Sevilla

Velázquez y Murillo: qué hay de nuevo, maestros

De lo sagrado a lo cotidiano. Sevilla celebra el IV centenario del nacimiento de Murillo enfrentando su obra con la de Velázquez y resaltando la afinidad temática y estilística de los dos pintores hispalenses

Devoción. Operarios montan «Santa Ana enseñando a leer a la Virgen», de Murillo
Devoción. Operarios montan «Santa Ana enseñando a leer a la Virgen», de Murillolarazon

Una exposición en el antiguo Hospital de los Venerables de Sevilla confronta por primera vez la obra de los dos genios de la pintura a través de 19 lienzos

Velázquez y Murillo, dos pintores, dos estilos y una ciudad en común: Sevilla. El primero nació en 1599, y el segundo, en 1617. Los separaba una generación, pero los unía una vocación y una sensibilidad pictórica que les empujaba a estudiar la luz, las texturas, el naturalismo y, también, esa inevitable irreverencia intelectual inherente a su personalidad que los espoleó a lo largo de sus atareadas vidas para que innovaran y ampliaran la manera de representar los diferentes temas que abordaron en sus lienzos. Entre ellos nunca emplearon la palabra «maestro» ni tampoco entró jamás en el vocabulario de su amistad la de «alumno». Y, aunque nacieron en la misma capital, los dos siguieron derroteros personales distintos. Velázquez, de una inusual precocidad, marcharía pronto a la Corte. Inició una carrera que lo conduciría a convertirse en el pintor del monarca y, también, a viajar a Italia. De un carácter más introspectivo el hombre que pensó «Las Meninas» dejó un corpus pictórico reducido de apenas 130 obras. Una cifra que contrasta con el catálogo de Murillo que, en un periodo temporal similar, multiplica por cuatro ese número y que, además, enriquece su legado con interesantes esbozos y dibujos. «Podría parecer extraño o temerario unir obras de Velázquez y Murillo en una misma exposición, y ciertamente no se había hecho hasta ahora. Pero la intención que nos mueve no es tanto proponer una tesis revisionista que redefina la cuestión de la influencia artística del artista mayor en el más joven según líneas más acordes con las de los críticos de los siglos XVIII y XIX, cuanto reflexionar sobre áreas de interés común en la producción de uno y otro: su tratamiento de asuntos y temas similares, y particularmente de lo que se podría clasificar específicamente como asuntos sevillanos; estudiar sus planteamientos de la pintura narrativa y comparar su empleo del color y del tono», comenta Gabriele Finaldi, director de la National Gallery de Londres y comisario de la muestra, patrocinada por la Fundación Focus, que por primera vez en la historia, y con pretexto del Año Murillo, enfrenta a estos dos genios. A través de 19 obras, siete de ellas jamás vistas con anterioridad en esta ciudad, se han formado varios grupos de cuadros, agrupados de dos en dos o de tres en tres, para mostrar las similitudes y diferencias que existían entre ellos. «Murillo no sale de Velázquez –dice Finaldi–. Lo que hay son elementos comunes y sevillanos, como santos patrones y pintura de género. En todo caso sólo existe esta aproximación entre los dos artistas en la pintura del primer Velázquez».

Ambos recorren los principales motivos pictóricos de su época: iconografía religiosa o de devoción, la vida cotidiana o la intimidad. A través de estos temas, la exposición articula un recorrido comparativo entre ellos con la finalidad de extraer los rasgos comunes que compartían y resaltar, también, los matices que los separaban. «Esta aproximación –asegura Finaldi en el catálogo– sirve para mostrar, entre otras cosas, cómo ambos emplean un similar lenguaje pictórico naturalista y una paleta comparable, y cómo ambos pretenden explorar la psicología de las relaciones familiares». Una de las cuestiones que aún queda por resolver es precisamente la evolución de Murillo, que cambió de una manera sorprendente a partir de 1660. «Es curioso que se produzca en este momento. Puede deberse a que estuvo influído por lo que vio durante su visita a Madrid y lo que encontró en las colecciones reales, al ver a Velázquez, la pintura de Tiziano o cómo pinta Claudio Coello. Pero lo que observamos a partir de ese instante es cómo un talento natural de repente florece», asegura Finaldi. Un punto esencial para comprender a Velázquez y a Murillo son los apoyos que tuvieron durante su formación. El primero contó con la ayuda de Pacheco. La sombra de un maestro esencial, aunque no piensa así Finaldi: «Pacheco le presentó un mundo de pensamiento, pero aquel aprendió poco de pintura de él, aunque es cierto que Murillo no tuvo jamás nadie que lo empujara y comenzó más tarde. Velázquez es un pintor pensador, un intelectual; a Murillo se lo ve más como un artista que aporta prestigio al oficio de la pintura», explica Finaldi, aunque, no obstante, para él «tampoco es necesario reivindicar a Murillo, ya se ha hecho con exposiciones en Londres, Estados Unidos y Madrid. Ésta es el preludio de unas celebraciones que tendrán lugar con motivo de su centenario».

- De dos en dos

El discurso expositivo se ha articulado a través de emparejamientos y paralelismos para que florezcan sus similitudes más que sus diferencias, como prueba el díptico formado por «La adoración de los Magos» (1619), de Velázquez, y «La Sagrada Familia con pajarito» (1650), de Murillo. Este último recogería en este óleo la sensibilidad y la delicadeza que Velázquez resaltó en sus composiciones de aspecto más íntimo. La comparación entre los dos artistas continúa en cómo abordaron la iconografía religiosa, más presente en Murillo que en Velázquez que, a pesar de estar inmerso en el agobiante clima religioso de aquella España, logró eludir, más que otros pintores, estos temas. Para comparar este apartado se han reunido «Santa Rufina» (1635), de Velázquez, y «Santa Justa» y «Santa Rufina», ambos óleos de Murillo y ambos datados en 1660. A estas representaciones se suman «Lágrimas de San Pedro» (1617-19) de Velázquez y «San Pedro penitente de los Venerables» (1678-80), de Murillo. Además, el propio Finaldi recalca que «Velázquez era el pionero de un nuevo tipo de imagen de la Inmaculada, libre de la parafernalia que ahoga las representaciones de sus contemporáneos». Esto se puede comprobar en las dos Inmaculadas de Velázquez y la «Inmaculada Concepción» de Murillo, presentes en la muestra.

La fijación de los dos pintores por las clases marginadas, por los bufones arrinconados que paseaban por los pasillos de la Corte y los niños desarrapados, de ropas andrajosas y pies sucios, que poblaban las calles de España en esa época de esplendor imperial y de miseria social es un hecho. Para ilustrar este género se ha elegido «Dos mozos comiendo» (1622), de Velázquez, una obra de tremendo naturalismo, en la que predomina una paleta oscura, terrosa, muy típica de esa época en él, y que, a través de los objetos de cocina que se han incluido, conforma un bodegón, muy similar a otros que el pintor incluía en sus trabajos, como en «Vieja friendo huevos», de 1618. De Murillo se han elegido «Niño espulgándose» (1645-1650) y «Tres muchachos» (1670). Las dos piezas dan una visión de la pobreza de aquellos días y suponen una prueba reveladora de los esfuerzos de estos artistas por reflejar la fisonomía humana, y el entorno social, de una manera veraz y fidedigna. «Ambos –explica Finaldi– contribuyeron sustancialmente a la tradición de la pintura de género europea con sus escenas de gente humilde en entornos modestos de lo cotidiano, a menudo en compañía de algún elemento de bodegón sobresaliente, y la exposición reúne varios ejemplos de esos temas eminentemente sevillanos». Estas obras contrastan con otras de estilo más palaciego, como la velazqueña «La infanta Margarita de blanco», procedente del Museo de Viena,y «La educación de la Virgen», de Murillo, que se acerca más al retrato de una princesa que a una figura religiosa.

Pintarse a uno mismo

Velázquez y Murillo tienen un punto en común: su esfuerzo por reivindicar la nobleza de su profesión: la pintura. Lucharon para que su trabajo obtuviera un reconocimiento intelectual y no se la rebajara a un simple oficio. Un aspecto que recalca Finaldi con el motivo de los dos autorretratos, uno perteneciente a Velázquez y otro a Murillo, que hay en esta exposición. «Ambos artistas pintaron autorretratos que se encuentra entre los más sofisticados del siglo XVII. Los dos son reflexiones sobre la naturaleza de la ocupación del artista como labor a la vez intelectual y práctica, especulativa y concreta». Quizá el más significativo de su intento por reivindicarse sean «Las Meninas», un óleo en el que Velázquez se incluye en la composición y en el que retrata a los Reyes, que permanecen al fondo, observando, para siempre, el trabajo del artista. Una manera impecable de mostrar al mundo lo que él podía conseguir. En esta muestra se incluye una tabla, «Retrato de un hombre joven», que para Finaldi es, con casi toda probabilidad, de Velázquez, porque comparte algunos rasgos con el autorretrato de Velázquez en «Las Meninas».

- Dónde: Hospital de Los Venerables. Sevilla.

- Cuándo: hasta el 28 de febrero.

- Cuánto: 8 euros.