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Melilla

¿Está Melilla fuera de sitio?

Sergio del Molino reflexiona sobre los territorios-frontera de España en su nuevo libro, reconocido con el Premio Espasa.

Sergio del Molino paseando por el barrio del Polígono (Melilla)
Sergio del Molino paseando por el barrio del Polígono (Melilla)larazon

Sergio del Molino reflexiona sobre los territorios-frontera de España en su nuevo libro, reconocido con el Premio Espasa.

Sergio del Molino (Madrid, 1979) se inició en Melilla para cubrir, como enviado especial, «la primera gran crisis migratoria de las ciudades hispanoafricanas», definía. Esa que hizo crecer la valla. Más alta, más obstáculos y más pinchos. Sirga tridimensional y concertinas para aplacar a un inmigrante que ya «solo podía llegar al otro lado con la piel hecha jirones». Entonces, en 2005, su estancia sirvió para confirmar la última frase del reportaje de Luis de Oteyza en su entrevista a Abd el Krim en 1922: «Hay que abandonar Marruecos. Y lo antes posible. Hoy mejor que mañana». «No merecía la pena derrochar tanto dinero en mantener los privilegios de un puñado de ciudadanos tan alejados de la Península y a costa de los del otro lado». Fue lo que pasó por la cabeza de un Del Molino que mantuvo «un reflujo muy desagradable» de la visita durante meses.

Sin embargo, nunca ha vuelto a sentir esa sensación ácida. Se ha convertido en la misma fascinación que el autor comparte hacia esos otros lugares «especiales» que rodean y componen España. Uno, por llevar la contraria: «No gustan. Nadie va», reconoce, y dos, porque ponen de manifiesto conflictos muy viscerales que no están a la vista «y que aquí son difíciles de disimular. Dan juego para comprender muchas cosas sobre quién somos. Que Europa tenga un pie aquí hace mucho más bien que mal». Habla Sergio del Molino con, de nuevo, los pies en una Melilla que todavía llora la última víctima de la verja, aunque sus palabras bien valen para los vecinos, Ceuta y Gibraltar, y también para otros territorios-frontera como Olivenza, Rihonor de Castilla, Llivia y Andorra. Plazas donde «se pueden explorar comunidades de ciudadanos que se han visto marginados, atacados o despreciados pero que, en vez de abrazar un proyecto disolvente, se aferran a la noción jurídica de igualdad y aspiran a ser tan españoles como cualquier otro español».

Punto a parte merecen Rincón de Ademuz, Condado de Triviño y Valle de Villaverde. Límites fósiles que trasladan sus curiosidades a un ámbito local, provincial. «Lugares fuera de sitio», titula el escritor y periodista de un «viaje por las fronteras insólitas de España». Un recorrido por diez enclaves patrios –más Andorra– que se han visto reflejados en un libro reconocido con el Premio Espasa 2018. Se ha dado cuenta de que la nación no es una cuestión geográfica, sino de sus gentes. «Una construcción donde nos encontramos todos», amplía Del Molino, muy lejana de los nacionalismos que abofetea en el libro. «Puede estar escrito a disgusto contra todos los particularismos. Como español y europeo me preocupan porque son amenazas disgregadoras muy serias. El problema es que no estamos en un plano de igualdad, porque en el proyecto que propone España, por ejemplo, sí da cabida a todo el mundo, y en el suyo no», explica en contra de la visión nacionalista del país convertido en esa madrastrona empeñada en negarle la libertad a sus hijos. «Es más bien una madre descuidada que no les presta la atención que desean para encontrar su sitio en la casa».

Las dos caras de la verja

En Melilla, hasta donde nos ha traído Del Molino, pecan de otra cosa. Llegar parece una aventura hacia lo exótico, a un lugar que no se rige por la norma. Estoy en España, pero no. Salvaje, la ciudad es el retrato que hizo José Palazón en 2015. La cruda alambrada y el esbelto campo de golf en una misma imagen, pero también en una realidad que separan metros. Muy pocos. Decisión de unas élites que «no han tejido alfombras democráticas para esconder bajo ellas el franquismo ni el militarismo». Mientras el espíritu de Franco se palpa bajo una condición de comandante y fundador de la Legión en la que brigadas y cabos sacan músculo con la idea de «empujar hacia el otro lado», enfrente –y en buena parte de la ciudad– esperan quienes ven en Abd el Krim un mito –un horror visto desde Melilla la Vieja–. Es el hombre que, para Del Molino, empezó la Guerra Civil 21 años antes de lo contado, el 23 de diciembre de 1915, cuando, prisionero, intentó evadirse del fuerte de Cabrerizas Altas. De aquello le quedó una cojera que sería el recordatorio de su perenne odio a España, de la que se vengaría en Annual (1921). «Y de ahí a la guerra no queda mucho», teoriza el escritor de manera «grosera y rápida»: «Sin Annual no hay franquismo y si Abd el Krim no hubiera estado preso no habría habido Annual. Por tanto, la contienda empezó ese día».