Selvático Animal

Coque Malla: “Dejo el escenario por un tiempo, el público necesita descansar”

Tras más de treinta años acostumbrado a la familiaridad ritualística de los escenarios, el cantante madrileño ex líder de Los Ronaldos continúa recorriéndolos a través de su gira “El viaje del astronauta gigante” antes de bajarse de ellos temporalmente

A sus 52 años, Coque Malla sigue estando en plena forma profesional y creativa
A sus 52 años, Coque Malla sigue estando en plena forma profesional y creativathomas canet

Lo que va del Coque Malla con chaleco y pelo rebelde que le decía adiós a papá (al tiempo que le pedía dinero) al que hoy revisa, guitarra en mano, lo recorrido, es, exactamente, lo que dura uno de sus conciertos. Anda el artista inmerso en su gira «El viaje del astronauta gigante», con la que ha recorrido los mejores festivales y los grandes escenarios del país. Con ella, el cantante ha llevado a cabo un repaso a toda su trayectoria musical, desde aquel adolescente con cara de pillo que debutaba con Los Ronaldos al último de sus éxitos en solitario. Y es que Malla es una de esas insólitas anomalías capaces de triunfar con un grupo inolvidable y consolidar más tarde una carrera en solitario que no se resienta por ello ni le lastre. Casi cuarenta años en los escenarios, autor de algunas de las canciones que siguen coreando incluso las nuevas generaciones, repasa como quien ojea las páginas de un álbum de fotos su vida profesional y la comparte con su público.

«Ha sido muy intenso», explica Coque, «una experiencia muy bonita, pero de una intensidad brutal. Creo que era el momento de hacer este repaso, de revisitar toda mi trayectoria. Me parecía oportuno y necesario. Y ha sido una gira muy especial porque, además, hasta abril hacía un show que se situaba más entre lo teatral y lo musical, y no solo era ese repaso de lo profesional a través de una selección de canciones, sino que también había monólogos y hablaba de mi vida a través de anécdotas. Así que ese revisitarme ha sido también en lo personal y una experiencia muy especial y que se alejaba un poco de lo habitual, del formato concierto».

Terminará este balance el 27 de diciembre, por todo lo alto, en el Wizink Center de Madrid, y planea Malla dejar los escenarios durante una temporada, «quizá la más larga que haya estado sin tocar, es algo indefinido», reconoce. «Necesito este parón. Han sido tres años sin descanso, el último muy intenso, y el cuerpo me lo pide. Hay proyectos ya bullendo en mi cabeza, planes paralelos, aunque hay que descansar, mirar hacia adelante y pensar ya en nuevas canciones y en el nuevo disco que empezará a grabarse en marzo. Así que el parón en realidad será más desde fuera, no tanto mío, que estaré en eso y en realidad no pararé. Es un descanso para el público, que necesita echar de menos, no uno necesario para mí, que no me canso del escenario. Me gusta mucho –añade– y lo disfruto, pero el público necesita descansar. Al fin y al cabo, el territorio es el que es y tres años con directos significa que hay sitios donde has estado varias veces en muy poco tiempo. Hay que parar».

Tras más de treinta años subido en los escenarios, claro, ha visto cambiar ante sus ojos tanto al público como a la propia industria: «Ha cambiado mucho, sobre todo por la aparición de internet. Internet ha supuesto un cambio brutal en muchos aspectos. Creo que aún no nos damos cuenta de cuánto. Y la gente ha cambiado también, y en buena parte por eso, su modo de consumir música. Ahora ya no es tanto el disco lo que busca, que yo creo que acabará quedando simplemente el vinilo para nostálgicos y coleccionistas, puesto que tiene al alcance todas las canciones en cualquier dispositivo. Ahora la gente sí va a los conciertos y paga la entrada. Entiende y valora que eso se paga. Antes lo que compraban era el disco, no la entrada para el concierto. Los conciertos eran la mayoría de las veces gratuitos, en fiestas mayores, organizados por ayuntamientos. Porque no se quería pagar para ver un concierto, costaba hacerlo. Iban si era gratis. Ahora sí, ahora eso se valora. En ese sentido estamos al nivel de Europa y eso es muy positivo», asegura. Son muchas las canciones suyas que se siguen coreando hoy en día, incluso por las nuevas generaciones, aquellas que no conocieron al cantante en su época de Los Ronaldos. Como esa inolvidable «sí, sí», con su polémica frase «tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí» que no parece muy probable que pudiera escribirse hoy en día sin ocasionar problemas. «Hombre, escribirse sí se podría. Lo que no podría es cantarse», dice Coque, y defiende que «la creación es un acto de una sinceridad brutal, de libertad absoluta, y no debe limitarse de ninguna de las maneras».

Realidad paralela

Al respecto de la cultura de la cancelación, de este nuevo puritanismo que señala y censura, o pretende, obras y artistas, comenta Malla: «Ninguna actividad creativa debe ver coartada su libertad. Ni la música, ni la literatura, ni el cine, ni el humor… Es fundamental contar con esa libertad y no autocensurarse. Yo jamás me he autocensurado. Cuando estoy en ese momento de creación, que es tan brutal, tan extraordinario, de una sinceridad y una intensidad tan potentes, no hay nada que pueda frenarlo. Y eso debe ser así o estaríamos frenando el arte. Es fundamental defender la libertad de expresión y de creación».

«De todos modos», reflexiona Coque, «creo que en realidad son solo cuatro gatos los que tratan de coaccionar y limitar esa libertad. Lo que pasa es que hacen mucho ruido, se les ve más y por eso crean una falsa ilusión de que son muchos más y que suponen verdaderamente un peligro. Pero en realidad eso no es así. Tú luego sales a la calle y puedes hablar con tus amigos, con la gente, y no hay esa crispación ni esa polarización tan exacerbada. Por eso creo que hay que plantar cara, dar la batalla y que se vea que somos más y ellos muy pocos».

Él mismo fue muy activo en redes durante un tiempo y confiesa que reaccionaba a veces impulsivamente, crispado, ante determinadas manifestaciones. «Ya no», comenta, «ahora, después de una etapa de mucha actividad en redes sociales, de mucho escribir y mucho participar en el debate público, me he aislado de todo eso. Estoy en una especie de burbuja, lejos de todo, ajeno al ruido, centrado con las cosas que me interesan, que son mi familia, mis hijos, mi intimidad, mi música… Estoy muy feliz y muy satisfecho en ese retiro, en esta especie de realidad paralela, que es mucho más amable. Las redes me crispaban y ha sido muy sano alejarme».

La furia y su reverso

Por Javier Menéndez Flores
Se extinguió la Movida del mismo modo que nació, sin avisar, y surgió otra movida, u otras. Estamos aún en los 80, cuando el país entero estiraba la colosal primavera sobrevenida tras el largo invierno franquista y Madrid era un parque de atracciones con coches de choque en la Cuesta de las Perdices, montañas rusas como fogatas desde Atocha hasta la plaza de Castilla y pasaje del terror en el paseo de Camoens. Un desmadre, o sea. Ya éramos europeos. Permanecíamos en la OTAN luego de un referéndum con mucho de pérdida de la inocencia colectiva. Severiano Ballesteros era el Rafa Nadal de entonces. Almodóvar estaba a dos paradas de metro de Hollywood. ETA seguía matando sin tregua ni piedad.
Y en medio de ese paisaje de logros y debacles brotó igual que una planta carnívora el primer disco de Los Ronaldos, al frente de los cuales resplandecía un cantante y guitarrista que parecía recién fugado del patio del colegio. Alimentados a base de generosas raciones de los Stones, Ramones, la Velvet Underground y Pata Negra, el ímpetu de los conciertos de Los Ronaldos, donde el rocanrol se servía sin mezclar, desmentía su imagen pop. Letras furiosas, guitarras enérgicas, temperamento en vena. Les molaban a los pijos malotes y a los punkis porque aunaban, ya digo, un perfume de niños bien y una sangre cimarrona. El rock, qué medicina, qué desvarío, qué paraíso edificado con descargas de euforia y fiebre.
Y Coque Malla, voz de hombre atrapada en el cuerpo de un adolescente que se resistía a dar el estirón, era un James Brown caucásico y lampiño que se instaló en la mejor de las reivindicaciones, la del placer. Y resulta que un día estás tocando en un colegio mayor o en un garito (Agapo, Zeleste) y al siguiente te abraza la gloria inefable del Pabellón de los Deportes del Real Madrid o del Estadio Nacional de Santiago de Chile. Y en la radio, entretanto, sonaban a todas horas unas canciones en las que la voz del cantante era sospechosamente parecida a la de Coque, y es ahí cuando entiendes que tu principal cometido en esta vida es no volverte gilipollas. Y llegó el cine, en donde aquel músico se desenvolvía con asombrosa naturalidad, quizá porque sus padres eran actores con mucho callo, y esa estrella de rock tan anómala se vio en la cúspide de la ola sin tabla alguna bajo los pies.
Pero todo edén tiene su fecha de caducidad, y a las puertas del fin del milenio Los Ronaldos se disgregaron tras un último disco en directo cuyo título era una broma macabra: «Quiero que estemos cerca». Después del estruendo, Coque rebajó la intensidad y solo se mostraba vehemente en la búsqueda de la excelencia y encima de un escenario, donde seguía siendo un fiero hijo del rocanrol. Aquel guerrero en la reserva, al que por la calle lo delataban unas botas de serpiente, entró en un periodo experimental en el que se rastreaba a fondo para sacar de sí únicamente lo que valía la pena, sin prisa por publicar. Y le visitaban en sueños astronautas y gigantes, y los apresaba al vuelo para incorporarlos a unas canciones/relato en las que flotan retazos de Bowie, Dylan, Cohen y la bendita chanson, pero también de Los Rodríguez y Sabina. Porque CM es un cantautor sui géneris que no desdeña ninguna forma de talento, ningún género.
Mientras se reconstruía y anhelaba quedarse en Berlín para siempre, sea lo que quiera que sea Berlín más allá de Berlín, la vida avanzaba en Madrid con sus rosas y sus cuchillos. Y cayeron los padres y crecieron los hijos, y quiera la diosa Fortuna que ese orden natural no se altere jamás. Es muy posible que Coque sepa que Dios y el demonio solo están en nuestras cabezas, aunque a veces dude y piense “pero y si quizá…”. Mas todo aquel que se interroga sin hacerse trampas acaba entendiendo lo lejos que está de nuestro alcance cualquier verdad absoluta, salvo la de que aquí estamos de paso. Hoy Coque no llena estadios, pero cuenta con seguidores fidelísimos y con algunos astros del presente, pongamos que hablo de Dani Martín, que no se cansan de pregonar su condición de herederos y coqueinómanos. Para quien sepa buscarla, la vida tiene siempre una bola extra después del gran partido. Coque la encontró, y aún juega con ella. Y aunque ahora anuncia que se va, volverá seguro. Como vuelve el asesino a la escena del crimen.