La última y asombrosa estocada de Albert Serra
El personalísimo cineasta compite por la Concha con "Tardes de soledad", un soberbio retrato de la tauromaquia como nunca antes se había visto con Andrés Roca Rey como vehículo
San Sebastián Creada:
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Decía Hemingway, en rigurosa defensa consciente de la sensación fascinada que la tauromaquia era capaz de despertarle, que la corrida de toros normal era una tragedia y no un deporte y que todo ese artefacto de drama inevitable, «tan ordenado y tan disciplinado por un ritual preciso, hace que un espectador capaz de sentir la totalidad de ese ritual, no pueda separar los episodios». Los episodios éticos, los morales, los sociales, los antropológicos, depositados todos ellos en la visceralidad casi nigromántica que encierra la propia contradicción de encontrar belleza en la espectacularización de un ejercicio de muerte. ¿Pero qué pasa con los que no son capaces de sentirlo? ¿Pueden al menos contemplarlo?. Ese es el inteligente reto aparentemente neutral que el personalísimo Albert Serra propone en «Tardes de soledad», un documental profanado por el arrojo y el desafío que ayer se presentó en su lucha por la Concha –siendo esta la primera vez que Serra compite por el galardón– dentro de la Sección Oficial durante la cuarta jornada del certamen rodeado de un nivel de expectación superlativo.
En los mentideros del Zinemaldia todo el mundo se preguntaba por la verdadera intencionalidad del último trabajo del director de «Pacifiction», por la existencia o ausencia de una voluntad partidista y política a la hora de retratar la figura de un torero como Andrés Roca Rey y su protocolario proceder moviéndose de plaza en plaza –incluyendo Las Ventas, La Maestranza y Vista Alegre– matando toros, poniendo en riesgo una vida que puede acabarse en cualquier momento, pero siendo plenamente conscientes, al tratarse de una película de Serra, que la estetización de lo rodado, la simbología atávica de las imágenes mostradas, iban a situarse muy por encima del ruido social generado por asociaciones como PACMA, que días antes de su presentación en el festival pedía su retirada por considerar que el documental ofrece una representación romantizada de la tauromaquia y que por tanto «se corre el riesgo de normalizar y perpetuar una tradición que implica violencia hacia los animales, algo que va en contra de los valores éticos que deberíamos defender».
«Tardes de soledad» ofrece todo lo vivo de un material en crudo, la significación más pura de la realidad de la imagen, se mueve en la imprecisión límbica narrativa perfecta para que no guste ni a los antitaurinos por la explicitud visual de la agonía y el sufrimiento del animal así como la manifiesta fascinación por el mundo de los toros y por la figura del torero que demuestra el realizador en la colocación predominante de la cámara, ni a los taurinos por ser precisamente esa tortura lo que también se muestra de manera única y hasta ahora evitada. Esta es una película para los fans de Albert Serra o los simpatizantes desprejuiciados de la libertad creadora que no buscan en el cine un volcado obligatorio de corrección ética ni ningún tipo de pretensión edificante.
"Quería mostrar con la cámara cosas que con los ojos humanos no pueden verse", afirmó el director
«Gracias a la generosidad de Roca Rey, hemos podido tener acceso a unas imágenes bastante privilegiadas y menos conocidas. Este siempre fue el objetivo de la película, olvidarse un poco de todos los a prioris y buscar, buscar, buscar. Todo el tiempo. Mostrar con la cámara cosas que con los ojos humanos no pueden verse porque estás lejos o porque no tienes la concentración necesaria sin dejar de lado mi penetración en unas atmósferas bastante próximas a todo lo que había hecho antes, sobre todo por esa pequeña pátina de fantasía que tiene la película», ha reconocido Albert Serra en rueda de Prensa sobre el sentido auténtico del documental.
Efectivamente vemos y oímos cosas nunca vistas y oídas o al menos no de una manera tan háptica y poderosamente sensorial como se muestran aquí: escuchamos la respiración del toro, vemos sus ojos mirándonos de frente, nos sentimos salpicados por la sangre que brota de las estocadas, sentimos el sudor satisfactorio en ocasiones, resultado del miedo en otras, de Roca Rey y recorremos en perspectiva procesionaria su colocación cooperativa de la taleguilla, los alamares, el corbatín, los machos y la chaquetilla. Incluyendo una hermosa y paradigmática escena muy almodovariana en donde el cuerpo de espaldas semidesnudo del torero con un rosario colgado como un collar de perlas, las medias puestas hasta más arriba de los riñones y la colocación disimulada de la genitalia rayana con la delicadeza de los bailarines otorgan una rebaja hermosa y agradecida de la carga testosterónica predominante en la cuadrilla del torero en la que cada dos segundos se mientan y ensalzan más los huevos del peruano en forma de elogio, que los del propio toro.
El movimiento utilizado por el cineasta para hacer discurrir la película es circular, pretendidamente encerrado, tanto el de los entornos en los que se graba a Roca Rey –la plaza, la furgoneta con los apoderados y la habitación de hotel– como el de la propia cronología de acción del torero. Prepararse. Matar. Vivir. Volver. Vemos cómo esta realidad repetitiva mostrada se va estetizando, amplificando y sumergiéndose paulatinamente en un territorio más propio de la fantasía característica de Serra para mostrar las estructuras de un mundo gregario, supersticioso, enjaulado, medieval que, como la mayoría de los que retrata en su cine, está al borde la extinción. «Hay cierta fascinación por el tema e incluso aprecio por la figura principal, pero no se renuncia a ser una película de arte con los elementos que le son propios y que no están al servicio de ninguna causa, sino al servicio del cine», defendió sobre una obra de purísima y oro que puede dar la sorpresa.