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Grandes escritores cristianos de una nueva era de Hispania

Desde la lírica y la épica a la historiografía y la oratoria, la literatura cristiana de la antigüedad tardía conoció un desarrollo espectacular a partir del siglo II
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A partir del siglo II de nuestra era, especialmente se empieza a cultivar una cada vez más importante literatura cristiana escrita en las lenguas clásicas, en griego y latín, que toma como modelo todos los géneros literarios de la tradición anterior: desde la lírica y la épica a la historiografía y la oratoria, la literatura cristiana de la antigüedad tardía conoció un desarrollo espectacular según los cristianos iban asumiendo posiciones más elevadas en la sociedad, la administración y la educación del orbe romano. Así, pronto pasaron, desde del siglo III hasta comienzos del IV, de ser perseguidos a ostentar el poder en las comunidades locales y también en el nivel Imperial. El cristianismo, bajo el emperador hispano Teodosio, el último que reinó sobre un imperio unificado, llegó a ser religión de estado imponiéndose a los cultos anteriores y persiguiéndolos hasta lograr, siglos más tarde, su erradicación.
La Hispania Romana fue una de las provincias occidentales más rápidamente cristianizadas, sobre todo en su tercio meridional, la cultísima y sofisticada Bética. Se establecieron pronto grandes obispados que aprovechaban las estructuras administrativas de la reforma de Diocleciano y Constantino para ir expandiéndose rápidamente hacia el norte, donde el paganismo resistió más tiempo. En la Hispania del bajo imperio romano también destacaron, en este ambiente cada vez más cristianizado, grandes figuras de la nueva fe que extendieron, desde la época de las persecuciones y el martirio hasta los siglos de final del imperio, la nueva cosmovisión cristiana por toda la Península ibérica.
Hispania, en la tradición cristiana, se iba convirtiendo en una suerte de tierra de promisión para la nueva fe, con las leyendas de Santiago y la Virgen del Pilar, los santos y las reliquias. Asimismo, se nota un desarrollo muy importante de la literatura cristiana que podemos glosar brevemente resaltando tres grandes figuras entre las muchas que hubo y que corresponden a tres géneros muy diferentes. En primer lugar, cabe hablar del poeta Prudencio, adalid de la nueva epopeya alegórica cristiana, que le perfila como una suerte de Virgilio de la nueva fe. Aurelio Clemente Prudencio nació en torno a 348 en la Tarraconense, en Calahorra o Zaragoza, fue rétor y funcionario imperial que viajó por todo el imperio en diversos cargos en época de Teodosio y el obispo Ambrosio de Millán.
Al final de su vida, tras una agitada carrera que no estuvo exenta de controversia, se recluyó en un monasterio hispano, muriendo c. 410. De entre su abundante obra cabe destacar el «Peristephanon», una colección de himnos a mártires, un Libro de himnos para tareas cotidianas, algunos de cuyos poemas han pasado a la liturgia católica. Pero sobre todo su influyente «Psychomachia», poema alegórico que representa el combate por el alma humana entre virtudes y vicios y que será una lectura clave desde el medievo al barroco cristiano. Prudencio supo amoldar la antigua epopeya grecolatina a las nuevas ideas cristianas.
En segundo lugar, y también en el siglo IV, cabe hablar de la viajera y cronista Egeria, una religiosa de la provincia de Gallaecia que escribió un interesantísimo itinerario del viaje que realizó a Tierra Santa en torno a 381. Su apasionante viaje, desde el extremo noroeste de la península ibérica, llega hasta Egipto, Jerusalén, Belén. Tras tres años desde su partida, decide regresar a Gallaecia y viaja por Tarso a Siria y Mesopotamia, llegando luego a Constantinopla. No sabemos más de su diario de viaje, pero es un documento único para tomar el pulso a las primeras peregrinaciones cristianas.
Por último, entre los hispanos célebres de las letras latinas, y aunque su figura ya pertenece al mundo visigótico, merece ser citado Isidoro de Sevilla, nacido aproximadamente en 556 en Cartagena, por entonces bajo dominio del Imperio Romano de Oriente. Pasó su familia pronto a la Sevilla visigótica y su nombre quedaría para siempre asociado a esa ciudad. En una época de crisis de la cultura clásica tradicional, Isidoro fue un tesoro de erudición, que manejó fuentes en griego y hebreo, y quiso compilar, para las generaciones venideras, el saber que había logrado reunir en su obra más conocida, las «Etimologías» (c. 634), verdadero monumento combinado de los saberes del mundo pagano y cristiano.
Fue una obra muy influyente para la ciencia y la erudición posteriores, pues todo el medievo depende de su concepto de historia y de su clasificación de disciplinas. No citaremos otros trabajos de este gran polímata, que trabajó sobre música, derecho, historia y un sinfín de disciplinas., que le valieron ser llamado por Montalembert «el último sabio de la antigüedad». Su figura es un brillante cierre de esta y un comienzo de un medievo nada oscuro, sino luminoso por su enciclopedismo.