El cine más tórrido es para el verano: películas para ver sudando
No hay nada mejor para una buena película de alto voltaje, tensión y suspense que una ola de calor. Nada arde más rápido que el celuloide
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«Era el día más caluroso del año». ¿Cuántos guiones y películas empiezan así o con una fórmula similar? Lo que sigue suele ser, claro, calor, calor y más calor. Polvo, sudor y… sangre: «Todo aquel calor pesaba sobre mí y se oponía a mi avance. Y cada vez que sentía el poderoso soplo cálido sobre el rostro, apretaba los dientes, cerraba los puños…». Así reflexiona el protagonista de «El extranjero», de Camus, llevada al cine por Visconti en 1967, con Marcello Mastroianni como Meursault. Y ya sabemos cómo acaba la cosa. Es curioso cómo una ola de calor puede sacar lo peor de todos nosotros y, gracias a ello, convertirse en detonante de algunas de las mejores películas de la historia del cine.
[[H2:«Summer in the city»]]
No hace falta irse al desierto o la jungla. Es la jungla de asfalto la que que se calienta demasiado en los largos veranos de la ciudad, escenario perfecto para «thrillers» y dramas de alta temperatura, cuyos protagonistas son como un barril de pólvora a punto de estallar.
Una discusión casera, bajo los efectos de una intensa ola de calor neoyorquina, puede acabar en asesinato, como descubre el periodista cotilla, postrado con una pierna escayolada, que interpreta James Stewart en el modélico thriller escópico «La ventana indiscreta» (Rear Window, 1954), de Alfred Hitchcock, basado en un relato de Cornell Woolrich. El verano más caluroso, en un Tokio apenas resurgido de las cenizas de posguerra, es el que elige un chorizo de poca monta para robarle la pistola a Murakami, el detective novato de «El perro rabioso» (Nora Inu, 1949), de Akira Kurosawa. Toshiro Mifune sudará la gota gorda para recuperarla, atravesando toda la ciudad tras el rastro asesino de su arma en este trepidante film pionero del noir japonés.
Y es que el calor urbano es tan consustancial al cine negro como la lluvia perpetua. Qué se lo digan a Jack Gittes (Jack Nicholson), el detective privado quemado por el sol de California en «Chinatown» (1974), de Polanski, donde el agua de Los Ángeles es la primera víctima, pero no la última. Un calor parecido al que acaba haciendo estallar en llamas el siniestro hotel de Hollywood donde John Turturro, el angustiado escritor «Barton Fink» (1991) de los Coen, suda ante el miedo a la página en blanco, rodeado de asesinos, policías y cadáveres.
Nadie ha retratado mejor lo que el insoportable calor de Los Angeles puede hacer con una persona normal y corriente que el siempre menospreciado y brillante director Joel Schumacher en «Un día de furia» (Falling Down, 1993). La canícula y un cúmulo de incidentes cotidianos, cada vez más insoportables, acaban calentando tanto al desdichado Michael Dou-glas que se convertirá en D-Fens, un psicótico pero entrañable justiciero urbano, alegoría perfecta de la humillación diaria del ciudadano medio, que un día puede encenderse y arder hasta incendiar la ciudad.
También los conflictos raciales hierven en plena canícula, bullendo y bullendo hasta hacer saltar la olla a presión del odio y los prejuicios en la gran ciudad. Algo de lo que sabe mucho Spike Lee, que nos lo ha contado al menos dos veces: versión Brooklyn en «Haz lo que debas» (Do the Right Thing, 1989) y versión Bronx en «Summer of Sam» (1999). Y si van a asaltar un banco, no lo hagan en mitad del verano: recuerden «Tarde de perros» (Dog Day Afternoon, 1975) de Sidney Lumet y «Heat» (1995) de Michael Mann, con Al Pacino a los dos lados de la ley, pero siempre sudando sangre.
[[H2:«Deep south»]]
Si existe un sitio donde la pegajosa ordalía veraniega, con sus secuelas de sudor, insomnio y ventiladores, va destilando, gota a gota, violencia, asesinato, pasión y muerte, ese es el profundo Sur de los más góticos y tórridos Estados Unidos.
Allí, en el viejo Sur, el crimen y la tensión racial pueden estallar «En el calor de la noche» (In the Heat of the Night, 1967), del siempre concienciado Norman Jewison, más aún si quien investiga en una pequeña ciudad sudista es Sidney Poitier, como Virgil Tibbs, el inspector negro creado por el novelista John Ball. Eso sí, acompañado por la espléndida voz de Ray Charles.
Las noches en vela, con las sábanas empapadas, sin pijama y dando vueltas bajo las obsesivas e inútiles aspas del ventilador de techo son propicias a otros calentones, no menos peligrosos. Pueden ponerte el «Fuego en el cuerpo» (Body Heat), de Lawrence Kasdan (1981), arrastrándote al adulterio y el asesinato en Florida, si te acercas demasiado a Kathleen Turner, toda piernas y sensualidad. O hacer que te besen unos peligrosos «Labios ardientes» (The Hot Spot), de Dennis Hopper, en 1990 –según novela de Charles Williams– si te cruzas con Virginia Madsen en una pequeña ciudad corrupta de Texas. Por supuesto, Schumacher también tiene algo que decir al respecto, porque sabe bien, como John Grisham, que en el cálido Sur, siempre es «Tiempo de matar» («A Time to Kill», 1996).
No olvidemos que el Sur es la patria de Tennesse Williams, el hombre que más sabe de golpes de calor: «Un tranvía llamado deseo» (A Streetcar Named Desire. Elia Kazan, 1951) –¡Ese Brando sudoroso!–, «Baby Doll» (Elia Kazan, 1956), «La gata sobre el tejado de zinc» (Cat on a Hot Tin Roof. Richard Brooks, 1958), «De repente, el último verano» (Suddenly, Last Summer. Joseph Mankiewicz, 1959), «Verano y humo» (Summer and Smoke. Peter Glenville, 1961), «Dulce pájaro de juventud» (Sweet Bird of Youth. Richard Brooks, 1962)… Con permiso de William Faulkner y «El largo y cálido verano» (The Long, Hot Summer. Martin Ritt, 1958), con un joven y guapo Paul Newman que hace arder corazones... y graneros ajenos...
Las olas de calor son la prueba de que el infierno existe. Solo que está en la Tierra. No hace falta comprobarlo después de muertos. Basta echar un ojo a estas y otras películas como «Verano violento» (Estate violenta. Valerio Zurlini, 1959), «Un verano para matar» (Antonio Isasi-Isasmendi, 1972), «La matanza de Texas» (The Texas Chain Saw Massacre. Tobe Hooper, 1974), «Día de perros» (Canicule. Yves Boisset, 1984), «Betty Blue» (37º2 le matin. Jean-Jacques Beineix, 1986), «Días perros» (Hundstage. Ulrich Seidl, 2001) o «Que Dios nos perdone» (Rodrigo Sorogoye, 2016).
Pero si de verdad quieren pasar unas vacaciones infernales, no necesitan salir al sol abrasador: pónganse en casa «Despertar en el infierno» (Wake in Fright. Ted Kotcheff, 1971), y si al terminar no han agotado todas las cervezas de la nevera, es que ya están muertos y no lo saben.