Centenario de la Legión

Hacia el Centenario de la Legión: «Combatiréis siempre y moriréis muchos, quizá todos»

Con estas palabras recibió el teniente coronel José Millán-Astray Terreros, pronto hará un siglo, a los primeros legionarios desembarcados en Ceuta. Esta singular bienvenida materializaba un proyecto, surgido en los albores del siglo XX.

Una imagen de legionarios en los albores de la fundación del Cuerpo
Una imagen de legionarios en los albores de la fundación del Cuerpolarazon

Con estas palabras recibió el teniente coronel José Millán-Astray Terreros, pronto hará un siglo, a los primeros legionarios desembarcados en Ceuta. Esta singular bienvenida materializaba un proyecto, surgido en los albores del siglo XX.

La emoción patriótica que envolvió la Guerra de África de 1859-60, con sus famosos voluntarios catalanes a las órdenes del General Prim en la batalla de Uad-Ras, no volvería a repetirse cincuenta años más tarde. La sociedad española había cambiado en los albores del siglo XX.

Este cambio no era ajeno al impacto social producido por el retorno de las tropas de Cuba y Filipinas en 1898. Hijos de familias humildes, esperanza de bienestar y supervivencia, regresaban debilitados por efecto de las enfermedades, si no habían muerto por ellas. A ello se unía los vientos anarquistas y revolucionarios que soplaban en toda Europa y a los que España no era excepción. El ambiente social y político era difícil para encarar los compromisos internacionales, adquiridos por España en el norte de Marruecos. Solo era precisa una chispa para encender el fuego de la revuelta social, que el anarquismo necesitaba como catalizador de su revolución. La movilización de tropas para atender la crisis surgida en Melilla, a raíz de un ataque rifeño en el verano de 1909, desató en la estación de Atocha de Madrid y en el puerto de Barcelona una protesta que rápidamente desencadenó una violencia inusitada, especialmente en la Ciudad Condal, dando lugar a la conocida como «Semana Trágica».

Aquel acontecimiento obligó al Gobierno a modificar la legislación sobre reclutamiento del Ejército, muy lejos del ideal ilustrado del servicio militar universal, establecido por la Constitución de Cádiz y que las sucesivas legislaciones descafeinaban. El «impuesto de sangre» era sufragado exclusivamente por la población más humilde. Era necesario resolver la organización de un ejército para atender lo que, en adelante, se conocería como «el problema de Marruecos».

En 1911 se aprueba una nueva Ley de reclutamiento y reemplazo que establece el servicio militar universal, pero crea la figura del «soldado de cuota» que, mediante el pago de una determinada cantidad, ve reducida la duración de su servicio y puede escoger destino, algo solo accesible a las clases más pudientes. Para dotar al «Ejército de África» se crean las Fuerzas Regulares Indígenas, los populares «Regulares», y en 1912 se aprueba la ley de voluntariado para el Ejército. Ni lo uno ni lo otro dará los resultados apetecidos, debiéndose seguir recurriendo a soldados conscriptos para cubrir las necesidades militares del Protectorado.

Lo exiguo del territorio colonial español impedía una recluta suficiente de indígenas, al contrario que otras potencias que reclutaban en unas colonias y los empleaban en otras. Esto, unido a la escasez de presupuesto, impedía formar suficientes tabores (batallones) de Regulares. En el caso del voluntariado, éste fracasó por sus escasas retribuciones. Frente a un jornal medio en la minería de entre tres y cuatro pesetas, ejemplo de profesión que se consideraba mal retribuida por las condiciones de su trabajo, al soldado voluntario en Marruecos –separado de su familia, viviendo en destacamentos y arriesgando su vida en combate– se le abonaban ochenta céntimos aparte del rancho. Una prima de 130 pesetas al enganche, pretendía ser el señuelo –dinero fácil y rápido– que asegurara un reclutamiento que no llegó a dar sus frutos, sobre todo en un tiempo, el de la Primera Guerra Mundial, donde los salarios se duplicaron continuando inamovibles los de la tropa voluntaria.

No tardaría en pensarse reclutar extranjeros. El modelo francés de Legión extranjera era muy visible, y el final de la Gran Guerra auguraba la posibilidad de una recluta fácil de hombres, que conocían la guerra y a su regreso se encontrarían sin trabajo, especialmente entre las naciones vencidas.

En 1916 el General Luque -Ministro de la Guerra- lleva al Congreso un proyecto de reorganización del Ejército, que contiene una propuesta de creación de una Legión extranjera. La enorme inestabilidad gubernamental del periodo, once gobiernos en cuatro años (1917-1920), y la aparición de las «Juntas de Defensa», auténticos sindicatos militares que condicionaron la acción de gobierno, impondrán condiciones y trabas sucesivas que irán retrasando los sucesivos intentos de reorganización del Ejército.

Temor a reclutar extranjeros

S

erá un ministro civil, Juan de la Cierva Peñafiel, quien dará nuevo impulso al proyecto de Legión en 1917. Dos años más tarde será el general Tovar, ocupando la cartera de Guerra, quien comisione a Millán-Astray, en visita oficial a la Legión extranjera en Argelia, para completar los trabajos elaborados en el Ministerio. La continuidad la dará su sucesor en la Cartera, el general Villalba, que logrará publicar, el 28 de enero de 1920, el Real Decreto de fundación del «Tercio de extranjeros». Este nombre no era querido por Millán-Astray, que prefería el de «Legión», por ser más conocido para la finalidad perseguida de reclutar extranjeros.

Sin embargo, la falta de presupuesto, la presión diplomática francesa, que recordó al Gobierno español que el Tratado de Versalles impedía el reclutamiento de soldados alemanes para otros ejércitos que no fuera el francés, y el temor a reclutar extranjeros que pudieran divulgar el ideario de la Revolución rusa en pleno «trienio bolchevique» en el campo andaluz y su extensión en Barcelona, con sus cruentas luchas sociales, paralizó el desarrollo normativo del Tercio de extranjeros y su puesta en marcha.

Millán-Astray, que se había convertido en el principal defensor y propagandista de La Legión, aprovechó la entrada de un nuevo Gobierno con Luis de Marichalar –Vizconde de Eza– como Ministro de la Guerra, para invitarlo a una conferencia que impartió en el Centro del Ejército y de la Armada, en la Gran Vía de Madrid, el 14 de mayo de 1920. La Conferencia finalizó con esta invitación al Ministro: «Este Cuerpo [La Legión] solo espera, como Lázaro, aquellas palabras bíblicas: “Levántate y anda”».

Marichalar, que se había marcado como objetivo la reducción del servicio militar en Marruecos, de tres a dos años y vio en La Legión una herramienta para lograrlo, resolvió el problema presupuestario con la fórmula de licenciar a dos soldados conscriptos por cada legionario reclutado. Venció la desconfianza francesa asegurando al embajador que no se reclutarían soldados de lengua alemana (evitando el subterfugio de que alemanes se alistaran como suizos) y neutralizó la oposición interna del Gobierno a la recluta de extranjeros.

Vencidas con voluntad política todas las dificultades, el 1 de septiembre de 1920 se publicó el reglamento de organización del Tercio de extranjeros. El 20 de septiembre se alistó el primer legionario, fecha elegida por La Legión para celebrar su aniversario, que el año que viene será centenario. Y en este siglo de vida de La Legión –que fue creada a modo de ensayo– ha demostrado su eficacia y valor gracias a su sólido Espíritu de Cuerpo, conformado en torno al Credo Legionario, que redactó su fundador y primer jefe, forjador de un estilo y una mística que ha convertido a La Legión en la unidad más carismática del Ejército, admirada y querida por los españoles y en todos los escenarios internacionales donde La Legión ha participado.