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Dalí imagina a Alicia

Dalí imagina a Alicia
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Con motivo del aniversario del libro de Carroll, el artista español puso color a la larga relación entre el surrealismo y el País de las Maravillas.

Soñolienta y atontada» por el calor, Alicia se aburre a las orillas de un río y le echa un par de miradas al libro que su hermana, sentada junto a ella, está leyendo. «Pero no tenía dibujos ni diálogos. “¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?”, se preguntaba Alicia». La niña de ficción, basada como ya es de sobra conocido en la británica Alice Liddell, se plantea esta cuestión esencial nada más comenzar su historia, segundos antes de ver por primera vez al conejo blanco de ojos rosados e introducirse en la madriguera que la llevará al país de las maravillas. Las ilustraciones que acompañaron a la edición original de 1862, encargadas a John Tenniel cuando las del propio Carroll fueron consideradas algo mediocres, resultaron al mismo tiempo tan icónicas como reemplazables. Cualquier lector de «Alicia» las reconocería, pero en el imaginario de cada uno coexisten una docena de conejos blancos, sombrereros locos y reinas de corazones según las han interpretado numerosos artistas en el siglo y medio desde que Carroll creara a dichos personajes. Uno de ellos fue Salvador Dalí. En 1969, cuando se cumplían 100 años de la publicación de «Alicia» en su edición francesa, un editor de Random House tuvo la evidente y no por eso menos brillante idea de encargar al español 12 ilustraciones para el mismo número de capítulos que conforman la historia de Carroll. Tres décadas antes, el crítico literario William Empson ya había escrito que «Alicia, a mi entender, se ha convertido en la santa patrona de los surrealistas». Aunar el universo de la niña más famosa de ficción con el del más reconocible de los surrealistas era, por tanto, natural. Así, la Alicia de Dalí es casi un doble de la niña que aparece en «Paisaje con muchacha saltando a la cuerda», de 1936, y en la imagen que ilustra el capítulo «Una merienda de locos» uno de los relojes blandos del artista sustituye a la mesa en que el sombrerero y la liebre de marzo toman el té.

El universo onírico de Alicia, los juegos de palabras y los silogismos –no olvidemos que Charles Lutwidge Dodgson, es decir, Carroll, era profesor de matemáticas y amante de la lógica–, así como la noción de que una mente abierta al absurdo podría de nuevo vislumbrar los misterios reservados únicamente a los niños, tienen cabida en el surrealismo. De hecho, las ideas de Carroll inspiraron no solo a Dalí sino también a Magritte, que dio el nombre del libro a una de sus obras, y a Max Ernst, que representó más de una vez a la niña y que, como el autor del cuento infantil en su segundo volumen, trasladó a sus obras su pasión por el ajedrez.

La idea del editor de Random House fue tan exitosa que las 2.700 copias que se publicaron del libro ilustrado y firmado por Dalí se vendieron rápidamente y por un precio elevadísimo (afortunadamente, hace dos años Princeton University Press sacó una nueva edición de solo veinte euros). En colores vivos y con el característico estilo daliniano, el artista reimagina a la fumadora oruga azul, al conejo blanco, al bebé que se transforma en cerdo, a la falsa tortuga y demás personajes de aquella primera aventura de Alicia tras caer por la madriguera.