgencia EFE

Irene Montero, la que no debe ser nombrada porque se enfada, ha publicado en redes una fotografía con sus hijos que es lo más parecido a aquellos falsos robados posados de Naty Abascal, en los que no quería hablar pero hablaba. Vaya si hablaba. Una cosita así, como pillada al descuido, pero milimétricamente estudiada. Aquí no hay nada al azar, como en las fotos de Sánchez poniendo morritos (qué guapo soy, qué tipo tengo). Ni el moñete de medio lado (informal pero mona), ni el corte de pelo de los críos (todos iguales, cero sexismo), ni la falda del de en medio (uno de los niños, que en esta casa estamos contra los estereotipos de género). El pantaloncito de la niña, lo tengo que decir, es un poco rosa palo, pero seguro que es cosa mía y no el heteropatriarcado haciendo de las suyas. Así que he calibrado de nuevo el ordenador y ahora es más tirando a gris neutro. También me ha palidecido de paso la juguetería del fondo, pero todo sea por la causa. Reconozco que es una faena cargarme los estudiados colores, vivísimos pero libres de mierdas tóxicas, con los que se han entintado las maderas naturales de todos los juguetes Waldorf de la chiquillada.

A tope con las nuevas metodologías. A tope si te lo puedes permitir, claro, que cada juguetito de esos no baja de los cincuenta eurazos. Tienen esos niños invertido en madera de colores, solo en la mesa estilo nórdico del fondo, más de lo que gasto yo en comida en un mes. Sin contar las cervezas. Espero que al menos la pizarra sea del Ikea. Como guiño a la clase trabajadora, digo (hola, Irene, estamos aquí). Me soprende que esté todo tan recogido en esa nursery, que es como llama la gente fina y con posibles a la habitación de los juegos. Mi hermana tiene también tres críos y los dejas dos minutos en cualquier habitación y, cuando salen, Kiev parece el rincón chill out de una monitora de yoga. Una vez intenté yo contarles un cuento, así como la Montero, y aún no lo había abierto y ya estaba el pequeño saltando subido en el sofá, la mediana quejándose de que ese cuento no molaba y, la mayor, buscando la tablet sin disimular siquiera. Mi hermana no encuentra niñera ni aunque se afilie a Podemos, se líe con un alto cargo y contrate ocho asesoras.

De todos modos, el mensaje lo hemos pillado: Irene Montero es madre (la mejor) y es persona (humana). Atacarla a ella es atacar a esos pequeños tan rubios y tan monos (de espaldas), como criticarla a ella es criticar a todo el feminismo al completo y a los derechos humanos y al bien mismo. Irene se nos humaniza y, de paso, se nos diviniza. ¿Y quién podría atacar a un niño? Chitón pues.