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Historia

Alcatraz, la historia de una prisión de película

El globo sonda lanzado por Trump esta semana vuelve a poner en el foco mediático a una cárcel de máxima seguridad que estuvo en activo de 1861 a 1963 y que se sitúa en una isla bautizada por un oficial naval español. Por sus celdas pasaron los criminales, digamos, «especiales»

Una escena de "Fuga de Alcatraz" estrenada en 1979
Una escena de "Fuga de Alcatraz" estrenada en 1979Imdb

Un fantasma recorre Estados Unidos de América: Trump. La RAE define «fantasma» también como una persona envanecida y presuntuosa. Lo señalo porque en su afán populista, el presidente de EEUU ha ordenado reabrir la prisión de Alcatraz. No lo ha dicho para aprovechar el espacio, porque en el desierto de la Gran Cuenca –no me refiero a la ciudad manchega, sino al paraje desértico más grande de Norteamérica– cabría perfectamente un complejo penitenciario al estilo de Guantánamo, una cárcel que Obama prometió cerrar y ahí sigue. No, Trump lo suelta por hacer populismo con el orden público recurriendo a un símbolo como Alcatraz. De esta manera espera reforzar su imagen de patriota implacable con la «escoria de la sociedad», y no ser «rehén de los jueces» blandos y leguleyos que no quieren deportaciones. En fin, que reabrir Alcatraz no es más que un pulso a la democracia y un truco político que apela a la memoria colectiva de los norteamericanos.

La prisión está ubicada en una isla de la bahía de San Francisco, a dos kilómetros de la costa. Fue el oficial naval español Juan Manuel de Ayala quien en 1775 bautizó a la roca como «La isla de los Alcatraces» en referencia a las aves. La primera vez que se utilizó Alcatraz como prisión fue durante la Guerra de Secesión, en agosto de 1861, por orden de Lincoln. Inicialmente era una fortificación militar para defensa del lugar, pero como tenía difícil acceso por las fuertes corrientes marinas se pensó que era ideal para confinar a prisioneros militares. Allí fueron recluidos confederados durante la guerra civil y algunos nativos americanos molestos de las tribus de los Paiute y los Chiricahua Apache durante la conquista del Oeste.

Los más peligrosos

En 1933 el presidente demócrata Roosevelt la convirtió en una prisión federal de máxima seguridad. Al año siguiente, el departamento de Justicia decidió recluir en Alcatraz a los mafiosos más peligrosos para dar una lección pública. El primero en llegar fue Al Capone, jefe de la mafia de Chicago, en agosto de 1934. Se le asignó el número de prisionero 85 y se relajó, dedicándose a la lectura y a la música, como un jubilado de antaño. Sin embargo, como ingresó con sífilis acabó mal de la olla, o eso dicen, y fue enviado a un psiquiátrico en Baltimore. También estuvo recluido el homicida Robert Stroud, conocido como «El pajarero de Alcatraz» por su gusto por las aves.

Este tipo había sido condenado a muerte por matar a un guardia de la prisión de Leavenworth, Kansas, en 1918. Cuando su madre se enteró –que ya podía haber hecho algo antes– fue a Washington a pedir clemencia al presidente Wilson. Insistió tanto que este demócrata conmutó la pena capital por la cadena perpetua, acabando Stroud en Alcatraz.El prisionero más siniestro fue Alvin «Creepy» Karpis. Su verdadero apellido era Karpavicius. Era el líder de una banda mafiosa de la década de 1930 que se dedicaba al secuestro, al robo y al asesinato. Le llamaban «Creepy» (horripilante) porque mostraba una sonrisa perversa cuando cometía un delito. Vamos, un psicópata. Fue detenido en 1936, condenado a cadena perpetua, y pasó 26 años en Alcatraz protagonizando trifulcas con otros presos casi de continuo. Este angelito fue el preso que más tiempo pasó en esta prisión. Por cierto, fue puesto en libertad en 1969 y acabó sus días en Torremolinos diez años después.

George «Machine Gun» Kelly fue un ladrón de bancos. Se dice que era su mujer quien le incitaba a robar, dando ejemplo de lo que pasa si te casas mal. Metió la pata cuando secuestró a un rico petrolero, un tal Charles F. Urschel, en 1933 que, lejos de sufrir el síndrome de Estocolmo, memorizó todo y se lo contó a la policía. El mítico FBI de John Edgar Hoover detuvo a «Machine Gun» tras una persecución de película. Hay quien cuenta que cuando se vio atrapado dijo: «¡No disparen, G-Men!» (Hombres G, en referencia a los agentes del gobierno). Estuvo 17 años en Alcatraz.

También hubo quien intentó fugarse de «La Roca». Arthur «Doc» Barker lo intentó el 13 de enero de 1939 junto a su cuadrilla. Hicieron lo que en los dibujos animados: serraron los barrotes de las ventanas, ataron las sábanas y descendieron nueve metros. Ya en la orilla intentaron construir una balsa de madera con trozos que habían pillado en la cárcel. Quisieron aprovechar la niebla y emprendieron la navegación. Sin embargo, un viento inoportuno disipó el mar y una torre los iluminó. Sonaron las sirenas, les pidieron que levantaran las manos, se negaron y los guardias dispararon. Así murió Arthur «Doc» Barker.

Alcatraz se ganó entonces la fama de prisión segura, y por eso trasladaron allí al rey del escapismo, el delincuente Roy Gardner. Había huido de algunas prisiones, y su llegada a «La Roca» causó gran expectación entre los presos, cruzando apuestas sobre la fecha de su fuga. Pero Roy se lo pensó mejor, aguantó y fue puesto en libertad condicional en 1938.

En 1946 tuvo lugar la llamada «Batalla de Alcatraz», cuando un grupo de presos liderados por Bernard Coy se amotinó para escapar de la isla. La pelea tuvo lugar entre el 2 y el 4 de mayo. El plan empezó cuando Coy, que había adelgazado para meterse entre los barrotes, llegó hasta las armas. Las repartió a sus secuaces y empezó el tiroteo. Hubo cinco muertos: dos guardias y tres presos. Dos de los implicados en la batalla fueron condenados a muerte.

El caso más misterioso fue el intento de fuga de Frank Morris y los hermanos John y Clarence Anglin el 11 de junio de 1962. Escaparon utilizando herramientas creadas por ellos para abrir los respiraderos. Reptaron por el tubo hasta salir al exterior, construyeron una balsa de materiales encontrados dentro de la prisión y se lanzaron a las aguas frías de la bahía. No se supo más de ellos. Su historia sirvió para inspirar la película «Fuga de Alcatraz».

Tres veces más cara

Las presiones políticas y su alto coste, casi tres veces más cara que cualquier otra prisión federal, hicieron que Alcatraz se cerrara en 1963. Hubo varias propuestas para usar el lugar. Algunos dijeron que podría servir para rehabilitar a drogadictos, otros como Universidad –en fin–, o incluso como casino o complejo turístico, y un grupo hippie dijo que hicieran un monumento a la paz.

Alcatraz quedó abandonada hasta que el 20 de noviembre de 1969 un grupo de 89 nativos americanos ocuparon la isla y la reclamaron como territorio propio en plan conquista. Los activistas okupas se hicieron llamar «Indios de todas las tribus» (IOAT). Eran el «Red Power», por lo de «piel roja». Decían que, según el Tratado de Fort Laramie de 1868, cien años antes, toda tierra federal abandonada debía ser devuelta a los indios. Como Alcatraz había sido dejada de la mano de Washington, allí se plantaron los descendientes de sus primeros presos. Estuvieron 19 meses. Pidieron dinero prestado, pero la gente solo prestó atención. Eso sí, la okupación de Alcatraz sirvió para que se debatiera sobre la situación de los nativos americanos. De hecho, poco después Marlon Brando no recogió un Oscar por su interpretación en «El Padrino» porque quedó impresionado con el discurso de los IOAT. El caso es que Richard Nixon, el presidente en 1971, acabó harto de bronca y los echó de Alcatraz.

Después de la expulsión, Alcatraz fue incorporada al Golden Gate National Recreation Area como lugar turístico. Y así ha sido hasta ahora. Se podía contratar una audioguía y visitar los pasillos y celdas de la prisión, escuchar los testimonios de exreclusos y guardias, tomar un barco y navegar la bahía que disuadió a los presos, o incluso tours nocturnos bien ambientados para que el turista se sumergiera en la vida carcelaria.