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Contracultura
El buenismo de los superhéroes
Más allá del triunfo de Donald Trump, la era «woke» continúa con un Superman deconstruido, un Pedro Pascal soltando sermones en mallas y un Batman Azteca que demoniza a los conquistadores españoles

James Gunn, director especializado en cine de superhéroes, está de moda este verano porque triunfa con la nueva entrega de la saga de «Superman». En la rueda de prensa de presentación explicó que la última aventura del hombre de acero iba a ofender a algunos espectadores «porque simplemente trata sobre la bondad en un momento histórico en que la gente siente una pérdida de esperanza en la bondad de los demás». Quienes vieran la cinta original de Richard Donner en 1978 notarán muchos cambios, sobre todo en la relación con su novia Lois Lane, que se pasa la trama regañando al superhéroe por ser excesivamente ingenuo, buenista y por revelar su identidad secreta a gente que apenas conoce.
El Lex Luthor de Gunn es la encarnación de la envidia, la ambición y la oscuridad, uno de esos magnates tecnológicos que tanto irritan al progresismo y que aquí ejerce como único respiro a las dos horas de catecismo «woke». Superman interviene en política para frenar un conflicto similar al de Palestina, exhibe rasgos de hombre deconstruido y en mitad de la aniquilación de Metrópolis tiene tiempo también para salvar ardillas mientras tiemblan rascacielos repletos de seres humanos. James Gunn describe al superhéroe como un inmigrante, lo que ha provocado que muchos vean la cinta como un alegato antitrumpista.
La cadena conservadora Fox News etiquetó la película como «superwoke» y la periodista conservadora Kellyanne Conway denunció que «no vamos al cine para que nos den sermones ni para que alguien nos arroje su ideología». Dean Cain, un actor que protagonizó durante años la serie de televisión «Lois & Clark: Las nuevas aventuras de Superman» y ahora es un comentarista conservador, dijo a TMZ que no le gustaron los comentarios de Gunn y explicó que la decisión del director de invocar la inmigración mientras promocionaba la película podría pasar factura en taquilla, algo que no sucedió por el tirón del personaje y porque casi siempre funciona añadir un extra de la polémica política. Mientras escribo estas líneas, Gunn bate récords de recaudación en Estados Unidos con unos ingresos de 294.2 millones de dólares.
«Superman» ya es la película de superhéroes más taquillera del año, aunque le pisa los talones «Los Cuatro Fantásticos: primeros pasos», dirigida por Matt Shakman. La cinta está protagonizada por el icono progresista chileno Pedro Pascal, conocido por sus alegatos de aliado feminista y por sus polémicas sobre la comunidad trans con la escritora J.K. Rowling, creadora de la saga Harry Potter. La película también ha causado debate por la elección de una mujer para interpretar a Silver Surfer (Estela Plateada), el viajero galáctico de temperamento existencialista, que algunos comparan con el filósofo francés existencialista Emil Cioran.
El cambio de género tiene su justificación en el cómic, ya que Estela Plateada es un superhéroe que se somete al todopoderoso Galactus a cambio que no destruya su planeta ni mate a su novia, Shalla-Ball. El personaje de la nueva saga es precisamente ella, un cambio que muchos han visto innecesario y motivado por el cumplimiento de las cuotas de género. En el siglo XX se leían los cómics de Marvel y DC con la sospecha de que contenían altas dosis de patriotismo en incluso imperialismo estadounidense, hoy se visionan con suspicacia por su militancia feminista, animalista y ecologista.
Dan Didio, que fue máximo directivo de DC Comics, explicó en una entrevista de 2023 que el giro «woke» de las historias de superhéroes tiene mucho que ver con la falta de respeto a la tradición de los actuales ejecutivos de la industria. «Lo que se descubre rápidamente en el mundo empresarial es que la mayoría de las personas que trabajan y producen cosas no saben nada de lo que están haciendo. No son consumidores de su propio producto», lamentó.
Luego amplió detalles: «Esta gente saca información de páginas web y conversaciones en redes sociales. Lo que consiguen del proceso es tener puntos de vista cada vez más polarizantes. Y, en última instancia, se alinean con el que más quieren creer. Así es como se hacen las cosas en la actualidad», denunció Didio a la publicación «Bounding into comics». El giro militante progresista, por lo tanto, tendría que ver con directivos despistados que atienden más a los activistas con hiperventilación política que a la mayoría silenciosa que apoya a los personajes durante décadas sin pedirles otra cosa que aventuras emocionantes.
Pérdidas y bochorno
Lo sorprendente de esta batalla cultural es que ya parecía haber acuerdo en la industria sobre el hecho de que los contenidos militantes, muy pegados a las modas políticas de la época, no son nunca una idea rentable. Marvel tuvo su peor año económico en 2023 y eso hizo sonar todas las alarmas. El momento de mayor bochorno fue el descalabro en taquilla de «The Marvels», una película que costó 275 millones de dólares y recuperó tan solo 205. Lo peor no fue solo esta pérdida de dinero, sino que altos ejecutivos atribuyeron el fiasco a que había «demasiados críticos blancos» haciendo reseñas negativas, mientras la directora de «The Marvels» acusaba del fracaso a «grupos de fans realmente violentos, racistas, sexistas, homófobos y todas esas cosas horribles». ¿Puede sobrevivir un negocio culpando de una crisis a sus clientes?
El pasado mes de julio, coincidiendo con el estreno de Superman, la Casa Blanca compartió en sus redes sociales una imagen del cartel promocional donde el protagonista David Corenswet era sustituido por el presidente Donald Trump. El post acumuló más de 120.000 «me gusta» en Instagram y 30.000 comentarios, mientras que en X (antes Twitter), superó los 17 millones de visualizaciones. Por supuesto, detractores y defensores del mandatario volcaron en redes todo tipo de opiniones extremas, confirmando que los superhéroes siguen siendo iconos relevantes, a través de los que canalizamos nuestros sueños, esperanzas y frustraciones.
El malentendido esencial en este debate sobre la carga política de los cómics es que ningún producto puede existir en una especie de zen moral, ajeno a los conflictos de su época. James Gunn considera hoy a Superman como un icono inmigrante campeón de la bondad, mientras que en los años 30 el psiquiatra germanoestadounidense Fredric Wertham alertaba de que el personaje representaba el ideal nacionalsocialista del superhombre, basado en una interpretación tergiversada de la filosofía de Nietzsche. Llegaba al extremo de señalar que la «S» de su uniforme bien podía sustituirse por una «S» doble, por la cercanía de sus ideas a las fuerzas represoras del nazismo.
Lo divertido de los cómics es que pueden interpretarse de maneras muy diversas, desde que Batman es una secreta apología de las relaciones gais hasta que Spiderman es la mejor denuncia de cómo la precariedad afecta al periodismo moderno. Sin esas apasionadas discusiones socioculturales, los superhéroes no serían lo mismo. La cuestión no es suprimir los contenidos políticos, sino evitar que estos sean lo único que ofrecen.
El próximo bombazo garantizado es «Batman Azteca», con estreno previsto en 2025, una mezcla del héroe de Gotham con ideología indigenista, leyenda negra antiespañola y delirios psicodélicos. Para hacernos una idea, son conquistadores españoles quienes matan al padre del protagonista. Como señaló hace poco Martin Scorsese, las películas de superhéroes han sufrido un proceso de infantilización que ya casi no permite hablar de ellas como algo en la misma categoría artística que lo que solemos llamar cine. Se sustituye la aventura por la llamada ideología «woke» o buenista, que solo sirve para arrasar con los matices y reforzar el proceso de homogeneización que ha reducido a este tipo de películas a un despliegue de efectos espe-ciales (lo mejor que ofrecen) y
de uniformes deslumbrantes con los que vender juguetes, camisetas y muñecos.
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