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Cine

Festival de San Sebastián: "Los colonos", por la razón o la fuerza

Felipe Gálvez construye un violento y soberbio western de retales sobre el relato fundacional de Chile

"Los colonos": por la razón o la fuerza
"Los colonos": por la razón o la fuerzaSIDERAL

Pocos detalles hay más elocuentes que el del lema que borda el escudo de armas de Chile. "Por la razón o la fuerza", se puede leer a los piel del cóndor y el huemul que representan al más bello de los pasillos. Es como si la patria de Neruda, Allende y Mistral estuviera condenada a seguir adelante, de la manera más bella o la más cruel, pero sin tiempo para lamerse (o siquiera cerrar) las heridas. Y es precisamente ahí donde el director Felipe Gálvez indaga en la poderosa "Los colonos", su nuevo trabajo tras años como montador y una demostración de músculo detrás de las cámaras. En ella, sirviéndose del relato fundacional de su país, el realizador lleva a la pantalla uno de los episodios genocidas más desconocidos del cono sur, el de la práctica extinción del pueblo Selk'nam a manos de los terratenientes y latifundistas de Tierra del Fuego.

Tras su paso por el Festival de Toronto, la película de Gálvez llega a Donosti para competir en la sección Horizontes Latinos. Y lo hace con un reparto coral encabezado por Mark Stanley ("Happy Valley"), Camilo Arancibia y Benjamin Westfall. Por la pampa también se pasea el siempre extraordinario Alfredo Castro, como el Menéndez dueño de toda la pampa que se alcanza a ver, y Marcelo Alonso, como emisario del gobierno central chileno dispuesto a supervisar el proceso de recalificación forzosa de todo lo que hay al sur del sur. Constituida en tres sólidos actos, "Los colonos" es una especie de tableau vivant de la violencia: primero la más física, extemporánea y esclavista, fácilmente separable de la mirada contemporánea; luego la sexual, más descarnada y eminentemente racista, todavía más dispositivo que reflexión; y, en último lugar, una más cruel y contemporánea, una que tiene que ver con el odio a lo ajeno y con las costuras anti-indígenas de un país que todavía no se ha sentado a la mesa consigo mismo.

LA RAZÓN adelanta en primicia el póster de "Los colonos", a competición en el Festival de San Sebastián
LA RAZÓN adelanta en primicia el póster de "Los colonos", a competición en el Festival de San SebastiánSIDERAL

A sangre y pampa

Más allá de lo narrativo, la fuerza iracunda de "Los colonos" radica también en su cuidada propuesta estética. Gálvez rueda la película en 6K, ultra-alta definición, para luego alterar la paleta de lo color hasta lo aberrante y abrir la perspectiva de la película para que cruja, para que el grano la reviva desde un tiempo remoto. Rodada con rabia mastodóntica y escrita con la delicadeza propia del nuevo cine latinoamericano, bien se puede entender como un brioso híbrido entre un clásico de Ford y una deconstrucción social, mediante la expiación, al más puro estilo de Herzog.

Se vuelve complicado no analizar, también, la "road-movie" que hay en "Los colonos", porque no deja de interpretarse nunca a sí misma como un viaje. Uno hacia el fin literal del mundo, lo desconocido, pero también uno hacia los confines de la humanidad misma, lo oscuro de la propia psique. No es esta, sin embargo, una película de malos y buenos, puesto que la crueldad recae sobre las estructuras sociales dominantes y no sobre los individuos, ni tampoco se trata de un filme simplista ni revanchista, puesto que incluso la figura del latifundista encuentra su estrado, su defensa y hasta una última ponencia sobre la hipocresía. ¿Es quizá esa la mejor palabra para definir la película? Esa hipocresía entra en contacto directo con el eufemismo, la palabra es aquí tapón de oídos para con la barbarie.

Por la razón y por la fuerza, Gálvez levanta en "Los colonos" una película anabólica en su sutileza, una contradicción eufemística sobre la mentira como abrazo común entre los pueblos. Por supuesto, hay reivindicación indigenista, por supuesto, hay espacio para la denuncia de lo indefendible, pero estos son solo partes del relato, no su columna vertebral ni mucho menos. De ahí, quizá, que el director chileno cierre su potente propuesta con imágenes de archivo, con los barcos europeos llegando a puertos como el de Valparaíso, y con la pantalla teñida de rojo, por acción o aquiescencia, en una de las películas más inteligentemente políticas de lo que llevamos de año.