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Crónica

Tras los pasos del Mayor Tom (por amor a Bowie)

Con un repertorio de grandes éxitos, Coque Malla cerró anoche, en el Wizink Center, su gira “El último viaje del astronauta gigante”, después de la cual asegura que se retira de los escenarios por tiempo indefinido

El cantante Coque Malla actúa durante el penúltimo concierto de su gira en el Wizink Center, a 27 de diciembre de 2022, en Madrid (España). El artista pone el broche final a un año cargado de éxitos y se despide de su público con cuatro conciertos especiales en A Coruña, Málaga, Madrid y Barcelona que cierran su última gira 'El Último Viaje del Astronauta Gigante'.27 DICIEMBRE 2022;COQUE MALLA;CONCIERTO;WIZINK;GIRARicardo Rubio / Europa Press27/12/2022
El cantante Coque Malla actúa durante el penúltimo concierto de su gira en el Wizink Center, a 27 de diciembre de 2022, en Madrid (España). El artista pone el broche final a un año cargado de éxitos y se despide de su público con cuatro conciertos especiales en A Coruña, Málaga, Madrid y Barcelona que cierran su última gira 'El Último Viaje del Astronauta Gigante'.27 DICIEMBRE 2022;COQUE MALLA;CONCIERTO;WIZINK;GIRARicardo Rubio / Europa Press27/12/2022Ricardo RubioEuropa Press

Por amor a Bowie, Coque Malla ha escrito canciones, titulado discos y giras, soñado despierto con la inmensidad oscurísima del espacio exterior. El arte es una larga cadena de influencias, de aquello que alimenta y engorda pese a que no se introduce por la boca, y del mismo modo que “Space Oddity” fue escrita por Bowie tras inhalar varias veces “2001: Una odisea del espacio”, de Kubrick, algunos de los momentos cumbre de la discografía de Malla surgieron como homenajes inequívocos a esa canción.

Nunca sabremos si el Mayor Tom, el hombre más solo que ha nacido de la imaginación de un creador, viajó de verdad al espacio o, como sugiere la posterior “Ashes to ashes”, lo suyo no fue más que una travesía alucinógena. Pero en el videoclip de “Blackstar”, la calavera que reside dentro del casco del astronauta vencido certifica el fin de la odisea real o soñada. Y qué importa si ocurrió o no. En el arte, el juego del equívoco no sólo es lícito, es necesario. Cuando logra emocionar, claro. Cuando traspasa la carne e incendia el mecanismo que acciona los sentimientos. Cuando arrolla, eleva e ilumina.

Anoche, mientras en un Madrid sobrealumbrado por cortesía de las Navidades la gente se movía con la urgencia que tan desquiciada ciudad insemina en el torrente sanguíneo, Coque Malla citó a sus fieles en el Wizink Center y desplegó su mejor munición. Las más hermosas canciones de su etapa en solitario, marcada por una hondura y una delicadeza que la hace merecedora de escaparates más amplios y mejor situados que los actuales, y las más célebres de ayer, cuando la furia de Los Ronaldos buscaba una respuesta inmediata y febril en sus oyentes. De esa forma, alternó fiereza y calma, gritos y susurros, acompañado de unos músicos –bajo, batería, guitarra acústica, teclista y sección de viento– con mucho callo. No más que él, que demostró lo buen guitarrista que es y, sobre todo, sus magníficas dotes de entretenedor: estuvo hablador, quedón, con ganas de pasárselo bien mientras hacía pasarlo muy bien a un público que se las sabía todas. Y bailó muchísimo. Como Coque Malla y, en algún momento, como Michael Jackson, en lo que ha de entenderse como una muestra de su personal sentido del humor.

Pero si las algo menos de dos horas de concierto dieron mucho de sí, se debió a un repertorio infalible que contó con el aporte de las imágenes que iba mostrando una pantalla gigantesca. De entrada, sonaron contundentes “Escúchame”, “Abróchate”, “Extraterrestre”. Llegaron hondo “No puedo vivir sin ti” y “Me dejó marchar”, y las estupefacientes “Berlín” y “Hasta el final”, tan dylaniana. Y el público agradeció la enérgica resurrección de Los Ronaldos con las consecutivas “Adiós, papá”, “Guárdalo” y “Por las noches”, que transformaron el ambiente en una fiesta mayúscula. Y al cabo de una veintena de temas reconocibles, la discotequera “Un lazo rojo, un agujero”, segundo de los bises tras “El árbol”, bajó la persiana sin piedad.

Hace dos meses, Coque cumplió cincuenta y tres. No es, pues, ni tan joven ni tan viejo. Eso significa que si nada se tuerce, si la salud y el ánimo acompañan, el camino por delante (el espacio por delante) se antoja largo, a pesar de esa retirada que cabe presuponer una simple pausa. Una parada para tomar aliento, reflexionar y renovarse.

Pero el caso es que anoche, tras un concierto intenso por momentos, de aguijonazo de nostalgia en otros, Coque cortó de un tajo el cable que lo une a la nave de la vida pública para perderse en la inmensidad insondable de su espacio interior. Tras los pasos del astronauta errante más famoso de todos los tiempos, el Mayor Tom, al que tantísimo le debe. O puede que tan sólo en busca de sí mismo. De aquellos tesoros que habitan en él y que aún no ha sido capaz de hallar. De sus paraísos vírgenes.

Toca, en fin, resetear. Nacer de nuevo. Intentar el milagro de reír y llorar como si fuera la primera vez. Y cuando eso ocurra, volverá. Anoche dio su palabra.