El Valle de los Caídos: del visto bueno de Franco a la “pesadilla” de la cruz
La construcción de este monumento, que duró más de 20 años, contó con el trabajo de dos arquitectos y la continua supervisión del dictador
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Fue una constante durante la dictadura franquista poner en valor el papel de sus víctimas durante la guerra. Ese culto a Dios y a los caídos fue hilo conductor del régimen de Francisco Franco, produciéndose todo tipo de desfiles, misas, placas conmemorativas y monumentos en su recuerdo. Y el mayor homenaje es ese que tanto debate despierta, y que por cada modificación a la que se somete es digno de titulares y polémica. El Valle de los Caídos fue concebido por el dictador con la finalidad de rendir honor y enterrar a quienes cayeron luchando en su bando. Un enorme monumento “en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposen los héroes y mártires de la Cruzada”, firmaría Franco en un decreto. Fue allí donde fue enterrado el Caudillo, tiempo después exhumado, y donde residen numerosos enterramientos, que ahora parecen seguir el mismo camino de Franco: el Tribunal Superior de Justicia de Madrid comunicaba ayer que levantaba las medidas cautelares que impedían las obras necesarias para extraer los restos de las víctimas enterradas en el monumento de Cuelgamuros.
Bajo decisión y visto bueno de Franco, la edificación de la Basílica tuvo lugar entre 1940 y 1958 y fue dirigida por dos arquitectos: Pedro Muguruza, hasta 1950, y Diego Méndez, desde ese año, sustituyendo al anterior por motivos de salud. Según se detalla en la página web oficial del monumento, para financiar esta construcción se destinaron los fondos sobrantes de la llamada “suscripción nacional”, es decir, aquellas aportaciones voluntarias que se realizaron para apoyar al bando nacional durante la guerra. Al no ser suficiente, “desde 1957 se realizaron sorteos extraordinarios de Lotería Nacional, y a ello se añadieron donativos particulares”, explican. La edificación duró casi 20 años, un largo tiempo en el que transcurrieron decenas de trabajadores -entre ellos numerosos presos-, y que contaron con la continua supervisión del Caudillo, quien estaba siempre al corriente de las obras de su gran mausoleo. No podría ser de otra manera cuando, según historiadores, Franco tenía este proyecto en mente incluso antes de que acabase la Guerra Civil.
El Valle de los Caídos ocupa 1.365 hectáreas de superficie en la Sierra de Guadarrama, y está compuesto por una basílica, una cripta y un monasterio, principalmente. El principal reto en términos técnicos de su construcción fue trabajar con la piedra de granito, característica de esta zona de Madrid, y la cual había que modificar sin romperla. Una vez terminaron las obras y se aprobó el proyecto de la cruz, en 1955 se inició el revestimiento de la cantería de las paredes y bóveda de la cripta, así como de galerías y sacristía. Al año siguiente, se construyó el coro, los altares y la pavimentación de la cripta, concluyendo los últimos retoques en 1958. Tiempo después, el 1 de abril de 1959, tuvo lugar su inauguración, durante una jornada que, además, coincidía con el Día de la Victoria -fiesta nacional durante el Franquismo-, así como el 20 aniversario del fin de la Guerra Civil.
Un reto de hormigón y cemento
Si hubiese que destacar uno de los trabajos más arduos en esta edificación, este sería, quizá, el de la famosa cruz del Valle de los Caídos. Según admitiría en 1957 el arquitecto Diego Méndez a “Abc”, “la cruz fue nuestra pesadilla”. Creada con hormigón y cemento, pesa más de 200.000 toneladas, mide 150 metros de altura y 46 de longitud en sus brazos. “Presentar una cruz en lo alto de un risco que trepa a las nubes sin que pareciera enana, vulgar de estilo y proporciones, era la pesadilla, repito, tanto del Caudillo como la mía”, reconocía el arquitecto, de manera que “pasaron meses y no daba con la solución. Un día, de modo inesperado, mientras aguardaba que mis cinco chiquillos se vistieran para ir a misa, absorto, casi iluminado, casi instrumento pasivo, el lápiz en la mano con el que hacía arabescos en un papel, sin darme cuenta dibujé exactamente la cruz tal y como está ahora en su materia clavada en la elevación poderosa”.
De esta manera, una vez finalizadas las obras, la grandeza franquista estaba servida, provocando una imagen de poder y grandiosidad hacia la ciudadanía española, que aún hoy continúa siendo testigo de los dolores de cabeza que inspiran este monumento. Un lugar que se convirtió en pilar económico del régimen, expresión total de su ideología, y en el que figuran restos de cientos de personas. El primer caído en enterrarse en este complejo fue José Antonio Primo de Rivera, un día antes de su apertura, mientras que, según datos oficiales, pasó a contener restos mortales de 33.833 personas de ambos bandos, siendo la última inhumación el 3 de julio de 1983.