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Presentación

En el cielo y en la tierra

La Razón
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Martín de Riquer era un sabio a la manera antigua, no a la actual, tan acostumbrada a los pequeños ensayos. Su obra era enciclopédica y de un rigor tal que le permite pasar como uno de los mayores filólogos romanistas, especialista en las literaturas medievales y españolas y gran lector de Proust y de Dickens, al que nunca dejó de frecuentar. Ha tenido una capacidad de trabajo gigantesca tanto en la literatura catalana como en la española, conocimiento que nos lo supo transmitir a todos los que nos hemos dedicado al estudio y la enseñanza. Nos enseñó de manera muy avanzada en el tiempo el valor de la literatura comparada románico-medieval en contexto de la lengua italiana, francesa o catalana. Reconozco en el momento de su pérdida que fue una fortuna tener a un profesor como Martín de Riquer en la Universidad de Barcelona. Fue un hombre de universidad, que sabía que una de las bases del saber era su transmisión y continuidad. Su dedicación al estudio nunca le supuso un esfuerzo, o eso nos parecía; sabía mantener, además, un punto de ironía que acrecentaba su magisterio. Fue amigo de sus amigos, aunque no se dejaba ver, excepto en las tertulias con Luis Monreal o Díaz-Plaja. Lo querían como maestro y como sabio. Su entrega era tal que el verano lo aprovechaba para trabajar; nunca conjugó el verbo veranear. Debo resaltar, además, que fue un puente entre la literatura catalana y la española, que conocía al mismo nivel y situó en el mismo árbol. Su «Historia de la literatura catalana» es una pieza fundamental, tanto como sus imprescindibles trabajos sobre «El Quijote». Pero además, abrió caminos inexplorados, como las rarísimas crónicas de «El Victorial» o también conocidas como de «Don Pero Niño» del siglo XV. Era el académico decano de la Real Academia y preparábamos un homenaje para cuando le llegaran los cien años. A falta de uno, nos deja. Genio y figura de un maestro.