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Estreno

Crítica de "Más que nunca": morir despacio ★★★ 1/2

Directora: Emily Atef. Guion: E. Atef, Lars Hubrich. Intérpretes: Vicky Krieps, Gaspard Ulliel, Liv Ullmann, Jesper Christensen, Bjørn Floberg. Francia, 2023. Duración: 123 minutos. Drama.

Un fotograma de "Más que nunca"
Un fotograma de "Más que nunca"Imdb

La muerte tiene sus propios tiempos verbales. Es imposible decir “yo muero”, aseguraba el filósofo Vladimir Jankélévitch. La muerte en primera persona no se puede conjugar en presente. La muerte propia impone un alejamiento, una distancia, acaso un observador que documente, con su mirada, ese instante imperceptible en el que el mundo se incendia o se apaga. Pero ¿qué ocurre con el presente continuo? “Yo estoy muriendo”, afirma Hélène (Vicky Krieps). Lo afirma con su cuerpo desmayado, con sus párpados alicaídos, con su tos intermitente, y esa afirmación es incómoda para los que la rodean. Esa afirmación determina un repliegue, y “Más que nunca” es la crónica de ese proceso centrípeto y sus efectos sobre el amor que (des)une a Hélene y a su pareja (Gaspard Ulliel), que no acepta que, quizás, es mejor soltar amarras.

El repliegue de Hélène se produce, paradójicamente, en un paisaje majestuoso, en una remota cabaña perdida en los fiordos noruegos. Hasta llegar allí, la película, algo morosa, necesita crear la intimidad necesaria entre la protagonista y su pareja. En esa primera parte la pulsión de muerte está en todas partes, y sumerge al filme en un estado de duelo prematuro, que no es tal: después de todo, “Más que nunca” es el último título que rodó Gaspard Ulliel antes de morir, a los 37 años, en un accidente de esquí. Esa información atraviesa el metraje con una energía espectral y conmovedora: al final esta historia de amor se despliega entre un muerto que no quiere despedirse y una moribunda que insiste en hacerlo.

En esa despedida en solitario se cruza un tercero en discordia, un lacónico, áspero superviviente de cáncer que es, también, el ángel de la guarda de Emily Atef, y que la película utiliza de un modo un tanto tramposo, como si la ambigua opacidad que enmascara su pasado estuviera a punto de poner en peligro a su heroína. Durante el último tramo de “Más que nunca” da la impresión de que Atef se encalla en una decisión que Hélène parece haber tomado desde el principio de su viaje, esto es: que asumir la muerte propia como un acto egoísta no es condenable. Parece, y eso es muy bello, que la misma película no quiera desprenderse de Hélène.

Lo mejor:

Que se atreve a reflexionar sobre la muerte propia desde la necesidad de reafirmación del yo.

Lo peor:

Hay algo de tramposo en el ángel de la guarda noruego de Hélène.