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Crítica de "El caso Braibanti": contra la homofobia ★★★

Director: Gianni Amelio. Guion: G. Amelio, Federico Fava, Edoardo Petti. Intérpretes: Elio Germano, Sara Serraiocco, Luigi Lo Cascio, Jacopo Relucenti, Alessandro Bressanello. Italia, 2022. Duración: 134 minutos. Drama.
Un fotograma de "El caso Braibanti"
Un fotograma de "El caso Braibanti"Imdb
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Es posible que “El caso Braibanti” sea la película que Gianni Amelio se debiera a sí mismo. Seguro que el director de “Lamerica”, que confesó su homosexualidad públicamente en plena sesentena, vio en Aldo Braibanti, intelectual, dramaturgo y mirmecólogo militante, un espejo donde mirarse. Epicentro de una causa célebre de la homofobia institucionalizada por el gobierno italiano en la década de “La dolce vita” y “Accatone”, el retrato que Amelio hace de Braibanti no es especialmente complaciente, como si la obligación de su protagonista de vivir su orientación sexual en la clandestinidad hubiera alimentado una arrogancia resignada, fría y resentida.
Amelio se acerca a la relación de Braibanti con su discípulo y amante, Ettore, con el objetivo de denunciar la intolerancia de un sistema que era capaz de recurrir a una ley medieval -aderezada, para el que calificaban de víctima, con electroshocks y terapias de conversión- para silenciar cualquier amor disidente. Esa denuncia es tan pertinente en un país, Italia, donde la extrema derecha es una amenaza patente en el retroceso de los derechos de la comunidad LGTBI, que se le perdonan a la película un estilo más bien académico y convencional y, a mitad de metraje, el desplazamiento de su punto de vista narrativo hacia un personaje, el del periodista que documenta el juicio sumario de Braibanti, que es en exceso funcional. En la áspera desnudez de los tribunales, en el patíbulo oficial de una condena expedita por una moral hipócrita, y en un final particularmente emotivo, el filme consigue trascender el esquemático patrón del cine basado en hechos reales con una agenda que cumplir para convertirse en un sincero lamento.
Lo mejor:
Significa una necesaria, sentida señal de alerta ante la amenaza de los discursos homofóbicos que empañan la libertad democrática.
Lo peor:
Su planteamiento formal es demasiado académico y convencional.