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Darío Villanueva: "Ante la corrección política, la rebelión individual es fundamental"

En "Poderes de la palabra" reúne doce ensayos sobre los "arrabales" de la literatura que ha publicado desde 1993
Darío Villanueva, en la sede de la RAE
Darío Villanueva, en la sede de la RAEGonzalo PérezLa Razón

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De casta le viene al galgo: la profesión de su padre, magistrado, hizo que Darío Villanueva tenga hoy «fijación» con lo jurídico, el lenguaje y los derechos. Pero «le salí rana», bromea el académico por no haber seguido los pasos de su progenitor, sin embargo, «creo que no me ha ido tan mal». Ese pasado, sumado a sus quehaceres diarios, han llevado al catedrático de literatura comparada a apostar por «un lenguaje jurídico claro» en el que su padre, «un magnífico usuario de la lengua», es su inspiración y la RAE, su mejor aliada.
Son estos «arrabales» de lo literario donde Villanueva disfruta, esos «otros campos en los que el uso eficaz del lenguaje es muy importante sin ser propiamente la creación literaria». Todo ello fue lo que llevó al exdirector de la RAE (2015-2019) a profundizar en el conocimiento de la retórica, «qué ayuda a construir los discursos y qué los hace eficaces», y a escribir entre 1993 y 2022 doce ensayos/estudios que ha reunido en su nuevo libro, Poderes de la palabra (Galaxia Gutenberg).
En todas esas variantes incontrolables que dan sentido a los libros y que pululan alrededor de ellos aparece Madame Bovary, aunque, más que en la protagonista de la historia, Villanueva se quedó con su autor, con «el ciudadano Flaubert», señala, con toda esa peripecia vital que acompañó al escritor una vez publicada la novela, con el proceso judicial contra Gustave Flaubert «en el que su defensor Sénard prevaleció sobre las acusaciones del fiscal Picard a base de argumentos de estricto análisis literario, basados sobre todo en lo que más adelante lingüistas como Charles Bally darían en denominar «style indirect libre». Un caso que al académico le sirvió de inspiración para firmar un informe pericial en defensa del editor y poeta catalán Carlos Barral, donde se apoyaría en la teoría de la ficcionalidad.
Además, el profesor también aprovecha su publicación para recoger algunos de los textos en los que también ha abordado la publicidad, el urbanismo y la política, «un campo fundamental», señala.
−Ay, la política... ¿Han tratado en la RAE el empobrecimiento del lenguaje en el Congreso?
−Preocupa, pero no se ha planteado en ningún pleno.
−Habla de grandes discursos de Obama y de ese lenguaje no verbal de Reagan, pero la política se ha olvidado de aquello para instalarse en el tuit.
−Es el «trumpspeak», que es de una pobreza intelectual absoluta, extremadamente agresiva y de una diferencia enorme con los discursos de Obama, en los que el auditorio terminaba gritando el «Yes we can». El Washington Post creó una oficina de seguimiento de posverdades que dictaminó que Trump había emitido 30.000 mensajes falsos...
−Diciendo «posverdad» parece que se camufla lo que significa eso: mentiras como pianos.
−Es el engaño puro; lo que nos lleva a El príncipe, de Maquiavelo, donde en la primera mitad del siglo XVI se escriben todos los recursos para mentir sin pudor. El príncipe debe mentir porque siempre podrá justificar por qué no se han producido sus predicciones, sobre todo, porque hay muchos súbditos que están deseando que le mientan. Y eso pasa hoy: tenemos preferencia a elegir nuestros propios prejuicios sobre las evidencias. No olvidemos que Trump en las elecciones que pierde tuvo doce millones de votos más que en las primeras.
−En el libro cuenta que ya conoció la corrección política en los años 80, en Estados Unidos.
−Sí, pero viene de antes, de Herbert Marcuse. De los campus universitarios se extendió por el mundo anglosajón y, luego, por toda la sociedad. Hoy está plenamente vigente y creciendo.
−¿Cómo se combate?
−Con manifiestos como el de Harper’s. A la vez que aumenta la corrección política también lo hacen las reacciones en contra. Ahí hay dos puntos clave: es fundamental la rebelión individual contra esta imposición porque si no acabamos incurriendo en la autocensura; y, por otra parte, me preocupa que esa censura posmoderna empiece a ser asimilada desde los poderes legislativo y ejecutivo.
−Usted escribió «Morderse la lengua»...
−Y me la muerdo, pero por pudor, prudencia o respeto, no porque me lo imponga una tendencia.
−¿Y cuál es el brazo armado de todo esto?
−La cancelación: reprimir a quienes no se ajustan a la corrección política para convertirlos en parias sociales. El revisionismo neopuritano busca «safe spaces» en los que está en peligro la libertad de cátedra de los profesores. No podemos explicar nada que produzca un desequilibro moral en los estudiantes. Y eso significa convertirlos en adolescentes perennes.
−Hace unos días se hacía viral un vídeo en el que una madre denunciaba que a su hija le obligaban a vestirse «pescadora» e iba contra sus principios veganos.
−Son cosas absurdas. Hay un empoderamiento de la ignorancia, el absurdo y la estupidez. Coincide con lo que han hecho en Irlanda, que han puesto en la lista de libros no recomendables El viejo y el mar por tener escenas «muy fuertes» de pesca... Se está intentando dinamitar el principio de la razón.
−¿Cómo se enseña a leer a los niños en este mundo frenético?
−Ya anticipó McLuhan que las nuevas tecnologías cambian nuestra relación con la realidad y el pensamiento. Eso siempre ha existido, pero ahora es de una radicalidad extraordinaria. Los «millennials» viven en una burbuja e incluso Google empieza a estar preocupado porque la fuente de información enciclopédica está perdiendo usuarios entre los más jóvenes, que se van a Tik Tok, a vídeos hablados. Vuelve a cobrar fuerza la oralidad, que ya está en medios como la radio o la televisión.
−Lo complicado de este mundo es estar diez minutos con una misma tarea.
−Lo he visto como profesor. Hay una intensa falta de concentración.
−Jugando con el título, ¿cuál es la palabra más poderosa?
−La razón como facultad humana para argumentar, pero eso ya lo desarrollaré en mi siguiente libro, El atropello a la razón.