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cine
Crítica de "Tiempo compartido": cuando la vida se suspende ★★★ 1/2
Dirección y guion: Olivier Assayas. Intérpretes: Vincent Macaigne, Nora Hamzawi, Micha Lescot, Nine d’Urso, Maud Wyler, Dominique Reymond. Francia, 2024. Duración: 105 minutos. Drama.

No se trata de una película sobre el confinamiento, sino sobre la memoria que dejan los seres y las cosas en un futuro que se revela incierto. Solo así «Tiempo compartido» puede liberarse de esa pátina de autoindulgencia que la atraviesa, pensándola no como la comedia dramática de dos hermanos y sus respectivas parejas pasando la pandemia en una casa de ensueño, con sus pequeñas rencillas y sus grandes neurosis, sino como el adiós de Assayas a sus recuerdos familiares en un momento en que la vida se suspende, amenazando otra vez con no volver a ser nunca la misma.
En ese sentido, para un cineasta tan preocupado por reconectar con su propia obra, «Tiempo compartido» es un epílogo menor a la fantástica «Las horas del verano», en el que Assayas trabaja las tensiones entre ficción y autobiografía desde una clave visualmente renoiriana (atención al modo en que filma la naturaleza, con la que parece reencontrarse pictóricamente; de ahí la invocación literal a Jean Renoir contando la muerte de su padre August).
Tampoco estamos tan lejos ni de «Viaje a Sils Maria» (por el valor simbólico del paisaje) ni de «Irma Vep», porque finalmente aquí también hay un diálogo entre lo real (es la voz de Assayas la que narra, como si lo que vemos es un documental) y lo representado (las imágenes pueden o no recrear la vida de Assayas). La pandemia es una excusa para hacer una película confesional, íntima, sobre todo lo que pasa cuando apenas pasa nada.
En esa detención obligada de la vida corriente, de los proyectos que nos mantienen en pie y de las relaciones que damos por sentadas, hay que ganarse el privilegio de repensar el mundo y nuestro lugar en el mundo, algo que, después de todo, parece ser el objetivo del filme. Puede que su ligereza, su aparente falta de pretensiones, decepcione a los que piensen que Assayas tenía que responder al debate existencial suscitado por la pandemia de un modo menos indolente, pero el encanto del filme también está en su asténico abandono y en la asunción de que no hay apocalipsis que sea capaz de hacernos olvidar que somos lo que hemos vivido en los espacios de nuestra infancia.
Lo mejor:
En su ligereza, alberga preciosas ideas sobre la relación que mantenemos con nuestros recuerdos.
Lo peor:
Se lo pone muy fácil a los que la toman por un ejercicio de ombliguismo autoindulgente.
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