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Fundación ARCO

ARCO, soporífera limpieza

La feria adolece de riesgo y posee un exceso de pulcritud: ¿será para que el coleccionista no salga huyendo?

ARCO, soporífera limpieza
ARCO, soporífera limpiezalarazon

ARCO Madrid: la feria adolece de riesgo y posee un exceso de pulcritud: ¿será para que el coleccionista no salga huyendo?

Comencemos por la conclusión: a ARCO le falta suciedad. El paseo por los pabellones 7 y 9 de Ifema supone un itinerario previsible y por momentos soporífero por bosques de obras estéticamente aseadas, de un acabado perfecto, casi industrial. Falta la impronta del cuerpo: marcas, olores y texturas que comprometan la anodina supremacía de la mirada y que traigan la huella física de la realidad, de ese mundo situado fuera de los paneles blancos, la moqueta y el estrambótico paisaje humano de la feria, que asfixia por endogámica y acorazada. ¿Dónde está la vida aquí?

Esta impertinente limpieza conlleva que una obra como «Tela Bolivia» (2016), de Teresa Margolles (Galería Mor Charpentier), nos devuelva toda la piel y la sangre de las que el aséptico recorrido nos había privado. Una tela con la que se envolvió el cadáver de una de las muchas mujeres asesinadas en Bolivia se exhibe salpicada de manchas de la muerte. La obra no aporta mucho a lo realizado ya por la artista, pero conmociona y abre los ojos sobre el hecho de la escasa representación del feminismo en la feria. Tras el #MeToo y el 8-M el evento artístico más importante de España apenas si se muestra poroso a esta ola.

Colores ácidos

H

ay bastante pintura buena en la actualidad. No está ni mucho menos muerta. Pero, a tenor de lo observado en esta edición, habrá que buscar tales evidencias de vida en otra parte. Allá por donde mires hallarás el elemento estrella de la feria: una abstracción gestual, de colores ácidos y combinados sin estridencias, que seguro quedará formidable en el salón de muchos coleccionistas. Pisándole los talones están los monocromos opacos o reverberantes con formatos diversos que aportan un distinguido toque escultórico; o las composiciones geométricas que, después de una apresurada y mal digerida comida, invitan a la siesta.

Mención aparte merece la poderosa pulsión objetual que se extiende como una pandemia por ARCO: impolutas y metálicas esculturas de pared; «assemblages», materiales blandos a los que se les ha vaciado de su potencial poético y político para reducirlos a simples soluciones estéticas. Sopor y más sopor.

Entre la jungla de repeticiones y de propuestas hiperconservadoras, algunos destellos de sutileza intelectual y rotundidad expresiva que exigen la pausa y centran la mente: Alícia Mihai Gazque y Bene Bergado en Espacio Mínimo; Almudena Lobera en Max Estrella; Avelino Sala en ADN; Jerry B. Martín en Revolver; Ricardo Jacinto en Bruno Múrias; Shannon Bool en Daniel Faria; o Aurora Király en Anca Porerasu.

Poco vídeo, menos fotografía que otros años, escasas instalaciones y una casi total ausencia de performances. Pintura y objetos protagonizan una edición 2019 que casi transpira esa atmósfera de «salón oficial» del siglo XIX. Todo muy aseado y correcto, para no epatar al burgués, para que los hogares de los coleccionistas exhiban ese punto exacto de vanguardia que otorga prestigio social. Como diría Homer Simpson: «¡Me aburro!».