Ulrich Seidl: “Si hubiera existido maltrato, ¿por qué seguían viniendo a rodar los niños?”
El director austriaco, maestro de lo sórdido, habla tras la polémica por «Sparta», película sobre los demonios de un pedófilo por la que le acusaron de abuso infantil
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Hay quien podría leer en ello algo de resignación, pero tambien hay fiereza. No en vano, en la pregunta se mencionan palabras como «dolor», «acusación», «provocación» y, claro, «pedofilia». Antes de responder, asentada ya la polvareda de la polémica, el director austriaco Ulrich Seidl (Viena, 1952) se cruza de brazos y diserta: «Todo el escándalo me dolió mucho y es complicado de entender, porque fue un ataque a mi nombre, a mi reputación y a mi medio de vida», explica el responsable de «Sparta», filme al que la publicación alemana «Der Spiegel» relacionó con acusaciones anónimas de maltrato infantil y desinformación paternal, puesto que versa desde lo turbio sobre la tendencia pederasta de un sujeto atormentado.
Y sigue, con la vehemencia de haber tenido que lidiar con la cancelación de su película en el Festival de Toronto y el ruido provocado por su proyección en San Sebastián, cita a la que no acudió para no seguir alimentando el caos informativo: «Ninguna denuncia tiene nombre y apellidos. Ni de los niños ni de sus familias. Jamás recibí tan solo un reproche por su parte. Siempre estuvieron de acuerdo conmigo y había un pacto acordado por todas las partes. ¿Por qué habrían vuelto día tras día al rodaje si estaba ocurriendo algo que no les pareciera bien, que les hiciera sentir incómodos? Estuvimos un año entero filmando. Es un escándalo orquestado, quizá sin una inquina personal hacia mí, pero en ningún caso buscando la verdad», completa convencido.
Seidl, que viste de negro impoluto pero destila toda la amabilidad empática que estruja de sus filmes, dice no sentirse preocupado por esa etiqueta de provocador que se ha ganado a pulso con películas como «Paraíso: amor» (2012) o «Import Export» (2007), siempre pegadas a lo más feo y oscuro del ser humano: «Jamás le pondría una etiqueta a mi propio trabajo, eso es cosa de los criticos, pero sí entiendo por qué algunas de mis películas pueden despertar esos sentimientos», opina para LA RAZÓN. Y lo hace en el Festival de Cine Gijón, donde acudió para presentar la mencionada «Sparta» y también «Rimini», ambas parte de una gran película que entiende como díptico y que, matiza, nació ya en la sala de montaje: «Todo el metraje iba sobre tres hombres que, a pesar de querer cambiar, no podían luchar contra su propia naturaleza aberrante. En un principio todo era la misma película, pero me di cuenta que las historias de los hermanos tenían que encontrar su propio relato».
Así, Seidl nos invita a un escabroso viaje por Europa, de Italia a Rumanía, pasando por Austria, siguiendo, desde un geriátrico, a dos hermanos hijos de un vejestorio tan nazi como senil. «Rimini» es la historia de Richie Bravo, el hermano adicto al sexo que se gana la vida como vieja gloria de la canción y gigoló en la costa del norte de Italia. La película, quizá una de las mejores, más clínicas y certeras en el relato de toda la carrera de Seidl es la cara A de la dantesca -en el sentido holístico de la palabra- cara B que es «Sparta», sobre la fuga rumana del hermano pedófilo, para montar una especie de escuela de lucha grecorromana con niños.
«La historia es verídica. O al menos eso leí en el periódico. Se trataba de un ciudadano alemán que se había marchado a Rumanía para estar cerca de los niños. Les estaba captando con la promesa de clases gratuitas y de ahí vino la inspiración. “Sparta” es la segunda película, pero es en realidad donde nace todo. Quería saber quién era el protagonista y cómo podía ser su familia», añade el director sobre la historia que narran sus dos películas exhibidas en Gijón (y antes en Berlín y San Sebastián). Y completa: «Así es como tenía claro que nos teníamos que ir a rodar a las ciudades en sí, primero a esa zona de Rumanía rural, donde los niños están tan desprotegidos y la desigualdad solo ha aumentado. No sé si como denuncia, pero sí quería pintar esas dos Europas en términos de dinero», remata anticipando al monstruo más feo de los que ha construido desde su cine.
Capaz de lo mejor y de lo peor, en ese atrevido díptico que estrenará en cines de la mano de Filmin durante la primavera de 2023, Seidl se despide analizando cómo ha rodado aquí el sexo, de manera cruda y realista, justo cuando se estilan cada vez más los «coaches» de intimidad en los rodajes: «Hay que preguntarse, realmente, de dónde viene esa tendencia. Quién la ha impuesto. ¿Necesitamos de verdad un psicólogo para todo? Soy un director y estoy capacitado para responsabilizarme de mis actos, de mi trabajo. No digo que no sea positivo en muchos casos, pero convertirlo en el estándar me parece un poco absurdo. Absurdo y claramente interesado. Estamos en esos tiempos, sí, pero no para mí. Sabiendo qué quieren hacer los actores y qué no, es más que suficiente. Todo lo demás, sobra, porque para eso yo trabajo durante meses con mis actores. Construyo una confianza con ellos. Si no seguimos trabajando así, confiando en el proceso al final vamos a acabar con coordinadores de coordinadores «coaching» de intimidad», bromea.