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Helga de Alvear, alma histórica del mercado del arte en España

El mundo de la creación se despide de la extraordinaria coleccionista y galerista

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A un mes de que se inaugure una nueva edición de Arco, el mundo del arte en España se ha visto sacudido por la noticia del fallecimiento de Helga de Alvear (Kim, Alemania, 1936). Valorar la trascendencia del papel por ella desempeñado en la modernización del mercado del arte en España es una tarea compleja –máxime cuando se trata de abreviar y elogiar su vida en un obituario–. Como galerista, ha sido una de las principales canalizadoras de la creación artística autóctona durante el último medio siglo; como coleccionista, su labor se ha articulado en disidencia con respecto al paradigma del «coleccionismo especulador» que ha triunfado desde la década de 1990. 

Encontrar una figura de la dimensión filantrópica como es Helga de Alvear, para la cual el arte es un espacio público para compartir y educar es ciertamente un privilegio del que todos los profesionales y aficionados al arte contemporáneo en España hemos gozado durante décadas. 

De origen alemán, con una infancia marcada por el nazismo –recuerda con tristeza cómo muchos amigos de sus padres fueron llevados a los campos de concentración– y una formación exquisita cumplimentada entre Alemania, Suiza y Londres, Helga de Alvear recaló en España en 1957 para aprender español. Durante este viaje, conoció al arquitecto Jaime de Alvear con el que contrajo matrimonio dos años después. Como ella misma reconoce, su proceso de adaptación a España fue difícil, y, durante el mismo, requirió de la inestimable ayuda de una psiquiatra que estaba casada con un austriaco y que, por lo tanto, comprendía perfectamente el choque de mentalidades. Su introducción en el mundo del arte vino de la mano de su marido, que era amigo íntimo de Gerardo Rueda. A través de este, Helga conoció al resto del «Grupo de Cuenca»: Saura, Zóbel, etc.. Y, como una consecuencia lógica de frecuentar este ambiente artístico, conoció, en 1967, a la que sería una de las figuras clave de su vida: la galerista Juana Mordó. En 1979, Juana Mordó –apremiada por problemas económicos– tenía en mente cerrar su mítica galería. Gracias a que el marido de Helga de Alvear acababa de vender unas fincas en Córdoba, esta persuadió a Mordó de echar la persiana a cambio de adquirir el 50 por ciento de la galería y de sus fondos. 

Helga de Alvear comenzó a trabajar en la mítica galería, pero hasta el fallecimiento de Juana Mordó, en 1984, mantuvo en secreto su participación en el negocio. Hasta 1994, desempeñó la dirección de esta galería. Y fue en este punto que decidió establecerse por su cuenta y montar en la muy artística Calle Fourquet, de Madrid, el imponente local que lleva su nombre. La nómina de artistas que representa Helga de Alvear no deja lugar a la duda de que se trata de la principal galería española de momento: Candida Höfer, Axel Hütte, Isaac Julien, Jürgen Klauke, Manolo Quejido, Santiago Sierra o Karin Sanders constituyen algunas de las extraordinarias firmas que trabajan para ella.

Instinto brillante

En ocasiones, se le ha preguntado a Helga de Alvear qué se sentía más: galerista o coleccionista. Su respuesta siempre ha sido la misma: ambas cosas a la vez y por igual. Hay ferias a las que, en lugar de acudir como galerista, lo ha hecho como coleccionista. Su vicio confeso siempre fue el arte. Y su extraordinaria colección comenzó a cimentarse tras comenzar a trabajar con Juana Mordó. Aunque ya había adquirido algún Zóbel para entonces, en 1977 se hizo con un Kandinsky que encontró en un cajón de la galería de aquella. Gracias a su extraordinario instinto para comprar obras de artistas emergentes que, a los pocos años, multiplicaban su valor de mercado, consiguió reunir una incomparable colección de más de 3000 piezas, que, en la actualidad, se puede contemplar en la Fundación Helga de Alvear de Cáceres. 

El aterrizaje de esta colección en la ciudad extremeña se produjo en dos fases: la primera, en 2010; y la segunda, en 2021, gracias a la ampliación de 8.000 metros cuadrados diseñada por los arquitectos Mansilla + Tuñón. Todo lo que Helga de Alvear ha sido, ha sentido y ha hecho por el arte contemporáneo se encuentra en esta Fundación, que, sin duda alguna constituye su principal legado y regalo al país que la acogió a finales de la década de 1950. En un país en el que el coleccionismo privado ha estado siempre tan poco desarrollado, la labor de compra inteligente e incesante de Helga de Alvear quedará como un paradigma de estudio, que, esperemos, tenga el mayor número de réplicas posibles. Se ha ido de unas de las figuras imprescindibles del arte español contemporáneo; alguien que hizo del oficio de marchante y del coleccionismo un acto creativo a la altura del de aquellos artistas a los que representó y compró obra.