Crítica
«Escenas del Fausto de Goethe»: Loable meditación sobre el más allá
Obra de Schumann. Solistas: José Antonio López, Nikola Hillebrand, Alastair Miles, Mari Eriksmoen... Miembros del Coro Nacional. Pequeños Cantores de la ORCAM. OCNE. Auditorio Nacional, Madrid, 14-VI-2025
Recordamos una lejana interpretación de esta suerte de oratorio schumaniano por parte de los conjuntos Nacionales. Fue en 1983 y dirigía Jesús López Cobos. Ya entonces, y en audiciones discográficas, pudimos apreciar las enormes bellezas de la obra, centradas, eso sí, en concretos pasajes de su segunda y tercera parte. Partitura copiosa, extensa, irregular, inspirada a ratos, que trata de ahondar y resaltar musicalmente lo que de místico, metafísico, religioso, esotérico y, en algunos aspectos, teatral, tiene la composición, una suerte de Requiem profano, «una meditación sobre la vida como preparación de un más allá, una contemplación del ser eterno en consonancia con las inquietudes esotéricas del compositor», en palabras de Blas Matamoro.
Obra irregular, en efecto, pero que, sobre todo en sus partes segunda y tercera, aloja una música a ratos maravillosa, de una inspiración lírica profunda, de lo mejor de Schumann, que nos ilustra, como afirma García del Busto en sus notas, «acerca de la progresiva elevación de Fausto, desde el mundo terrenal del que parte, a un universo mágico y, finalmente, místico». Un proceso complejo que a veces la música acierta a describir y que ilustra un texto difícil en ocasiones intextricable, proyectado en las pantallas (no en el escueto programa de mano) en traducción mejorable.
La partitura, como otras de Schumann, posee una curiosa y no siempre lógica orquestación, para la que hay que tener una mano delicada y sabia a la hora de traducirla en sonidos y para recoger las líneas de los dos coros, el de mayores y el de niños. No siempre se acertó en esta ocasión, sobre todo en la primera parte, la más floja. La Obertura, de un Schumann poco inspirado, trazada en forma sonata, resultó más bien pedestre y falta de empaste. Como las primeras intervenciones del Coro. Esos compases, hasta el «nº 3, Escena en la Catedral», no levantaron demasiado el vuelo.
El comienzo de la segunda parte, «Ariel. Amanecer», la lectura adquirió otros tonos y colores, a medida que la música crecía y se mostraba más inspirada. El lirismo schumaniano nos iba envolviendo. El Coro fue asentándose y ganando afinación y empaste. Muy belllo, sereno cierre del fragmento, con cuidadosas y bien planteadas alternancias. La elegancia y la suavidad del gesto de Afkham –sin batuta en esta ocasión– dio paulatina forma al comienzo de la Tercera parte, «La transfiguración de Fausto», toda ella integrante del nº 7, dividido asimismo en otras siete secciones en las que la inspiración schumaniana alcanza su cénit.
Ya desde el comienzo, en esa delicada viñeta «Los bosques trepan vacilantes», pudimos solazarnos tanto por la calidad y toque melódico de la música como por la diáfana orquestación y el delicado tratamiento. «La visión de Fausto» del número 5 nos llegó nítidamente en la interpretación de José Antonio López (asimismo Pater Seraphicus y Doctor Marianus), barítono de una pieza, de emisión bien asentada, timbre oscuro, recia apostura vocal y escénica, sobrio sin alharacas, concentrado y capaz de acceder a la zona aguda con cierta soltura. Hay que situar a su lado a la soprano lírico-ligera Nikola Hillebrand, Margarita (también una Penitente), de timbre cristalino, emisión franca y afinación irreprochable.
No cabe decir lo mismo del ya algo deteriorado tenor ligero Jeremy Ovenden en sus distintos cometidos: timbre rasposo, muy claro, agudo incierto, afinación relativa. Mejor el también añoso bajo (catalogado en el programa como tenor) Alastair Miles, engoladillo pero aparente (Mefistófeles). Correctas la soprano Mari Eriksmoen y la mezzo Paula Murrihy en sus numerosos papeles. En su sitio, discreta y musical, la mezzo Maite Beaumont y muy aceptable el bajo David Steffens, de metal muy atractivo.
Como se ha comentado, el Coro Nacional fue avanzando y ganando enteros. Como siempre, estupendo, afinado, delicado y musical el Coro de niños de la ORCAM, que prepara Ana González y que cantaron de memoria. Muy bien el solo de chelo de Joaquín Fernández Díaz. Como cosa curiosa, dos de los cuatro trompas, Pedro Jorge y Javier Bonet, tocaron instrumentos sin pistones que fueron adaptando según las exigencias de la partitura. Con todo, disfrutamos de una velada cargada de atractivos y recuperamos una composición singular, de rara inspiración. Felicitaciones por haberla programado.