Así fue la dura batalla por la conquista del Polo Sur
Los exploradores Roald Amundsen y Robert Falcon Scott se lanzaron a la carrera por llegar al Polo Sur Geográfico al mismo tiempo. Sin embargo, uno de ellos nunca pudo regresar a casa
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Es posible que el lector suponga que un continente yermo como es la Antártida- sometido durante el invierno a temperaturas tan gélidas que pueden alcanzar los 70 grados bajo cero- nunca debió ser de interés para las grandes potencias mundiales. Sin embargo, la realidad es bien distinta:
El Congreso Internacional de Geografía de 1895 determinó que la exploración del Polo Sur era de máxima prioridad. Al fin y al cabo, era uno de los pocos lugares del planeta que quedaban por conquistar... y eran muchas las patrias que querían hacerse con el honor de completar la hazaña. En los años siguientes fueron muchos los que se adentraron en la Antártida, pero si hay dos nombres que sobresalen sobre el resto, esos son Roald Amundsen y Robert Falcon Scott, cuya gesta se completó entre los años 1910 y 1912.
Ambos exploradores se lanzaron en una carrera por completar la más dura de las proezas de la Antártida: plantar su bandera en el Polo Sur Geográfico; una empresa cargada de épica a la que la prensa del momento bautizó como “La Conquista del Polo Sur”.
La Conquista del Polo Sur
El explorador británico, Robert Falcon Scott, ya había intentado llegar a aquel punto unos años antes, en 1902. Sin embargo, su grupo se vio obligado a retroceder cuando la salud de los miembros del equipo se vio superada por las gélidas temperaturas antárticas. No obstante, Scott consiguió una nueva financiación para completar su aventura en 1911. Concretamente, obtuvo una subvención de 20.000 libras esterlinas del Gobierno británico.
La expectación era tal, que miles de personas se agolparon en el puerto de Cardiff para despedir al “Terra Nova” el 15 de junio de 1910. Todo parecía indicar que los ingleses se harían con la gloria.
Sin embargo, el 12 de junio Scott recibió un telegrama inesperado: “Me dirijo a la Antártida”. Quien le había lanzado el guante era Roald Amundsen, un hombre que ya había alcanzado la fama por haber sido el primero en cruzar el Paso del Noroeste; que es el que une el Atlántico y el Pacífico por el norte de América. Una hazaña equivalente a la que consiguieron Magallanes y Elcano... solo que unos cuantos años más tarde.
Amundsen se había preparado toda su vida para completar la misma proeza... pero en el Polo Norte. Sin embargo, los exploradores norteamericanos Robert Peary y Frederick Cook ya reivindicaban haberlo conseguido en el año en el año 1908 y 1909, respectivamente. Por ese motivo, Amundsen pivotó su plan original y dirigió su mirada hacia el Sur.
De esta forma, noruegos y británicos iniciaron un duelo con dos expediciones que discurrieron de forma paralela. Tras medio año de travesía, ambos exploradores desembarcaron por fin en la enorme placa de hielo. No obstante, la elección del punto de desembarco fue decisiva. Porque, mientras que Scott desembarcó en la Isla de Ross el 14 de enero; Amundsen lo hizo diez días después en la Bahía de las Ballenas.
La elección del noruego se consideró que era muy arriesgada porque, si bien estaba unos 95 kilómetros más cerca de la meta (lo que le permitiría compensar los 10 días de retraso), estaba sobre una plataforma de hielo que podría desprenderse en cualquier momento y cobrarse la vida de su tripulación.
En total, ambas expediciones debían recorrer a partir de entonces otros 1.400 kilómetros sobre la helada llanura antártica hasta alcanzar su destino.
Finalmente, Amundsen consiguió hacerse con la gloria y plantó su bandera el 14 de diciembre de 1911. Y después de completar una de las grandes gestas de la humanidad, consiguió volver a Noruega sin dificultades. Sin embargo, Scott no correría la misma suerte.
La odisea
Robert Falcon Scott y cuatro de sus hombres llegaron al mismo punto un mes después, el 17 de enero de 1912. Y una vez alcanzaron la meta y emprendieron el camino de regreso... la tragedia se cebó con ellos. Las condiciones meteorológicas habían empeorado drásticamente en unos días, y llegar al primer punto de abastecimiento se convirtió en una auténtica odisea.
Además, cuando lo consiguieron, se dieron cuenta de que había fugas en los bidones de combustible, por lo que no pudieron entrar en calor y descansar durante la primera parte de su regreso a casa. Cuando alcanzaron el segundo punto de abastecimiento todos ellos tenían los dedos congelados y estaban prácticamente ciegos. Se ponían colirio de cocaína para soportar el dolor que provoca la ceguera de la nieve... pero llegados a ese punto, no había nada que pudiera calmar la agonía.
El 20 de febrero murió el primero de los cinco aventureros: Edgar Evans; pero en los días siguientes irían cayendo uno tras otro. El 16 de marzo murió Lawrence Oates, que salió de la tienda de campaña donde se cobijaba con sus compañeros y murió congelado. Los otros tres hombres, Wilson, Bowes y el jefe de la expedición, Robert Falcon Scott, siguieron adelante; pero tampoco tardarían mucho en caer desfallecidos. Sus cuerpos congelados fueron descubiertos unos meses mas tarde y según se pudo estimar en aquel momento, probablemente murieron el 29 o el 30 de marzo.
¿Cuál fue la clave de la victoria de Amundsen?
La experiencia. El explorador noruego había estado obsesionado por la dura realidad de los polos durante toda su vida y había viajado en muchas ocasiones al Polo Norte; donde conoció a algunas tribus inuit, que le enseñaron sus técnicas para sobrevivir en un ecosistema tan hostil durante tanto tiempo.
Y una de las claves para poder adentrarse en lo más profundo de los polos (y poder contarlo después) era ser rápido. Mientras que la expedición británica contaba con 65 hombres, la noruega era de tan solo 18. Y mientras que el Amundsen había elegido que sus trineos fuesen empujados por perros, Scott le confió la tarea a ponis siberianos; que a pesar de su tamaño, fuerza y resistencia, no estaban tan acostumbrados a las gélidas temperaturas como los canes. Y por último, Scott apuró demasiado las provisiones. Amundsen -sin embargo- se preparó a conciencia para lo peor; porque sabía que las cosas podían cambiar en cualquier momento. Y cuando estás a miles de kilómetros de la civilización... es mejor estar preparado.