Amalia Avia, la pintora de las ausencias
Sus imágenes no eran opulentas ni llenas de expresión, pero sí componía escenas cotidianas que pasan desapercibidas; inmortalizaba lo que nadie era capaz de ver
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Nacida en 1930 en un pueblecito de Toledo, Santa Cruz de la Zarza, esta artista madrileña, aunque menos valorada que su compañero Antonio López, fue una de las figuras más importantes de los llamados «realistas madrileños». Amalia tuvo una infancia marcada por la guerra civil, durante la cual vivió en Madrid y tuvo que sufrir la pérdida tanto de su padre como de sus dos hermanos. Terminada la guerra regresó a Santa Cruz de la Zarza, donde no pudo tener tanta libertad. Al fin, en los años 50, regresó a Madrid, en donde vivió con su madre. Sorprende que, habiendo sido niña durante la guerra, no se encuentra en la obra de Amalia Avia ninguna especie de rencor o trauma.
Desde su juventud sintió pasión por la pintura y el dibujo, por lo que decidió ser artista. Con el tiempo, se tomará más seriamente su anhelo, con lo que finalmente pudo entrar en una academia, la de Eduardo Peña en los años 50. Aquí, por primera vez, aprendió seriamente el oficio de artista, contando además con el apoyo de su profesor, quien veía potencial en ella. Después pasaría a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Para completar su formación, decidió acudir a clases nocturnas gratuitas del Círculo de Bellas Artes, con lo que experimentó cierta libertad y tomó una nueva perspectiva artística.
De esta manera conocerá a otros grandes artistas que, junto con ella, formarán el conjunto de los realistas de Madrid. Estos amigos son: Antonio López, Isabel Quintanilla, María Moreno, Esperanza Parada y Julio López. Además, con algunas compañeras lograron abrir su propio estudio situado en la calle Béjar. En 1960 se casó con el artista abstracto Lucio Muñoz, un año después de su exposición en la galería Fernando Fe.
Fue una artista muy prolífica; de hecho, se cree que dejó incluso más de mil obras y se sabe que participó en más de 200 exposiciones, con lo que pudo ser reconocida en España desde su primera exposición en Fernando Fe y asimismo a nivel internacional.
Somos capaces de conocer su personalidad a través de su pintura. Es más, ella misma decía que era imposible separar arte y vida. Del mismo modo conocemos su pensamiento gracias a que escribió sus propias memorias, publicadas en 2004 bajo el título De puertas adentro. Energética y apasionada, recorría las calles de Madrid con su cámara fotográfica, incluso con su marido e hijos, para captar aquellas escenas que le captaran la atención, volviendo después a su estudio y así plasmar la escena en el lienzo.
Las imágenes de Amalia no eran opulentas ni llenas de expresión, ni había nada en ellas que llamase realmente la atención, sino que eran escenas cotidianas, comunes, visiones que nos pasan desapercibidas, porque Amalia Avia pinta lo que los demás no ven. Su obra da a conocer el Madrid, no de aquellos años, sino que más bien parece que habla de un Madrid atemporal, descontextualizado, como si retratara el alma madrileña, captando el ambiente y esencia de la cuidad, una cuidad de pequeños puestos abandonados, de lugares que estuvieron llenos de vida.
Ella misma reconoce que en sus cuadros no le interesa la representación de la figura humana, aunque se autodenominaba en sí humanista, puesto que expresaba la relación del hombre con las calles de Madrid y los interiores de las casas que ella habitó, es decir, su obra, a pesar de que pudiera no parecerlo, se centra en el ser humano, porque está llena de vidas anónimas. De hecho, Amalia siempre quiso saber qué vidas había detrás de aquellas tiendas. Así, a pesar de que no nos lo muestre, nos hace pensar en las personas que caminan por allí, van al trabajo, vuelven de trabajar... en lugares que pasan desapercibidos, pero no para Amalia Avia. Lugares del día a día que representan los ecos de Madrid, lugares representados sin vida ¡pero que tuvieron tanta vida! Incluso Camilo José Cela llegó a decir que era «la pintora de las ausencias».
Gracias a sus cuadros, podemos sentir una conexión con el pasado, al ver aquellos puestos deshabitados, pero que todavía existen y por los que pasaron muchas personas. Por ejemplo, en uno de sus cuadros se ve a un grupo de visitantes observando La familia de Carlos IV, de Goya, lo que hace pensar en todos los que hayan visto aquella obra: gente común, gente famosa, otros reyes... nosotros hoy en día igualitos a ellos. Así, pasado, presente y futuro se unen en la obra de Amalia Avia.