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¿Quién fue Álvaro de Bazán, el más grande marino de la Armada española?

El 9 de febrero de 1588, hace hoy 434 años, moría en Lisboa el héroe de la victoria de Lepanto, mientras preparaba la flota que había de conquistar Inglaterra
La Razón

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Tal día como hoy, un 9 de febrero, de 1588, moría en Lisboa el que, quizás, haya sido el más grande marino que ha dado la Armada española: Álvaro de Bazán y Guzmán. Nacido lejos del mar, en Granada, de antiguo linaje militar del valle del Baztán, e hijo de quien había sido capitán general de las galeras de España, su nombre está unido al de grandes batallas y hazañas de nuestros barcos: el uso de galeones de guerra, la utilización por primera vez de la infantería de marina, los famosos tercios del mar, para llevar a cabo operaciones anfibias... fue clave en la victoria de Lepanto o en la ofensiva contra Túnez, sin olvidar la batalla de la isla Terceira en la conquista de las Azores, la toma de Lisboa y otras muchas.
Desde su infancia tuvo Bazán relación con el mundo marítimo mediterráneo y, de hecho, vivía a caballo entre su Granada natal y Gibraltar, base de las Galeras, de cuyo castillo fue nombrado alcaide perpetuo a los nueve años (2 de mayo de 1535).
Según cuenta la Real Academia de la Historia, “nombrado en 1540 Álvaro de Bazán, el Viejo, capitán general del mar Océano con competencia sobre la guarda del mar del poniente de España, que es desde el estrecho de Gibraltar, hasta Fuenterrabía, su hijo embarcó con cargo en su armada desde 1542 y asistió dos años después al combate naval de Muros (25 de julio de 1544), en el contexto de la guerra entre Carlos V y Francisco I que finalizó con la paz de Crépy. Tras el saqueo de Lage, Corcubión y Finisterre por parte de una armada francesa al mando de Monsieur de Sanna, ésta fue derrotada por Álvaro de Bazán que apresó veintitrés naves enemigas. Durante el combate, la capitana de España, donde iban embarcados padre e hijo, embistió a la de Francia y la echó a fondo, rindiendo a continuación a una nao que venía en su socorro. El vencedor se dirigió por tierra a Santiago a dar gracias, y quedó Álvaro de Bazán, el Mozo, con sólo dieciocho años, al mando de toda la escuadra hasta que volvió a embarcar su padre en La Coruña”.
Con 28 años obtuvo su primer mando, el de una armada para actuar contra los corsarios con la que limpió las costas atlánticas de España. A las órdenes de García de Toledo participó decisivamente en la conquista del peñón de Vélez de la Gomera y en el socorro de Malta contra los turcos.
De hecho, ante el ataque turco a Malta (18 de mayo de 1565), le tocó reforzar los presidios norteafricanos y preparar la jornada del socorro, tomando cañones a bordo en Málaga y soldados y suministros en Cartagena, Barcelona, Palamós, Génova y Civita- Vecchia. “Incorporó en estos dos últimos puertos a sus ocho galeras de la Guarda del Estrecho las de esta señoría y las del Papa. En Mesina se reunieron a las del jefe de la expedición, García de Toledo, capitán general de la mar y virrey de Sicilia”.
A pesar de que la opinión mayoritaria de los mandos militares era evitar la isla ante la gran superioridad de la flota turca, García de Toledo aceptó el plan que le propuso Bazán: “reducir su escuadra a unas sesenta de las galeras mejores, armarlas y guarnecerlas con lo mejor de todas, y embarcando ciento cincuenta soldados en cada una, lo que supondría nueve mil hombres de desembarco, atravesar rápidamente el canal desde la isla de Gozo. De esta forma podría ocurrir, o bien que la escuadra del socorro pasara sin encontrar las enemigas, y entonces podría desembarcar antes de que pudieran impedírselo, o bien que topara con una de las divisiones de guardia, que en ningún caso excedería de cincuenta o sesenta galeras, pudiéndose llegar al combate con bastante garantía de éxito. El primero de los supuestos se produjo, y al amanecer del día 7, la fuerza prevista desembarcó en poco más de hora y media en el puerto de Marsa Muscetto, provocando el pánico y la retirada de los asediadores”.
Nombrado por Felipe II marqués de Santa Cruz y capitán general de las galeras de Nápoles, en Lepanto mandó la escuadra de reserva, y su actuación con ella fue clave en la victoria de la Santa Liga.
Según la Real Academia de la Historia, en el transcurso de la batalla de Lepanto, “el ala derecha turca chocó con las galeras venecianas, consiguiendo envolverlas en parte. El ala derecha, con mayores efectivos que la cristiana opuesta, intentó hacer lo mismo, pero Doria no se le enfrentó, sino que extendió la línea navegando en paralelo, dando tiempo a que la batalla se resolviese en el centro en una acción de desgaste a favor de la Liga, que pudo recibir mayores refuerzos. La división del combate en dos fases sucesivas permitió a la reserva intervenir oportunamente en ambas y decidir el encuentro; Álvaro de Bazán pudo enviar a su hermano Alonso con diez galeras en auxilio del cuerno derecho, logrando éste recobrar veinte presas que ya habían hecho los turcos, y él con otras diez reforzar el centro. Su propia galera acudió en socorro de la real, interceptando y tomando la galera verde del capitán Mamí, del mar Negro, guarnecida con jenízaros de elite, que luego donaría para reconstruir el devastado monasterio de San Francisco de Corfú. Juan de Austria, como prueba de reconocimiento a su aportación a la batalla, quiso sumar a la parte del botín que le correspondía legalmente cuatro galeras capitanas, presas que Bazán armó a su costa y vendió más tarde”.
Sin duda, Álvaro de Bazán había sido el hombre clave en la victoria, pues sus órdenes salvaron la situación de la flota cristiana en tres momentos críticos y actuó en cada momento de la forma correcta maximizando los pocos recursos que tenía.
En los años siguientes participó en varias campañas en el norte de Áfrico, sobre todo en la costa tunecina, participó en la anexión de Portugal para Felipe II, tomando desde el mar varias fortalezas en el Algarve y en la desembocadura del Tajo, así como en Setúbal colaborando en la conquista de Lisboa.
Nombrado después capitán general de las galeras de España, apoyó por mar la victoria del duque de Alba en Lisboa, que permitió a Felipe II coronarse rey de Portugal, y expulsó a continuación al pretendiente Prior de Crato y a sus aliados franceses de las Islas Azores con una operación anfibia ejemplarmente ejecutada. Murió en Lisboa cuando, como capitán general del mar Océano y de la gente de guerra del reino de Portugal, preparaba la armada de la Jornada de Inglaterra, la mayor empresa naval que habían visto los tiempos.
De hecho, como respuesta a la política agresiva de Isabel I de Inglaterra, convenció a Felipe II en 1586 de que le permitiera organizar la invasión de aquel país, “para lo que preparó un plan que, por la diversidad y complejidad de medios que requería, así como por la necesidad de salir a proteger con su armada las flotas de Indias (27 de mayo de 1587), tuvo que demorar su puesta en práctica para desesperación del monarca español, que recriminó al de Santa Cruz por ello. Cuando ya parecía todo dispuesto, una epidemia de tifus exantemático volvió a retrasar la salida de la mayor flota que habría de cruzar hasta entonces el Océano, y acabó con la vida de Álvaro de Bazán”.
Su cadáver embalsamado fue enterrado en la iglesia parroquial de Santa María del Viso, en espera de la finalización de las obras del convento de San Francisco, fundado por él. Este traslado no pudo efectuarse hasta 1643. Abandonado este convento al ser desamortizado, se restituyeron sus restos a la Iglesia (22 de julio de 1836) y en 1863 se rehízo su enterramiento. En 1988 se trasladaron finalmente a la capilla del inmediato palacio, que continúa siendo propiedad de los Bazán y actualmente alberga el archivo histórico de la Armada, que lleva su nombre.
Grande de España, general invicto y muy querido por sus subordinados, fue un notable administrador que mantuvo siempre las armadas bajo su mando en perfecto orden de combate. Fue, además, mecenas de artistas y escritores.
De su prestigio dan fe las frases de Cervantes en el Quijote: “… La capitana de Nápoles llamada “La Loba”, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán”.
Sobre su trayectoria también escribió Lope de Vega:
“El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
y en todo el mar el inglés
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada,
dirán mejor quien he sido,
por la cruz de mi apellido,
y con la cruz de mi espada”.
Sin duda, fue Álvaro de Bazán el más grande de los grandes de la historia de la Armada Española.
Como homenaje, hoy en día una fragata de la Armada lleva su nombre, el cuarto buque en la historia con esa denominación, y además da nombre a un tipo de fragata que incorpora la más alta tecnología.