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Los matices de la abolición de la nobleza en Francia

Chateaubriand decía que los patricios comenzaron la Revolución y los plebeyos la acabaron
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La Razón

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Es creencia generalizada que la nobleza en Francia fue abolida a raíz de la Revolución Francesa para no resucitar jamás. Ya algunos nobles titulados, como el Marqués de Argenson, el Conde de Entraigues o el Conde de Mirabeau creían en el mérito como único criterio de distinción social. Chateaubriand decía que los patricios -que en mayo de 1789 participaron en los Estados Generales del Reino de Francia- comenzaron la Revolución y los plebeyos la acabaron. Hasta ese año se consideraba que en Francia había 25.000 linajes nobles que suponían entre 110.000 y 120.000 personas.
Es cierto que el 23 de junio de 1790 se produjo tal supresión nobiliaria gracias a un decreto de la Asamblea Nacional, pero no es menos cierto que tras el reinado de Luis XVI y los episodios revolucionarios, se produjeron restablecimientos de dicha nobleza, en la Carta Constitucional de 1814, por obra y gracia de Luis XVIII, durante la conocida como “Restauración”, que reconoció, además, la nobleza imperial napoleónica. Tal situación fue reafirmada en 1830, durante la época de Luis Felipe de Orleans –el rey Luis Felipe de los Franceses-, siempre considerando los títulos nobiliarios simplemente como distinciones honoríficas, es decir, sin asiento territorial alguno aunque sí apoyados en un mayorazgo.

La jerarquía de los “Títulos de función”

Napoleón I no abrogó la ley de abolición de 23 de junio de 1790, pero entre 1804 y 1814 -y luego en 1815 durante los Cien Días en que recuperó el trono- creó una abundante nobleza imperial, así como títulos del reino de Italia, lo mismo que su hermano mayor José Napoleón I, lo hizo en España, mediante la concesión de un reducido número de títulos bonapartistas en nuestro país. Napoleón I restableció los antiguos títulos nobiliarios, pero no la nobleza en sí, de tal modo que algunos tratadistas los consideraban casi como meras condecoraciones. Creó también los llamados títulos de función y una jerarquía de ellos inspirada en el modelo inglés, manteniéndose así durante la citada Restauración y la Monarquía de Julio, es decir, de 1830 a 1848, año en el que el gobierno provisional abolió de nuevo la nobleza.
En tiempos de Napoleón los títulos podían ser vitalicios o hereditarios, pero para ser esto último se debían seguir pesadas formalidades. Napoleón III continuó con la concesión de títulos por lo que, a su caída, en 1870, tras la guerra franco-prusiana, cesó en Francia todo ennoblecimiento, que -en los viejos tiempos de la monarquía borbónica- debía siempre ser ratificado por cartas patentes del Rey, registradas en los parlamentos.
Ahora bien, en la republicana Francia de hoy en día, los predicados de los títulos pueden ser añadidos al apellido -del que forman parte- y son así reconocidos como parte de la identidad de la persona cuya familia ostentó esos títulos. Ese reconocimiento debe estar refrendado por el ministro de Justicia, llamado en Francia “garde des sceaux”. De un modo parecido, en Alemania, tras la caída de la monarquía en 1918, aquellos que tenían títulos de conde, duque o príncipe pudieron añadir la palabra graf, herzog o prinz, a sus apellidos dando así testimonio de que -en una época no tan lejana- esas familias ostentaron títulos nobiliarios. No sucedió lo mismo en el caído Imperio Austríaco después de que el Beato Emperador Carlos I perdiera el trono.
No obstante, en la buena sociedad francesa es usual utilizar los títulos nobiliarios para referirse a quienes, de modo privado, los van sucediendo y ostentando. Así pues, cuando acudo al parisino Jockey Club con Thierry de Beaumont-Beynac, el mayordomo le llama “Monsieur le Comte” a sabiendas de que lo es, y la simpática y cultísima Marie-Eugénie de Pourtalès, es conocida como “la Comtesse de Pourtalès”, aunque ya en Francia ni se concedan ni se usen oficialmente títulos nobiliarios, reliquia de un pasado glorioso.

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