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Ana Torroja: «Creo que Mecano no volverá, pero nunca dejará de existir»

Con el Grammy Latino a la Excelencia Musical aún caliente, la célebre vocalista madrileña concluye este mes, después de casi tres años, la gira «Volver»
Ana Torroja: «Creo que Mecano no volverá, pero nunca dejará de existir»
Ana Torroja: «Creo que Mecano no volverá, pero nunca dejará de existir»SALVA MUSTÉ
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

Madrid Creada:

Última actualización:

Siempre será la voz de oro de Mecano, tal vez el grupo de pop más grande que ha dado España, pero sus 26 años en solitario y sus más de tres millones de discos vendidos avalan el peso de su carrera al margen de los hermanos Cano. Madrileña, vivió largo tiempo en Nueva York y en Londres y pasó un breve periodo en París, y hace ya ocho años que reside en México con su marido y su hija, desde donde atiende esta entrevista por videoconferencia. ¿Qué le pasa con su país, acaso huye de él? «España es mi casa. Voy muy a menudo, sigo teniendo trabajo allí y la echo mucho de menos. Pero soy muy inquieta, me gusta moverme, descubrir sitios, empaparme de otras culturas. Casi siempre he vivido en capitales del mundo. Nueva York y Londres fueron lugares elegidos para volver al anonimato. Necesitaba recuperarme a mí misma, estar en un lugar en el que volver a ser Ana, a secas, y esas dos ciudades son muy motivadoras. Hay gente que lleva bien la popularidad, yo no. Ahora la llevo mejor, porque todo es más tranquilo, aunque aún no me acostumbro a las redes sociales. De México –prosigue– me enamoré nada más pisarlo. Y en un momento en el que no tenía trabajo en España, me ofrecieron grabar un disco aquí, en directo, con artistas mexicanos [“Conexión”], y me vine. Es un país que recibe con los brazos abiertos tanto a artistas nuevos como a veteranos, y donde me siento como en casa». Allí reside otro español ilustre y buen amigo suyo, Miguel Bosé –«No nos vemos tanto, porque vivimos lejos»–, y ella aún recuerda la gira que hicieron hace más de dos décadas, “Girados”, como una de las más importantes de su vida: «Llegó en el momento oportuno, fue toda una enseñanza. Aquella fue la primera vez que me subí a un escenario sin Nacho y José. Fue una gira muy larga, casi dos años, y es de las que más he disfrutado, y eso que he hecho muchas. Teníamos un repertorio impresionante, todo singles. Miguel me enseñó dos cosas muy importantes: aprender a decir que no y no tener miedo a equivocarme».
«Bosé me enseñó a aprender a decir que no y a no tener miedo a equivocarme» / «El accidente de coche que tuve ha sido el peor momento de mi vida»Ana Torroja
Hace sólo un mes que recibió el Grammy Latino a la Excelencia Musical. ¿Con ese premio puede una morirse tranquila? «Pues te diría que sí, jajaja. No, en serio. Creo que ha llegado en un momento perfecto. Llevo con la gira “Volver” casi tres años, y la termino este mes. Siempre he intentado sorprender, independientemente de modas y éxitos, hacer algo diferente. Y, a veces, después de grabar un disco o hacer una gira, me siento vacía y me pregunto qué puedo darle a la gente que no le haya dado ya. Y este premio ha sido como una palmadita que me anima a seguir. No sé qué voy a hacer ahora mismo, pero tengo la motivación de seguir adelante. Llevo ya más años de solista que con Mecano, cuando pensé que haría un único disco y que ahí acabaría mi carrera. El que la gente continúe escuchando mi música y vaya a mis conciertos, seguir haciendo lo que me gusta, es realmente el premio. Tengo mi edad, pero me siento joven». Ana ha publicado seis discos de estudio en solitario; el último, «Mil razones», hace un par de años. ¿Está satisfecha con ellos, la «explican» bien? «Estoy satisfecha, sí. No cambiaría ni una coma de ninguno de ellos. Y me parece muy bonito eso que dices, que me “explican bien”, porque así es como lo siento. En los discos de Mecano hay grandísimas canciones que sigo cantando porque también me explican bien, pero mis discos en solitario me explican mejor».
La que fuera vocalista de Mecano, Ana Torroja
La que fuera vocalista de Mecano, Ana TorrojaSALVA MUSTÉ
Mecano. El tema ineludible cuando se entrevista a cualquiera de sus tres exmiembros. Aunque la ruptura oficial se produjo en 1998 –cuando José María Cano anunció en unos premios musicales, ante la sorpresa de los otros dos integrantes, que abandonaba el grupo–, llevaban en el dique seco desde 1992, lo que significa que son ya más de 30 años sin ellos. ¿De verdad no van a realizar nunca esa gira que quedó pendiente? «Creo que si hay que acabar, es mejor hacerlo por todo lo alto… Yo hubiera estado encantada de hacer una última gira, sería feliz, sería la bomba. La gente se volvería loca, sería la gira más importante... Hubo un momento en el que estuvo bastante cerca, pero no salió. Y cada vez la distancia se hace mayor… Aunque me cuesta decir la palabra, porque es contundente, creo que en este momento es imposible. Creo que Mecano no volverá, pero nunca dejará de existir. Y yo sigo cantando esas canciones, continúan ahí».
El fin de Mecano supuso un cataclismo para ella, el mayor de su trayectoria profesional. Pero el momento más duro de su vida llegó justo una década después, en 2008, cuando sufrió un gravísimo accidente de coche en el que murió un buen amigo suyo. La modelo Esther Arroyo iba también en el vehículo. «Aunque no te restableces de un modo definitivo de algo tan traumático, y a veces, al pensar en ello, se me siguen poniendo los pelos de punta por todo lo que significó, ya puedo hablar de ese accidente. Lo he trabajado mucho en terapia, pero me llevó tiempo salir de aquello. Ha sido el peor momento de mi vida, sí. Porque ahí te das cuenta de la línea tan fina que hay entre la vida y la muerte. De que hoy estás y dentro de un segundo puedes no estar. Se te tambalea todo. Mi hija tenía cuatro años recién cumplidos, y eso te hace pensar qué habría pasado si no hubiéramos salido de ahí… No, ahí no me quiero meter porque me pongo a llorar… Pero después de ese accidente llegó la canción “Sonrisa”… –la emoción se le sube a la voz–. La persona que la escribió no sabía lo que me había pasado, pero es una canción de fuerza. De salir para delante. De estar presente». Ana Torroja lo está, y mucho.
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El cuentakilómetros de Ana ha rebasado ya el millón, pero ella no piensa detenerse. Los músculos de sus piernas se mantienen en forma. Sus pulmones son dos palacios con todas las ventanas abiertas. Su corazón lleva un turbo incorporado y cada vez que da un acelerón, entre la euforia y el vértigo, nos regala un nuevo disco o un dueto exótico o un concurso de música. Y así, claro, no hay quien la pare.
Ha sido largo el camino andado, pero no lo suficiente. Y siempre que vuelve el rostro, las sensaciones se imponen a los logros. La primera vez que miró la vida como antes del Big Bang de la fama, sin ser observada, la explosión de felicidad fue tal que no pudo sujetar las lágrimas. Jamás lo olvidará porque no ha vuelto a tener un llanto tan placentero como ese. Ocurrió en la jungla con mil acentos de Nueva York, en donde Ana, tras huir de Ana Torroja como quien se sacude de encima a una vampira, encontró aquella isla desierta con la que tanto había fantaseado.
Llegaron después la bruma del viejo Londres y los cafés de París, geografías en las que el anonimato le permitió seguir saboreando cada instante sin el cáncer de las interferencias. Porque, para volver a respirar aire puro, tuvo que alejarse de aquella que todo se lo dio; de quien, pese a no poderse levantar, entró como un tornado en todas las casas, en todas las oficinas y en todos los coches.
Ana fue una estrella de rock que cantaba un pop que gustaba en los cuatro puntos cardinales. El póster de la muchacha con falda levísima y medias de redecilla en el que miles de adolescentes se perdían cada noche antes de abandonarse al sueño. Para aquella niña bien, hija de la nobleza y la inteligencia, lo de jugar a ser una diosa en Las Ventas y en el Palacio de los Deportes debió de ser un chute de diversión y locura. Y si sus pies no se despegaron del suelo y la vanidad no la devoró fue porque sus raíces eran largas como rascacielos.
Qué días aquellos en los que estuvo emparedada entre la cruz de navajas de José María y Nacho, dos hermanos que no comparten más que la sangre. Ana sentía que sus brazos y sus ideas se estiraban en exceso; que tenía que hacer un esfuerzo de titán para que su voz no se saliera del renglón como hacen los niños indolentes o demasiado soñadores. Y cuando todo acabó, sin que nadie le hubiera preguntado si tenía algo que alegar, el miedo llamó a su puerta y la fiebre la visitó cada noche de todo un año. Pero, a la larga, salió vencedora, pues volvió a tenerse enteramente y advirtió que su cabeza funcionaba otra vez a un ritmo normal y no como una bandera agobiada por el viento.
La vida se inaugura cada día, en el momento justo en el que abres los ojos, y son tus decisiones y tus pasos y tus paradas los que se encargan de elegir el color que llevarán tus paredes. Para Ana, la vida fue demasiadas veces un beso de película y alguna otra un disparo en la cara, y entre esos dos polos, con mucho mimo y tiento, ha fundado su reino. Y pese a que los reconocimientos a toda una trayectoria son recibidos con un río de gratitud y un pellizco de orgullo, como cada uno de los cromos que ha ido pegando en el álbum de su travesía artística, siente que le quedan cosas por contar y no piensa despedirse sin cantarlas. Lo que de ningún modo va a hacer, aunque ya no quede nada por demostrar, es echarse a dormir. Porque todavía tiene hambre. Porque aún no tiene sueño.