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El misterioso y maldito anillo de los actores nibelungos

La muerte de Bruno Ganz, último dueño del anillo de Iffland, abre las dudas sobre la sucesión de este extraño objeto forjado en 1814

Imagen de época del Anillo de Iffland
Imagen de época del Anillo de Ifflandlarazon

La muerte de Bruno Ganz, último dueño de este objeto que designa al mejor actor alemán, abre las dudas sobre la sucesión de esta extraña joya forjada en 1814

La muerte a los 77 años del actor Bruno Ganz trae de actualidad una peculiar e irregular (a veces incluso maldita) tradición en el mundo alemán de la interpretación. El centro de la misma es un objeto casi totémico, un anillo, que viene pasando de manos desde hace más de dos siglos entre los mejores intérpretes de Alemania. Poco se sabe del origen de esta tradición, que va más allá de la clásica lista codificada y anual de premios honoríficos de todas las cinematografías del mundo.

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No es un Oscar, no es un Goya ni un Bafta, ni siquiera un Princesa de Asturias. Es algo más misterioso y sacro, puramente wagneriano: el anillo de Iffland. Apenas una decena de personas, que se sepa, se lo han colocado al dedo desde la aparición, en 1814, de esta joya. La última, Bruno Ganz, el protagonista de “El cielo sobre Berlín” y “El hundimiento”, que lo recibió en 1996. Quién será el heredero de esta distinción es uno de los secretos que se han ido con él a la tumba y quizás se desvelará en los próximos días.

En consonancia con sus remembranzas romántica, el anillo toma el nombre del actor y dramaturgo August Wilhelm Iffland, intérprete entre otros de Schiller. Inspirado presuntamente en una obra de Lessing, mandó fundir siete anillos para repartirlos entre sus amigos de la profesión. De aquella partida solo sobrevive uno, el que fue pasado durante dos siglos de dedo en dedo, designando al mejor actor de Alemania y Austria, o de Prusia en sus orígenes.

Ludwing Devrient, Emil Devrient y Theödor Doring fueron algunos portadores del anillos. Pero entre finales del XIX y principios del XX, como si fuese una leyenda al más puro estilo Tolkien, la pista de la joya se pierde, se reencuentra, se bifurca. Stefan Zweig, en “El mundo de ayer”, se refiere al anillo, añadiendo un dato más: una presunta maldición entorno a sus dueños. “Soy consciente de que puedo ser sospechoso de estar narrando una historia de fantasmas”, avisa el austríaco, que se refiere a la muerte prematura de Josef Kainz y Adalbert Matkowsky, a quienes conoció, tras hacerse con el anillo. Al hilo de ellos se refiere a Alexander Moissi en estos términos: “Sabía que había heredado de Kainz el famoso anillo de Iffland, que el mejor actor de Alemania legaba a su mejor sucesor. ¿Iba a heredar también el destino final de Kainz?”.

Al parecer, con Moissi continuó la maldición. De hecho, muchos rehusaron ostentar esta distinción y Albert Basserman, que nunca lo quiso llevar, incluso pretendió que el anillo fuese incinerado con Moissi. El director del Burgtheater de Viena lo rescató y la tradición continuó. Eso sí, la maldición siguió su curso, pues en 1959 falleció el nuevo portador, Werner Krauss. Para alimentar más aún la leyenda, el intérprete se desplomó durante la función de “El rey Lear”, exactamente la misma en la que murió Ludwig Devrient en 1832.

A mediados de siglo, con el cine ya en su auge, la extraña tradición de Iffland comienza a tomar un cariz oficial. Se decidió instaurar una serie de normas para garantizar la sucesión de la pieza, que debía ser legada en vida por el actor propietario a su heredero. A partir de ahí ya es más sencillo seguir la pista de la joya, que pasa de Krauss a Josef Meinrad y de éste, en 1996, a Bruno Ganz, primer suizo en ostentar (no sin polémica por parte de los profesionales germanos) este honor.

Se sabe que Meinrad cambió en 1984 su primera elección, aunque se desconoce quién fue el heredero original. Las normas permiten, en tanto dure la vida del dueño, cambiar a placer de opinión. ¿Por quién se habrá decantado Granz?

En caso de que el heredero no haya sido nombrado, el Burgteaher de Viena tiene la potestad para elegir sucesor. El anillo, en cualquier caso, pertenece a la República de Austria.